V.

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Capítulo 13

El espíritu de la navidad se podía sentir en el ambiente. La recepción de la empresa tenía un inmenso árbol decorado con atavíos dorados, al igual que cada oficina era adornada de acuerdo al gusto de la persona que allí se desempeñara, pero, eso sí, todos los adornos debían ser dorados. Era la única condición impuesta.

A Danna le encantaba la Navidad. La felicidad y paz que se respiraba en el ambiente era un aliciente en su gris vida. Siempre había sido así. Sin embargo ahora estaba lejos de todo lo que le era familiar, conocido; había nuevas costumbres que conocer. Pero eso era lo de menos, suponía que por la cercanía de esta fecha tan especial, Stefano dejaría de hostigarla finalmente. En las ocasiones que se habían encontrado ambos estaban tensos y firmes en su posición: Stefano en que ella debía irse y cuanto antes, mejor. Y Danna no iba a dar su brazo a torcer, se iba a quedar, le gustaba estar ahí y Stefano no lo estropearía.

–Danna, ¿vienes a la fiesta? –preguntó Mandy asomando su cabeza por la puerta entreabierta.

Era cierto. Iba a haber una fiesta de Navidad y ella ya estaba lista para el intercambio de regalos. Habían jugado al Santa secreto y, como no, le había tocado obsequiarle a Marie. ¡Qué mala suerte! En fin, le pidió consejo a Mandy y se decidió por un hermoso suéter de cachemir tono palo de rosa. Era precioso, pero Danna tenía sus dudas.

–Sí, déjame terminar esto y voy en un segundo –contestó Danna sin separar la mirada del ordenador.

–Por supuesto –Mandy acabó de entrar a la oficina–, Por supuesto que no. Si te dejo, seguro que vas cuando la fiesta ya esté terminándose. Y no digas que no –adelantó, ante el atisbo de protesta de Danna–. Todos ya sabemos cómo te enfrascas en tu trabajo y te olvidas del exterior. Así que vamos, ya estamos casi todos reunidos –apuró Mandy halándola, en broma, del brazo.

Danna sonrió y detuvo su trabajo. Apagó el ordenador y empezó a dar un pequeño retoque a su ligero maquillaje. Mientras tanto Mandy pensaba en que la única persona que faltaba era su esposo, Stefano. Era muy curioso que él se hubiera unido al juego, en realidad siempre había odiado obsequiar a personas que no conocía, solía decir, y más cuando a quien debía dar el regalo era a Danna, la nueva diseñadora. Ella le había aconsejado regalar algo práctico. Con un bonito reloj uno nunca se equivocaba. Pero él insistió en comprarle un libro, bueno, tal vez le gustara la lectura, pero y ¿si no era así?, además ¿un libro de poemas?

–¿Te gusta la lectura? –preguntó con tono casual.

–Sí, me fascina leer –contestó Danna despreocupadamente– y seguro que ya nos esperan. Vamos.

Mandy sonrió y caminaron juntas comentando las compras que harían por Navidad. Era una época en que los regalos siempre eran bienvenidos.

La sala de diseño estaba espléndidamente decorada. Habían retirado la gran mesa que servía para intercambiar ideas y sin ella ahí, se veía enorme. La navidad se respiraba, adornos dorados colgaban del maravilloso árbol. El infaltable muérdago en la puerta y pequeños y adorables lacitos situados por todo el local. Era precioso todo y tenía cierto aire chic. Danna estaba impresionada, además había una mesa en el rincón con todo tipo de bocadillos y una gran pista de baile.

Danna se estaba rezagando para ir con los diseñadores, pero Mandy no se lo permitió, le tomó del brazo y le encaminó directamente a Stefano.

–Hola, mi amor –saludó alegremente Mandy a un serio Stefano y le dio un casto beso en los labios–. No sé si se conocen pero que mejor oportunidad que ahora. Danna él es mi marido Stefano, ella es Danna la nueva diseñadora y nueva amiga también –diciendo esto abrazó a Danna–. Ah, pero creo que Leonardo ya los presentó, ¿no? Bueno no importa, mejor vamos a saludarlo.

Encuentro con el destino (Italia #1)Where stories live. Discover now