Capitulo 41 - Bahamas - Parte 1

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— Sí, creo que sí.


— Qué maravilloso mi amor! Ahora véte a tomar una ducha y cambiarse, te espero para llevarte a trabajar. Quiero pasar todo el día contigo hoy! - Sonrió.


— ¿Todo el día?


— Sí, todo el día .. Te eché de menos. Quiero ponerme al día.


— Está bien -. Silvia dijo, desconcertada y salió de la sala en dirección a su habitación.


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                                       Esa noche, cuando Jorge llegó a casa, Mabel estaba sentado en el sofá aprensiva. Había tomado una decisión y actuado por impulso y tenía miedo de la reacción de su padre.


— Mabel, y esa cara  mi hija?


— Papá, es que hice algo, y no sé si vas a gustar. - Ella respondió con nerviosismo.


— Mabel, lo que hiciste hija? Habla pronto Mabel.


— Acabo de llamar a la abuela Celina. - Dijo a la vez.


— Hiciste que?


—  Llamé a la abuela Celina y dije que tú iba a casarse.


— Mabel, hija, ¿por qué has hecho eso?


— ¿Por qué no quiero echar a perder tu romance papá. No es justo que por mi culpa no puedas casarte.


— Y lo que dijo la musaraña? - Jorge preguntó con nerviosismo. - La forma en que es, sin duda quiere a embarcarte en el primer avión mañana ... o peor aún, hoy mismo, en unas pocas horas ... - Dijo, caminando de un lado a otro de la habitación.


— Papá cálmate. No es nada de eso. - Mabel sonrió.


— ¿Como asi? ¿Por qué no tiene nada de esto? No me diga que ella volverá a vivir en Mexico ...


— No papá. La abuela Celina no recuerda la promesa.


— ¿Qué?


— La abuela Celina no recuerda la promesa papá! Puedes casarte con Silvia, y no tendré que ir lejos. - Dijo ella, sonriendo.


— No puedo creer! ¿Qué noticia maravillosa mi hija !!! - Él dijo, abrazando a Mabel. - Dios mío, Silvia necesita saber! Ella va a morir de felicidad cuando se sabe!


— Y no vas a decir a ella?


— Lo haré, por supuesto que lo haré.


— Y ¿qué estás esperando? - Mabel sonrió.


— Tienes razón. Pero primero, tengo que comprar algo. - Dijo y sonrió. - Voy hija, gracias! ¡Te amo! - Dijo mientras caminaba hacia la puerta, incapaz de dejar de sonreír.


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                                    Eran casi las once de la noche cuando Jorge llamó al timbre de la casa de Silvia. Nana abrió la puerta.


— Jorge, ¿qué haces aquí a estas horas niño?


— Nana, necesito ver a Silvia ahora. Es muy importante.


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