HISTORIA 6 (o cómo vivir el pasado) 1ª parte

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   Me despertó una especie de resplandor, igual que cuando estás en la playa tomando el sol y por muy fuerte que cierres los ojos sigues notando la luz como dos puntitos de color rojo. Recuerdo que antes de despegar los párpados pensé: “¡Vaya!, así que los perros también necesitan gafas de sol para salir al exterior”. Abrí lentamente los ojos para acostumbrarlos a un torrente de luz impresionante y vi cómo alguien nos miraba con atención, con la cara tan pegada a las nuestras que podía sentir su respiración. Solté un chillido que despertó a mis hermanos y de paso asustó a aquel extraño, que se fue corriendo. Con tanto alboroto Nikon se puso a gruñir amenazante hasta comprobar que todo estaba bien.   

   Así en pocos segundos tuvimos que asumir varias cosas: primero, volvíamos a ser humanos normales; segundo, ya no estábamos en casa y tercero, tratándose de José, el siguiente en la lista, podíamos estar en cualquier época y lugar del mundo.

      José sólo tuvo que echar un vistazo a su alrededor para saber dónde estábamos, y exclamó con entusiasmo:

  —¡Qué guay!, ha salido justo lo que quería.

  —¿Y qué es lo que querías exactamente? —preguntó Luis mientras José no podía dejar de sonreír.

  —Bueno, en realidad esto es un experimento —contestó entusiasmado.

  —¿Un experimento? ¿Qué quiere decir eso de “un experimento”? —inquirió Julián.

  —Papá siempre dice muy serio que los experimentos son para la gaseosa, aunque no sé a qué se refiere —comentó divertida Carmen.

  —A ver si lo entiendo —interrumpió Natalia—. Hemos estado en China; en un laberinto que vete tú a saber dónde se encontraba y en el que hemos tenido que aguantar a una voz maniaca; en una cárcel de algún lugar de Arabia; casi nos come un bicho gigante que además era, nada menos, que de Plutón; nos hemos convertido en perros, y no contento con todo eso, tú ¿quieres hacer un experimento?

  —Pues… sí —contestó José no muy convencido.

   La tensión se podía cortar. Todos esperábamos uno de los temibles estallidos de Natalia, que llevaría inevitablemente a una pelea entre ella y los trillizos. Vimos cómo cogía aire, suspiraba y decía:

  —Vale, sólo era por saberlo.

   Era la respuesta que menos esperábamos, así que nos entró una de esas risas tontas,  justo de esas que no puedes controlar. 

  —Bueno —dijo Julián, que fue el primero en recuperarse—, ¿en qué consiste ese experimento?

  —Pues veréis, estamos en el patio de una casa de…

   Pero José no pudo terminar la frase. No sabría decir muy bien de dónde, aparecieron dos niños. El más pequeño, de unos seis años, nos señalaba mientras decía:

  —¿Ves, Finofer, como no soy un mentiroso? Ahí los tienes, y tienen un pouhor muy raro —estas últimas palabras las dijo señalando a Nikon.

  —Ya me he dado cuenta, Moui. Si no lo veo no te hubiera creído jamás. Claro, que eso te pasa porque siempre te estás inventando cosas —contestó el mayor, de unos once años.

  —¿Quiénes sois vosotros? —interrogó Julián un poco incómodo.

  —Teniendo en cuenta que estáis en mi casa —dijo el chico mayor, recalcando la palabra “mi”—, creo que sois vosotros los que tenéis que dar explicaciones.

   Carmen comenzó a parlotear de forma espontánea, y empezó a decir:

  —Pues nosotros estábamos en nuestra casa y al suplicarle a la Luna…

Siete historias (o excavando en el pozo de la fantasía)Where stories live. Discover now