Problema.

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Capítulo 1.

Problema.

Con ambas manos en los bolsillos y distraído en la piedra que pateaba, Lucas caminaba sin un rumbo definido; hacía poco que el sol se había ocultado y tal vez su próximo paradero sería un lugar de comida rápida. Vivía en un viejo apartamento en un zona nada lujosa y trabajaba en una tienda de ropa de segunda mano; le alcanzaba para subsistir y para algunos pequeños caprichos, con eso estaba bien, nunca fue ambicioso; nada parecido a sus cuatro hermanos.

Suspiró y decidió que tomaría un atajo hacia la zona concurrida de comercios, buscaría algo de comer y tal vez vería una película, le encantaba el cinema. Se detuvo mirando el callejón que lo llevaría de manera más rápida hacia su destino, no estaba muy iluminado y tendría que pasar entre edificios viejos y abandonados; no era cosa de otro mundo ni había nada qué temer, porque siendo sinceros nada era más aterrador que su padre.

Volvió a mover los pies con parsimonia y se adentró en la callejuela; esperaba los ruidos comunes: autos a lo lejos, algunos gatos, ratas tal vez pero eso no era todo, en esta ocasión juró escuchar un gemido.

Se detuvo y agudizó su oído; percibió el quejido, era de dolor. Apresuró el paso siguiendo el gimoteo hasta llegar a uno de las construcciones más derrumbadas, el sonido parecía venir del sótano; se introdujo con cautela por una ventana rota notando que seguramente quien estuviera allí estaba usando velas para su iluminación, ya que había un halo rojizo.

—Por favor, no más.

Lucas se asomó y vio a un joven hecho un ovillo en la esquina del cuarto.

—Pero si apenas estamos empezando— exclamó un sujeto inhumanamente alto ondeando un látigo.

—Te lo suplico.

—Es inútil que supliques— se acercó peligrosamente al muchacho mal herido, —nadie puede salvarte.

—¿Por qué no mejor acabas conmigo de una vez por todas?—, notó que apretaba los puños.

—¿Y terminar con la diversión?— rió el agresor, —jamás— agitó el látigo haciéndolo impactar en la espalda del muchacho.

—¡Detente!— Lucas salió de su escondite, —¡No le hagas daño!

El hombre del látigo dio media vuelta y miró a Lucas de pies a cabeza, sonrió son lujuria, —oh preciosura, claro que lo haré.

Lucas era menudo de cuerpo, el cabello castaño-rojizo y largo hasta los hombros enmarcaba su rostro pequeño, sus labios llenos, su nariz respingada y sus ojos almendrados y chispeantes, aquellos que siempre habían llamado la atención de varias mujeres y también de hombres.

—¡Ve-Vete!— exclamó el herido, Lucas lo miró, se había arrastrado un poco y ahora le hablaba con miedo y preocupación, —¡Huye de aquí!

—Muy tarde— el sujeto agitó el látigo y este chasqueó en el aire e hizo eco; —esta noche habrá doble diversión.

Lucas volvió su atención al agresor y entrecerró los ojos, —no cuentes con ello, y tampoco voy a dejar que sigas haciéndole daño.

—¡No lo entiendes!— gritó otra vez el muchacho, —¡Es un demonio!

El sujeto alto comenzó a reír y dejó ver lo aterrador que era: la mandíbula pareció desencajarse puesto que descendió casi hasta su pecho descubriendo su doble fila de dientes puntiagudos y su lengua bífida; su nariz se esfumó y sólo quedaron los dos orificios por donde seguramente respiraba, y sus ojos rojos y desorbitados.

Lucas parpadeó por lo inesperado de la visión pero luego inhaló profundamente.

—¡Ey, soy yo el objeto de tu diversión!— el joven herido se sostuvo de la pared intentando ponerse de pie; —¡Él es inocente, déjalo ir!

—¿Y qué te hace pensar que haré lo que tú digas?— el demonio contestó sin mirar a su primera víctima, dando un paso hacia Lucas, su voz causaba un eco de ultratumba.

—¡Detente. No te acerques o te arrepentirás!— amenazó Lucas dando un paso hacia atrás.

—¿O me arrepentiré?— se burló el sujeto; —Eso quiero verlo—, alargó el brazo y tomó del cuello a Lucas.

—¡No!— gritó le muchacho; mentiría si dijera que no estaba asombrado, cualquiera en lugar del recién llegado seguramente se habría desmayado de la impresión, pero él no, parecía nervioso pero no temeroso; aunque eso no quería decir que no se preocupara por él; —¡Suéltalo!— comenzó a llorar; jamás se perdonaría que por su culpa alguien inocente fuera dañado.

Pero sus oscuros ojos se abrieron en demasía cuando vio que el joven menudo de cuerpo, en un rápido movimiento le sacó el corazón al demonio, literalmente.

Cuando la enorme y fría mano se cerró alrededor de su cuello, Lucas aprovechó la cercanía para extender sus filosas uñas y llevar su mano al pecho de su agresor, traspasarlo y arrancarle el corazón; —te lo advertí— murmuró justo antes de que el pesado cuerpo cayera frente a él.

—¿Pp-pero... quién diablos eres?— balbuceó el demonio aún sin corazón.

Lucas se inclinó un poco sobre él para mirarlo, —te pedí dos veces que te detuvieras; no iba a haber una tercera.

—Eres tú, Lu-Luc...— los ojos rojos se pagaron antes de que terminara su oración y casi al mismo tiempo Lucas arrojó el corazón lejos del cuerpo.

Se escuchó un gemido, Lucas miró hacia el muchacho y lo encontró hecho un ovillo nuevamente.

—Oye, estás a salvo— le habló y con cuidado se acercó, sabía que le tenía miedo, estaba temblando.

—¿Eres también uno de ellos?— preguntó sin cambiar de posición.

—Mi nombre es Lucas y...— gruñó de dolor y se sujetó el antebrazo derecho, algo le había quemado. Miró el área afectada y notó un símbolo, uno que había visto una vez antes pero quiso asegurarse, así que preguntó, —¿le pertenecías a ese demonio?

—Eso decía cada vez que me azotaba.

—¿Cómo sucedió?— se acercó un poco más, poniéndose de cuclillas, a su altura. Lo observó mejor, su cabello azabache era bastante corto, su mandíbula era casi cuadrada y fuerte, bajo sus cejas pobladas resplandecían sus ojos grandes y negros.

—Yo...— se removió nervioso, la mano de Lucas aún tenía sangre, —yo...él me engañó.

—Oh, no. ¡¿No me digas que le vendiste tu alma?!— frunció el ceño, —¡Pero qué tonto eres. La avaricia nunca lleva a nada bueno!

—¿Qq-qué?— preguntó confuso, tiritando.

—¡Tú mismo te lo buscaste, debí dejar que te azotara; entonces no estaría metido en este problema!— señaló lo que recién acababa de aparecer en su piel.

Lo ojos negros del muchacho viajaron de la marcaal rostro de Lucas, —yy-yo... lo ss-siento; perdón... perdóname— fue lo último quepudo decir antes de caer inconsciente.    

LucasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora