Chapter 2 - La triste canción del sirviente

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"Polvo son... y al polvo volverán" decía un tétrico fraile tuerto mientras echaba unas gotas de agua bendita a la fosa abarrotada de cadáveres.

"¡Oh Len! ¡No quiero irme y dejarte solo...! Prométeme... prométeme que no te olvidarás de mí, ¿sí?" decía una llorosa Rin en la entrada del orfanato, ya a punto de tomar el carruaje y partir lejos de él...

"Aprovecharé estas vacaciones para ir a verte en ese castillo donde trabajas..."

"¿Continuamos, Rinny?"

"Si amo... tómeme... tómeme..."

― ¡Ahhhghhh...!

Len se despertó de golpe y respirando profundamente para poder recuperarse. Se frotó las manos, aun cubiertas por los vendajes tras cortarse las manos por su arranque de desesperación frente al espejo, para intentar ahuyentar al frío. Otra noche igual a las anteriores: Retazos de desagradables recuerdos paseándose por su mente, sin detenerse nunca, cual sombras amenazadoras.

Las hojas rojas y amarillas eran barridas de un lado para el otro frente a la alta y estrecha ventana. Un sol macilento hacía lánguida presencia entre las grises nubes y el viento que alborotaba los cabellos y escocía la cara.

Desde la horrible tarde que Len se había dado cuenta de que su adorada Rin fue violada impunemente por su amo (pues no había otra definición que darle, sino precisamente esa), la vida de Len, antes difícil, ahora se había vuelto un maldito infierno. Aunque el amo cambiaba constantemente de favorita como de ropa, más de una vez Len lograba atisbar por la rendija de la puerta del despacho a Gakupo sentado en su sillón, completamente vestido como un alto dignatario, teniendo a una Rin muy ligera de ropas sentada sobre sus rodillas, dejándose agasajar por él. El rubio se moría de la rabia y de los celos al ver esas escenas... Así es, ladies and gentleman: No es solamente la furia de un hermano al ver como su hermana es humillada y vejada, manchándole el honor y la dignidad, usándola cual prostituta de burdel, o bien cual esclava morisca o negra, si no también estaba presente la rabia de un hombre al que le están arrebatando vilmente lo que era suyo y que le pertenecía solamente a él...

Pero claro: Len no podía hacer nada. Esa era la Ley del más Fuerte, la Ley del Señor Feudal... La ley divina dada por Dios: Gakupo era su amo, su señor, su protector... y él no era más que un insignificante sirviente y por eso mismo no podía protestar, sino morderse la lengua y callar, como todos los demás, no importa que tan terrible sea el atropello o injusticia... ¿Y luego esos frailes gordos pregonan en la misa que todos los Hijos de Dios son iguales, sean señores o esclavos? Asquerosa mentira, señores.

Len suspiró mientras se levantaba de su jergón. Debido a que hacía demasiado frío para asearse afuera como siempre, y también considerando que precisamente estos días su amo tenía por costumbre dormir hasta más allá del mediodía, el sirviente aprovecharía la oportunidad de usar el cuarto de baño. Tomó varias toallas, entró al baño y se deshizo de sus ropas, dejando que el agua caliente y el vapor de las estufas acariciaran su cuerpo, de complexión delgada y menuda, pero firme y bien formada. Cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás, dejando que el calor se apoderara de su cuerpo, pues su alma, en esos momentos, estaba tan helada y marchita como las mismas hojas muertas del jardín.

...

Era una noche helada. La casona estaba en completo silencio y todas las luces estaban apagadas. Gakupo se retiraba por fin a dormir, después de una estruendosa orgía con Meiko, Luka y Miku como si fueran romanos en bacanal. Len terminó de hacer todos los deberes de la casa y subía las escaleras para ir a su habitación... Pero vio la puerta entreabierta del cuarto de Rin, localizada en el ala izquierda de la casa. Después de dudar por unos momentos, Len entró en la habitación que era de tamaño grande, amoblada con lujo y buen gusto, con alfombras muy tupidas, muebles con mucho barniz y una amplia cama con doseles.

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