Capítulo XXXVI

340 37 8
                                    


Solo faltaba un día para la lectura del testamento de Violet, Albert observaba el jardín, floreciendo en pleno verano, extrañaba a su hermana que por aquellos días se encontraría entre los arbustos que limitaban el jardín del bosque. Por otro lado, hacía tanto tiempo que ambas familias no estaban en los alrededores que se le hizo difícil acomodarlos a todos, la tía abuela había llegado antes que ellos, pero seguía en el mismo plan de Chicago, ella no les hablaba más que para lo necesario. Los chicos estaban ayudando a hospedar a los Duff, Margueritte y Henry se encontraban en un plan muy pesado por lo que los instalaron en el ala oriente de la mansión, quedando entre las habitaciones que estaban destinadas a la reina y a la señora Elroy.

Hobes llegó junto a su hijo y fue conducido al ala este, donde se encontraban Annie, Archie, Stear y Patty, además de George y Albert. Albert sabía por George que los Clarke se encontraban en una cabaña de campo cerca de la mansión y que llegarían justo a la hora de lectura del testamento, por lo que por ese lado se encontraba más que tranquilo. Richard había llegado hacia unos escasos minutos, también hospedándose en la Mansión Andley ya que no quería importunar a su hijo y nuera, dado que Albert había hablado con él en el vuelo a Escocia. Esa tarde, Albert se encontraba en la biblioteca cuando tocaron la puerta.

- Adelante – dio acceso el rubio, tomando un poco del licor del vaso que sostenía con la mano derecha.

- Buenas tardes tío – se oyó el cerrar de una puerta y un saludo que no se esperaba.

- ¡Ah, eres tú! – comentó cuando él visitante se acercaba y el apenas había volteado el rostro. ¿Tenías que venir? – cuestionó volviendo la vista al jardín.

- Por supuesto, citaron a toda la familia y dado que los Clarke anduvieran por aquí, quizás te sea necesario – él chico se limitó a ofrecerse de carnada, haciendo caso omiso al comentario del rubio parado al lado de la ventana.

- Tienes razón, ¿cómo estás? – prefirió preguntar.

- Mejor, mi extraña obsesión por Candy parece haber desaparecido si es lo que te preocupa – refirió el chico sonriendo.

- Eso espero, mañana no podré con todo, si también te tengo que cuidar a ti. Bastante tenemos con una fricción como para propiciar otra – le informó notando como su mirada parecía contrariada.

- ¿Cómo dices? – quiso saber él.

- No me hagas caso, yo sé mi cuento – le sonrió a la ventana, no sabía ni que es lo que estaba diciendo.

- Si tú lo dices, por cierto y ¿Candy? – cuestionó con voz inquieta.

- Con su esposo, ¿con quién pensabas que estaría? Lo bueno es que la obsesión se ha alejado – el rubio no pudo evitar la carcajada que salió de su garganta.

- Pues no lo sé, con eso de que se casaron en secreto y que tú la solapaste pues... digamos que la tía abuela no sigue contenta verdad.

- No. Aún no me habla, pero mejor, ella se hará cargo de la estancia de la reina en la mansión – se limitó a comunicarle lo que era obvio.

- ¡Qué oportuno! – respondió con ironía.

- Déjate de ironías sobrino y trata de no crearme más problemas. Ahora si me disculpas tengo cosas que hacer. Por cierto, te tengo vigilado para que no entorpezcas la relación de Candy con su esposo – le advirtió con sorna.

- ¿Por qué la defiendes tanto? ¡Mira cómo es que me tienes vigilado! ¡No te da tristeza que me mantenga con este dispositivo todo el día! ¿A dónde podré ir así? – espetó furioso, observando el dispositivo de arresto domiciliario que llevaba desde que había salido de la clínica.

Un amor que no entiende de pasionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora