Capítulo 53

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Suspiré aliviada cuando la pastilla se deslizó tranquilamente por mi garganta. Abro la puerta del baño y salgo cojeando un poco; debo acomodarme la venda en el pie de nuevo. Él me mira y sonríe con pena, y yo río un poco, algo nerviosa aún. Aferro la toalla a mi cuerpo y muerdo mi labio, quedándonos callados y mirándonos en silencio por algunos segundos. Me sentía muy extraña, mi cuerpo... no era el mismo, en definitiva. No sabía cómo explicar aquella sensación de falta, pero estaba ahí; agradecía a mi mente el no aturdirme tanto con la idea de haber dejado de ser virgen anoche. ¡Ni siquiera sé porqué...! Demonios. <<Basta, Daphne>>, me advirtió mi subconsciente de manera relajada como quien pierde la virginidad a diario, mientras mi niña interior abraza a sus piernas y se balanceaba sobre sí aún intentando asimilar lo sucedido.

—¿Cómo amaneciste, bebé? —me preguntó con inmensa dulzura, y el resentimiento casi desaparece por completo. Se acercó a mí y acarició mi mejilla con adoración, mirando con atención cada facción mía—. ¿Estás bien, Daph?

—Sí —asentí despacio, y de inmediato me aferré a él como un pequeño koala—. Te amo. Tengo ganas de golpearte. —Acepté, y las razones variaban.

Él vacila, y se aleja un poco de mí, mirándome con gracia. Hago un mohín.

—¿Y qué hice ahora?

—¿Qué no hiciste? —Corregí, y suelto una pequeña risa. Niego—. Olvídalo, eres un cerebrito muy tonto.

—¿Cómo es eso? —me miró confuso. Rodé los ojos e hice un ademán dándole a entender que no debía preguntar más.

Sólo a él se le puede olvidar usar preservativo. A él y un millón de chicos más.

Y sólo a mí se me puede olvidar advertirle aquello. A mi, y a mil chicas.

—Oh, traje el desayuno, amor —retrocedió y caminó a su escritorio, tomando una bandeja en manos y tambaleándose hasta llegar hacia su cama. Me pregunté cómo hizo para hacer el desayuno con prácticamente una mano, hasta que recordé la noche anterior, en donde el dolor realmente parecía haber desaparecido; si de él trato—. Espero que te guste —sonrió.

Me senté con cuidado en la cama, y solté un quejido agudo. Él mordió su labio, pero luego sonrió, con divertido sonrojo en las mejillas.

—Lo pillo.

—Por supuesto que lo haces —lloriqueé, echándome por completo entre las sábanas ya cambiadas. El ligero punzón que sentía en mi zona baja se estaba haciendo insoportable a medida que el tiempo pasaba, sólo esperaba que pasase a la misma velocidad dentro de poco, o terminaría acusada de homicidio.

Oigo su risa y las ganas de golpearlo se hacen más grandes. Si él cree que va a librarse de mí después de esto, está muy equivocado.

—No puedes volver así a casa, Daph, y quiero pasar más tiempo contigo —murmuró sentándose a mi lado tras dejar la bandeja lo suficientemente estable, y toma mi mano—. No tengo ganas de ser acribillado por Bill Hurley, porque sé lo que pasará si te ve con la pierna herida y, 'oh, sorpresa', está adolorida tras no llegar a casa cuando se le dijo que debía —ríe, aunque con cierto nerviosismo. Sonrío, y doy un ligero apretón a su mano.

—Pediré permiso para pasar más tiempo contigo ahora, pero no te sorprendas si no podemos salir durante la semana siguiente.

—¡Oh, vamos! —lloriqueó, y yo reí. Se acerca a mí y me abraza con cuidado pudiendo sólo rodearme con un brazo, hundiendo su rostro en mi húmedo cabello y depositando un beso ahí luego—. Tendremos que aprovechar las horas en la escuela entonces... Maldición, ojalá pudiésemos saltarnos las clases.

NERD.Where stories live. Discover now