Capitulo Uno.

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Lucien la besa apasionadamente y traza toda su figura por encima de su ropa, prestando especial atención a sus senos grandes e imponentes de pezones rosados, ahora duros y erectos como si de piedrecillas se trataran.

Gimen al unísono.

Ella no se queda atrás, toca todo lo que alcanza y encuentra a su paso; sus musculosos brazos, sus pectorales duros y bien trabajados, descendiendo y desprendiendo cada botón de su camisa, mientras, él sigue su tortuosa tarea sobre sus pechos, ahora chupa y muerde el derecho mientras que al otro lo masajea y aprieta.

De repente los suelta y vuelve a atacar su boca, la besa nuevamente, esta vez con mayor ferocidad, introduciendo la lengua en su interior y empezando una lucha interminable con la suya, mientras sus ávidas manos descienden cada vez más hasta llegar a su húmedo centro; tocándolo por encima de la ropa interior, no contento con eso, aparta sus bragas y sus dedos llegan ahí. De su clítoris se encarga el pulgar, mientras que de un empellón mete dos dígitos que resbalan fácilmente en su interior...

Un molesto ruido interrumpe mis frenéticos dedos sobre el teclado del computador, es la centésima vez que mi secretaria hace esto durante el correr del día. Ella sabe cuánto odio que lo haga, es tan molesto, así que ruedo los ojos, pero la hago pasar.

Por la abertura de la puerta se asoma una guapa castaña:

—Eri, ya son las ocho. Quería saber si necesitas algo más, para poder retirarme —dice apenada y con voz suave.

—Vete, Heidy, que ya me has interrumpido bastante hoy y no he podido terminar —le respondo, junto con una mala mirada.

Amo a Heidy, es una buena amiga, aparte de ser mi secretaria, pero me saca de quicio con sus interrupciones.

Me sonríe a modo de disculpa.

—Lo siento, guapa, no seas gruñona o te arrugarás muy pronto. —Le saco la lengua en un gesto infantil y ella ríe—. Me voy entonces. Vete pronto tú también, que enseguida empezará a llover. Deberías salir conmigo un día de estos, no puedes vivir de la fantasía eternamente.

Vuelve a mencionar lo mismo de siempre.

Tal vez paso demasiado tiempo trabajando o escribiendo, pero no es para tanto; no es que dejara de lado la realidad para vivir de ello solamente, aunque eso suena muy tentador. Pero bueno, la gente tiende a exagerar.

Después de hacerme prometer que iré pronto a casa y que saldré con ella el fin de semana siguiente, finalmente toma sus cosas y se va.

Me quedo mirando fijamente la puerta de mi oficina. Sé que para estas horas soy la única loca que sigue aquí, aparte de los de seguridad.

 ¿Quién se queda trabajando un viernes por la noche? Solo Eridan.

Me levanto del escritorio y me paseo por la oficina, es relativamente amplia y con un precioso panorama de Berlín a mis pies. Estoy en un décimo piso y la vista es bastante bonita gracias a la pared de cristal que tengo aquí; me acerco a la misma y diviso que unas cuantas gotitas de lluvia caen, justo como Heidy me advirtió.

Vuelvo la vista al ordenador, me gustaría seguir escribiendo, pero creo que ya es hora de irme. Es tarde, hace frío y no he cogido el coche hoy. Mi casa no queda lejos y me apetecía caminar un poco; bueno, no parecía mala idea con el sol que hacía a las nueve de la mañana.

Sin perder tiempo apago todo, cojo mi bolso, me pongo el abrigo y me encamino hacia el ascensor. Se abren las puertas en la planta baja y sigo caminando a la salida, donde me encuentro con el señor Brown, el simpático anciano de seguridad, quien me dedica una sonrisa amable mientras me abre la puerta; le devuelvo el gesto y salgo a la acera.

Intense [Disponible Amazon & Librerías]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora