Las Manos En El Ataud

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Cuentos del Pastor
MANOS EN EL ATAÚD

Jorge era un esposo cariñoso, y sus hijos presumían orgullosos acostumbrados a los elogios recurrentes de los vecinos.

Su reputación era intachable; desde muy pequeño se mostró maduro, prudente, sencillo, amistoso, y de gran corazón. Todos habían recibido alguna vez un favor suyo, pues él estuvo siempre atento a la necesidad ajena.

Una mañana, tras un punzante dolor en el pecho, cayó desmayado; su cuerpo robusto quedó tendido en medio de la fábrica, junto a la máquina de perforar.

Despertó y respiró pocos minutos más; y mientras esperaban el servicio de urgencias, su mirada impotente acompañó su mano, con la que dio un fuerte apretón al brazo de su mejor amigo; segundos después y sin emitir palabras, partió a la eternidad con tan sólo 36 años.

El funeral fue increíblemente masivo; familia, iglesia, amigos, y vecinos; nadie faltó a su despedida, y el barrio entero paralizó las actividades principales ese día.

Todo parecía coronar la conducta ejemplar de este admirado muchacho, hasta que sucedió lo menos pensado:

Por la puerta principal, ingresó una joven mujer vestida de negro acompañada de sus tres pequeños niños.

Se abrió paso entre la gente, se paró junto al cajón, levantó por turno a cada uno de los niños y lloró libremente su dolor.

Luego de unos minutos se secó las lágrimas, miró a los ojos a todos los presentes y se fue tan silenciosa como había entrado.

Nadie se atrevió a decir palabra, las miradas desconcertantes fueron común denominador, y todos quedaron estupefactos; Jorge, borraba en un momento sus exaltadas virtudes decepcionando a propios y extraños.

Reflexión

Me permito reflexionar sobre la actitud de la mujercita desconocida.

Se abrió paso venciendo opiniones y reacciones, como portando un derecho innegable; se propuso llegar hasta el mismo cajón, y darse a sí misma y a sus pequeños una merecida despedida.
¿Qué le hizo tan determinada y segura? ¿Por qué aparecer en ese preciso momento? ¿Cuándo y dónde nació tamaña osadía? ¿Cuándo dejó de importarle nada?

La Palabra de Dios menciona a dos hombres en similar actitud, leamos:

Después de todo esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, pero secretamente por miedo de los judíos, rogó a Pilato que le permitiese llevarse el cuerpo de Jesús; y Pilato se lo concedió. Entonces vino, y se llevó el cuerpo de Jesús. También Nicodemo, el que antes había visitado a Jesús de noche, vino trayendo un compuesto de mirra y de áloes, como cien libras . Tomaron, pues, el cuerpo de Jesús, y lo envolvieron en lienzos con especias aromáticas, según es costumbre sepultar entre los judíos.
Juan 19:38-40

José de Arimatea fue un discípulo secreto, el temor a los judíos lo mantuvo siempre en las sombras; pero en el momento político y religioso menos conveniente, aparece sin reservas pidiendo el cuerpo del Señor para darle honorable sepultura.

Nicodemo un maestro de Israel, un miembro honorable del Sanedrín, pierde sus prejuicios, y se descubre sin miedo ante sus pares, comprando un compuesto de 100 libras de mirra y áloes para honrar al crucificado.

¿Cuáles son las motivaciones que les llevan a vencer la cobardía y las inhibiciones?

Un mezcla esencial: Amor verdadero y convicción personal.

El amor perfecto y maduro. El amor capaz de todo Y la fe, la convicción de hacer lo correcto. Creer que es necesario, y que debe hacerse.

La Palabra dice:

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