Capítulo III

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Tres años después, cuando cumplí 10 años, una visita inesperada nos sorprendió a mi padre y a mí. Laurence. Me dijo que se llamaba Laurence.

-Tú debes de ser Tiffany -me dijo dándome dos besos, con una sonrisa enorme. Odiaba que un desconocido me diera dos besos- ¡Qué grande estás!

Era alta, debía hacer metro ochenta. El pelo le caía por encima de los hombros en una cascada preciosa de pelo rizado. Era delgada, parecía tan frágil, que se podía romper en cuestión de segundos. Tenía pecas en las mejillas, y unos labios muy finos. Su sonrisa transmitía tranquilidad, aunque con una desconocida jamás me sentiría tranquila. No paraba de sonreír. ¿Qué le pasaba? ¿Tenía un tic o algo?

-¿Nos conocemos? -pregunté intentando mostrar simpatía, aunque pareció una burla.

-Dudo que te acuerdes de mí, tú eras muy pequeña... soy Laurence, hermana de tu... bien, de tu madre.

Esa no era ni de broma la hermana de mi madre. No se parecían en nada. Mamá se parecía mucho a mí, pelo liso y rubio, ojos marrones. ¡Hasta teníamos la misma peca encima de una ceja! Se notaba que me estaba mintiendo, porqué agacho la cabeza y no paraba de dar golpecitos con el pie izquierdo, consecutivamente.

-Creo que te equivocas, yo no tengo madre. -dije con un tono cortante. Me daba igual si parecía seca, no la conocía de nada, y ella no era nadie para hablarme de mi madre, cómo si ella supiera algo.

-Tengo una carta para tu padre, es de Marie, pero supongo que no te han hablado nunca de ella -dijo poniendo los ojos en blanco. Al escuchar Marie, mi cabeza empezó a dar vueltas. Sabía perfectamente de quien estaba hablando, y no me gustaba nada el tono con el que me hablaba esa mujer, sintiéndose superior a mí.

-Ahora mismo no está, pero si quieres, me la puedes dar, y en cuanto llegue de trabajar se la doy. -ni la miré a la cara. Ella no parecía estar molesta, así que aún me ofendí más.

Si ella me daba la carta a mí antes de que volviera mi padre, la podía leer antes que él, y nuestra casa no se convertiría en un circo de emociones.

-No, gracias, es que es una carta muy importante y necesito dársela personalmente a tu padre... -en ese momento se sentó en una silla del comedor. Oh no, si se creía que se iba a quedar en mi casa iba lista.

-Perdona, pero es que tengo trabajo, así que si no te importa... -dije señalando la puerta con frialdad.

-Oh... dile a tu padre que Marie se encuentra bien, sólo quería que tu padre lo supiera y que no se preocupase. -empecé a mosquearme. No sé si me molestaba más que se sintiera superior a mí, o que supiera tantas cosas de mi pasado que ni siquiera yo misa conozco.

-Creo que eso se lo debería haber pensado antes de irse... -pero me mordí el labio, ella no debía saber que yo lo sabía.

-¿Decías algo? -me preguntó pestañeando muy rápidamente, con cara de inocencia.

-Nada, en absoluto. -le contesté balbuceando.

-También me ha dado algo para ti, Tiffany, pero no quiere que lo abras hasta que tengas 13 años... es por si no nos volvemos a ver. -al decir esa última frase, pareció insinuar que realmente nunca más nos volveríamos a ver, cómo si lo supiera con exactitud... cómo si hubiera planeado algo para no volvernos a ver jamás. -Tu madre tiene ya 30 años, está casada y vive en California de nuevo, trabajando en un Hotel. -dijo. Pero esta vez su rostro no parecía la misma dureza que quería transmitir al principio. Eso me dejó bastante atónita, así que intenté decir algo, para que no supiera que me había trasvasado.

-Oh... -dejó una carta encima de la mesa del comedor, y se fue por la puerta por la que había entrado.

Un silencio se estableció en la sala. Me puse algo nerviosa, pero no entendía muy bien el porqué. Era una carta de mi mare, no debía importarme en absoluto, no la conocía de nada.

Me prometí a mí misma de no abrir esa carta hasta que cumpliera los trece años... pero no tardé mucho en romper esa promesa; al fin y al cabo, fue mi madre la que me enseñó a romper promesas...

Recuerdos prohibidos {EDITANDO}Onde histórias criam vida. Descubra agora