Amor Eterno

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El nunca más volvió a ser el mismo, ahora estaba ausente, pasaba el día en el patio de su casa, viendo a la nada, sus hijos pensaban que solo admiraba el paisaje, pero no era así. El buscaba respuestas, buscaba a alguien y por más que mirara no encontraba. Ya no comía, no hablaba, casi no se paraba de aquella silla en el patio, siempre sentado en el mismo lugar, mirando a su costado a una silla constantemente vacía que siempre a su lado estaba.

Sus hijos lo amaban pero no lo comprendían, solo querían que regresara el mismo viejito de siempre, alegre, feliz, divertido, pero ellos no compendian lo que el necesitaba. A veces se enfurecían y lo trataban mal, le gritaban y obligaban a pararse de aquella silla azul donde tanto le gustaba estar y soltar el agarre de la otra silla que siempre era su única compañía.

Un día pasadas las dos de la tarde, Don Tomás decidió levantarse de la cama donde sus hijos le obligaban a estar, tomo su bastón y se coloco sus lentes, ambos esenciales para caminar y poder ver el camino. El sabia que en ese lugar no encontraría respuestas ni a la persona que tanto buscaba, pero tenía claro donde si encontraría todo lo que tanto buscaba, así que con cuidado y cautela, salió sigiloso de su casa, sus hijos no se percataron de que el terco viejito, ya no se encontraba en casa.

A pasos lentos pero seguros, Don Tomás llego al lugar donde deseaba estar, trataba de caminar con la mayor firmeza aunque ya sus huesos ya no la tuvieran. Después de largas minutos por fin llego al sitio exacto, tomo asiento en una banca y vio como se acercaba la mujer que tanto había estado buscando, con la que tanto deseaba hablar.

- ¿Viejito que haces por estos lados? (Susurra una señora de piel blanca, hermosos ojos verdes oliva, cabello corto en un tono castaño, su pile clara dejaba ver las arrugas producto de su aparente edad)

- Viejita, es que te he estado buscando, te extraño mucho (Le repica con tono suave Don Tomás sentado en la banca pero apoyándose aun en su bastón)

- Viejito, tu siempre tan terco, sabes que ya no puedo estar en casa, tampoco puedo hablar tanto contigo, ni cada vez que tú quieras, tu desde de seguir sin mí, debes de luchar (Dice mientras toma asiento al lado de Don Tomás)

- Ellos ya no me entienden, yo quiero, yo quiero estar es contigo, sin ti ya no soy feliz veja, no te tengo a ti. (Ahora la voz de Tomás está quebrada y unas lagrimas se deslizan por sus mejillas rosas arrugadas por su visible edad)

- Aun no es tu tiempo viejo, aun no (Lo mira y le da una sonrisa al terminar y comenzó a alejarse lentamente)

Don Tomás decidió quedarse unas minutos más observando el lugar, nunca le había parecido mas valioso y preciado el cementerio. Al paso de unos minutos se puso de pies y con esfuerzo regreso a su casa, sus hijos estaban preocupados por el, así que cuando lo vieron, se abalanzaron sobre él.

Con el pasar de los días ya el Don no se sentaba en el patio, sino que se escapaba cuando creía no ser visto, aunque ya sus hijos estaba consientes a donde iba, y estaban cerca del aunque él no se diera cuenta. Hay estaba Don Tomás como todos los días, visitando a su esposa, hablando sobre la vida, de la presencia y ausencia de esta. El recorrido para Tomás ya era cansado, doloroso y tardío, ya sus piernas no daban, ahora todos sus movimientos, se efectuaban con mayor dificultad, pero al entrar al cementerio, sacaba fuerzas de donde no tenia, la mujer más bella lo esperaba, en la misa banca de todos los días.

Hablaban y hablaban, el tiempo pasaba y ellos seguían, él sabía que su día se acercaba y ella solo quería que el luchara. El día llego, todos los hijos y nietos de Don Tomás estaban en el cuarto con él, el ahora reía y hablaba, desde aquel día que volvió a ver a su viejita, pero ya los años le jugaban una mala pasada, Don Tomás se dejo llevar, pero antes le dijo a todos cuanto los quería y que un día entenderían lo que el amor verdadero puede hacer. Así fue como Tomás emprendió su travesía al cementerio, ahora liviano y sin carga, sin dolor ni bastón. Hay estaba Esmeralda, su viejita del alma esperándole.

Sus manos se juntaron nuevamente y un pequeño beso surgió con el choque de sus labios. Ahora ambos emprendieron su camino, juntos y amándose hasta la eternidad.

Ese es el poder de un amor eterno.

Ese es el poder de un amor eterno

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