Capítulo Cuatro.

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ARES

La presencia de aquella mujer en el Intense me había dejado totalmente descolocado. Llevaba muchos años de práctica, de autocontrol, pero al ver esos ojos verdes no pude evitar perderme en ellos.

Me maldije por no haber podido contenerme con Eridan Rossemberg. Se notaba a leguas que ella no pertenecía a mi mundo, pero aun así no pude controlar mis impulsos. Me guie por mis instintos más primitivos e ingenuamente creí que ella accedería a una sesión o tal vez a mucho más. Lo percibía, más bien, a pesar de su reacción ante la muestra de disciplina que vio, se notaba que, aunque ella no había practicado el estilo de vida, sabía del tema. La naturalidad con que observaba todo la delataba. Aunque bien pudo ser un poco de curiosidad y definitivamente había anhelo.

Me fascinó verla beber de su copa y relamerse los labios de puro gusto. Perdí el dominio de mí mismo y sentí la imperiosa necesidad de sentarla en mi regazo; lo había hecho de manera tan brusca, que parte del contenido de la copa que tenía en la mano se derramó en su escote. Al ser consciente de cómo la tela de su camisa se pegaba a su cuerpo como una segunda piel, ya no pudo pasar desapercibida la estrechez repentina de mis pantalones.

Sentí envidia del vino que recorría y acariciaba eso que yo quería tocar y, por la forma apresurada en que se había retirado, supe que no había sido el único en experimentar ese mar de sensaciones ante nuestra proximidad. No encontraba manera de conseguir que ella desistiera de su idea de querer marcharse; así que solo se me había ocurrido besarla.

Probar sus labios me hizo tocar lo más cercano a lo que yo consideraba el cielo. No di lugar a la ternura y dejé que mi lado salvaje y dominante dirigiera esa lucha en la que nuestras lenguas danzaban al compás de nuestra excitación. Cuando la oí gemir de placer, no pude evitar hacerlo también desde lo más profundo de mi ser; y sin pensarlo dos veces clavé mis dientes en su labio inferior, pero ella, sin más, se fue.

No supe si fue por el beso, o simplemente porque se había asustado de lo que hice, sin embargo, lamenté profundamente el verla marcharse sin poder hacer nada más que quedarme clavado al suelo mientras ella desaparecía de mi vista y del Intense.

Me juré a mí mismo que haría lo imposible por volver a tener un encuentro con ella. La quería para mí y no desistiría a menos que oyera una negativa de sus labios.

Esa noche tenía una cita con Zafrina para una demostración en el salón de los espejos, pero se me había ido cualquier tipo de ganas que hubiera podido tener después de la visita de la pelirroja. Decidí quedarme en la habitación que tenía en el edificio y enviarle un recado a la mujer; sabía que se enojaría y no la culpaba.

Ya era de madrugada y no podía dormir. La ausencia de sueño usualmente no me afectaba tanto, pero esa noche, cada vez que intentaba cerrar los ojos, lo único que acudía a mí eran los mares —entre verdes y azules— que tenía la señorita Rossemberg en sus ojos y los recuerdos del beso salvaje que nos habíamos dado. Sí, que nos habíamos dado, porque, por más que haya sido yo quien lo inició, ella pronto supo cómo seguirme el ritmo con la misma pasión.

Yo sabía, y estaba consciente de que no tenía ningún sentido tener tales recuerdos y, mucho menos, relacionándolos con ella, como lo estaba haciendo en esos momentos. Sí, tenían un gran parecido, eso era innegable, pero también eran muy diferentes. El comportamiento y la absurda manera de escapar de la pelirroja, nada tenían que ver con la forma mezquina de comportarse de ella.

Solo estaba trayendo recuerdos del pasado, recuerdos de una persona que fue parte de mi vida, esa que me había enseñado una forma distinta de hacer las cosas, la que me dio un nuevo sentido a la expresión "vivir al límite" y comprender las verdaderas necesidades de mi cuerpo.

Iris.

Recordar su nombre y lo que fue en mi vida me provocó un inmediato estremecimiento, y no pude evitar retorcerme de nuevo sobre la cama.

