Capítulo 5

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— Señor Jensen, vinimos para pedir permiso para salir del Instituto esta tarde. — dijo Dalilea educadamente.

— ¿El motivo? — preguntó el director desde detrás de su escritorio.

— Verá, Maleen no tiene ropa, y queríamos ir a comprar un poco para su estadía en el Instituto.

— Claro, la señorita Sarajov llegó sin nada… bien, tienen mi permiso… anoten su nombre y la hora en el cuaderno de esa mesa. — Señaló  la mesa que estaba cerca de la puerta. Caminamos hasta allí y Dalilea escribió nuestros nombres y la hora en la que se suponía que saldríamos. De paso ella revisó si habría alguien más saliendo junto con nosotras.

— Al parecer iremos con mucho espacio libre. — me susurró y volvió para dirigirse al director. – Eso es todo, señor. Muchas gracias. Permiso.

— Señorita Sarajov, — Dijo el director sin despegar la vista de los papeles que tenía en su escritorio. — le asignamos la habitación 12.

— Gracias. — respondí y ambas salimos de la oficina.

— Yo tengo la habitación 17. —  dijo Dalilea. —  Compartimos las habitaciones con las chicas de los demás elementos, es para que “convivamos”. También entrenamos juntos… todos, no importa la edad, luego nos separan.

— ¿El lugar donde entrenamos es grande?

— No tienes idea. —  dijo riendo como si fuera un chiste personal. —  Vamos, así nos ponemos la ropa deportiva.

Sacó de su mochila la bolsa que Santiago me dio. Supuse que la había olvidado en la clase de historia. Salimos por la puerta trasera del instituto.

Frente a nosotros había un  terreno cubierto de pasto bien cortado. Calculé que debía ser tan grande como 5 campos de futbol juntos.  A mi izquierda había varios rectángulos del tamaño de una casa. En la puerta de los rectángulos indicaba mediante una figura si era de mujeres o de varones. Las paredes de los rectángulos estaban decoradas con las figuras de los elementos.

Dalilea me guió hasta dentro de uno de los rectángulos que resultaron ser vestidores. Por dentro todo era elegante. Había dos filas de casilleros al centro y a los lados había habitaciones angostas con cortinas rosadas que daban “privacidad”.

Entré a una de las habitaciones angostas. Dentro había una silla, un espejo y algunos colgadores. Abrí la bolsa que recibí y noté que se trataba de ropa deportiva. Toda la ropa era completamente negra. Me saqué el saco y lo colgué. Me cambié tan rápido como pude porque me daba miedo que alguien entrara y me viera. Me puse los zapatos deportivos.

Me miré en el espejo evaluando mi aspecto. No me veía tan mal, me veía decente.

Dalilea salió después de un rato.

— Lo hiciste rápido. —  dijo sujetándose el cabello en un moño. —  Será mejor que sujetes tu cabello, a los entrenadores no les gusta que este suelto, dicen que perjudica.

Hice lo que me dijo. Sujeté todo mi cabello en una cola de caballo alta. Era una de las pocas veces que lo tenía así, estaba muy acostumbrada a tenerlo suelto aunque me gustara más cómo me veía así.

Guardamos nuestro uniforme formal en los casilleros. Guardé la llave en uno de los bolsillos de mi pantalón.

Salimos de los vestidores y nos sentamos en el pasto. Todavía era muy temprano para que el entrenamiento empezara, pero Dal me explicó que ella acostumbraba a ir antes para así vestirse tranquila y poder disfrutar del día, ya que sólo nos dejaban salir para los entrenamientos.

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