XV

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Sabine observaba atónita la escena que jamás espero ver, sabía perfectamente cuál era la relación entre Hugo y Adrien, había que estar ciego para no sospechar incluso un poco.

Luego de unos segundos su atención se centró en Marinette, quien con una comunicativa mirada le pedía ayuda desesperada. Sabine comprendió el mensaje perfectamente.

— ¿Acaso es Adrien? — preguntó, fingiendo no saber nada al respecto. —. Mírate, cuanto has crecido. — Él esbozó una sonrisa, acercándose a ella con Hugo en brazos.

— Ha pasado mucho tiempo, ¿cómo va la pastelería señora Cheng? — El rubio mayor subió al pequeño hasta sus hombros de forma tan casual y simple como si fuera cosa del día a día.

Marinette se sentía cada vez más histérica con las actitudes que tomaba Hugo al estar frente a Adrien, como si la sangre jalara de ambos.

— Bastante bien ha decir verdad. — Depositó sus ojos en Hugo, mismo que se encontraba acariciando lentamente los rizos dorados, disfrutando de la textura con sus diminutas manos. — Veo que ya conoces a mi nieto.

— ¡Claro! Somos amigos ¿No? — Cuestionó al infante y este respondió asintiendo efusivo.

Sabine rió, estirando sus manos al pequeño, clamando por atención. — Cariño, ¿Quieres ir al parque? — Preguntó, refiriéndose a su nieto.

— ¡No! Yo quiero estar con Adrien, ¡Quiero ir al parque con Adrien! — Reclamó él.

— Vamos, Adrien no tiene tiempo para estas cosas, es hora de irnos. — Sin embargo, Hugo se resistió.

— ¡Claro que tiene! ¿Verdad Adrien? — Cuestionó observando al mayor.

— ¡Claro que tengo! ¡Al parque se ha dicho! — Exclamó mientras sus pies se dirigían al lugar que yacía justamente frente al edificio.

Marinette suspiró. — No te preocupes mamá, yo controlare situación, puedes volver a casa. — Sabine no discutió con su hija, se negó a empeorar la situación que ya de por sí era difícil para Marinette.

Estaba a punto de anochecer, el cielo se tornó rojizo, ya no hacia frío. Era el día perfecto para una tarde en familia, si tan solo fueran una realmente.

Adrien y Hugo jugaban animados en el carrusel. Marinette los observaba complacida, desde una banca cercana.

Al no tener nada que hacer, sacó su fiel libreta, intentando plasmar la felicidad que provocaba en ella tan simple escena.

Y por fin la encontró, aquella inspiración que creía perdida.

— ¿Acaso causas lo mismo en todas más maldigas chicas, Adrien? — Se preguntó bajito.

No lo sabía con exactitud, imaginaba que sí, pero por el momento, estaba agradecida de que sólo sus azules fueran testigos de aquella postal.

De pronto y como si el destino llamara por un golpe de realidad, el cielo comenzó a nublarse. Sin duda, llovería otra vez.

Caminó a paso veloz, preocupada por la salud de su hijo y la posible gripe que la humedad del ambiente traería consigo.

— Amor. — Llamó, a lo que ambos jóvenes voltearon en busca del llamado. — Qui-quiero decir, Hugo... Es hora de irnos, pronto lloverá. — exclamó alto, provocando que las mejillas de Adrien se tiñeran por la vergüenza.

— ¿Podemos invitar a Adrien a jugar videojuegos? — Preguntó Hugo esperanzado y antes de que la chica pudiera decir algo, Adrien ya se había entusiasmado con la propuesta, preparando sus mejores ojos de cachorro para rogarle a Marinette.

• Le Secret • (Corrigiendo)Where stories live. Discover now