Iris, ella había sido... mi Ama.

Suspiré intentando canalizar esas dos palabras que hacía mucho ni siquiera pensaba.

En un momento de mi vida Iris fue la razón de la devoción de mis actos; me había dedicado a vivir y a actuar para complacerla, servirle era mi placer y mi satisfacción.

Nuestra relación se pactó únicamente para los fines de semana, en el club que, en aquel entonces, ambos frecuentábamos en Múnich, ciudad en la que vivíamos en ese momento. Habíamos estipulado una especie de contrato verbal entonces, y yo fui feliz con ello, a pesar de todo.

Cada viernes mi corazón latía más fuerte y agitado por la excitación que me provocaba imaginar lo que sucedería esa noche. Iris siempre me buscaba, estuviese donde estuviese. Aguardaba paciente en su auto para llevarme al club Pleasure, el lugar en donde ella había experimentado con mi cuerpo, enseñándome aspectos de mí mismo que no conocía, además de juegos sexuales y disciplina.

Me enseñó a ser bueno para ella y vivimos años de intenso placer, pero como todo en esta vida, esa relación tan extraña y excitante había conocido su fin, hacía exactamente siete años.

Yo tenía veintinueve y ella ya rondaba los treinta y tantos años, aunque siempre la consideré una mujer extremadamente atractiva. Tal vez eran sus hebras castañas o sus ojos celestes, no lo sé, pero yo encontraba su cuerpo muy sensual. No necesitaba tener grandes pechos ni curvas exageradas; fue y, estoy seguro, debe seguir siendo igual de atractiva y seductora como la conocí en aquel entonces. Ella era sensual y sexual aun sin proponérselo, por simple naturaleza. Emanaba erotismo.

Aunque Iris estaba totalmente complacida con nuestra relación Ama-sumiso, no pudo evitar enamorarse de un hombre de su entorno, un Dominante, alguien que no era yo, a pesar de todo lo que habíamos compartido.

Aquello me afectó de gran manera. Era inevitable el sentirme mal, ya que yo era una especie de mascota refugiada en ella y, al saber que sus atenciones ahora se dirigían a otra persona, me había deprimido, decepcionado. Era muy astuta, debo reconocerlo, porque con palabras pacientes me convenció de que dejar aquello era bueno, que la complacería, así como también lo haría cuando yo lo entendiera y me sintiese feliz por la que había sido mi Ama y Señora.

Iris fue paciente mientras yo asimilaba aquello y, para cuando decidió que debíamos cortar contacto —con un tono que me recordaba que era mi Ama—, al fin pude comprenderlo y decidí agradecerle todo lo que me había enseñado y hecho vivir. Innegablemente esto me afectó, pero me llevó a descubrir lo que realmente me movía, lo que me hacía falta: dominar, controlar, adiestrar, proveer placer, obtener esa entrega para llevar a sentir todo aquello que la sociedad muestra como prohibido, pero que en realidad son los deseos más bajos, esos que se guardan bajo la alfombra o que incluso se desconoce su existencia. Romper los tabúes que la sociedad nos impone. Descubrí quién soy y cambié mi rol definitivamente. Fue así como me marché de Múnich y me instalé en Berlín, donde con un amigo muy querido logré fundar mi propio club de BDSM, hoy conocido como Intense, un lugar seguro donde todo lo que en el mundo exterior está moralmente prohibido, en el club está permitido siempre y cuando sea consensuado, donde el placer, el disfrute y por sobre todo la seguridad, son lo primordial.

Disfrutaba de todo aquello, no obstante, no me involucraba con nadie y, demás está decir, que no tenía una sumisa solo para mí. No daba ni pedía exclusividad, mi rol en el club era estrictamente impartir mis conocimientos sobre el BDSM, por sobre todo en el shibari, mi especialidad.

No había nadie que me inspirara a una relación tan intensa como lo es la de un Amo y su sumisa.

Pero, ¿quizá ella...?

Intense [Disponible Amazon & Librerías]Where stories live. Discover now