teacher | uno

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Todo se veía igual que siempre, todos tan arreglados y superficiales como siempre. El reflejo que veía en las paredes de la gran mansión de los Jeon, aquella chica que vestía prendas carísimas, que se emperifollaba hasta rozar la extravagancia y que se maquillaba como toda una adulta no era realmente yo.

Todos los excesos son malos, dicen. ¿Será cierto aquello? ¿La felicidad en exceso sería realmente algo nocivo? No lo sé, nunca había sido feliz realmente. Los únicos momentos en los que había sido realmente dichosa, eran en compañía de alguien que veía pocas veces al año. Por eso podía decirse que personas como yo gozaban el contento como el único lujo que no tenían el privilegio de permitirse a diario. Siempre que le daba vueltas al asunto, desde mi corto punto de vista en el tema de las demasías, terminaba en la conclusión de que la excentricidad de mi estilo de vida era un exceso.

Por eso, a diferencia de todos los demás reunidos en el mismo espacio y tiempo que yo, no era realmente feliz. Porque sabía que ellos no venían para celebrar el cumpleaños número diecinueve de JungKook, sino a presumir lo felices que aparentaban ser frente a los otros; su felicidad estaba en sus bienes materiales, no en sus corazones. Eso me entristecía aún más, pues lo tangible iba y venía, y mi alrededor se valía de eso. Porque mi familia será feliz cuando tenga más mansiones en el exterior que las demás familias presentes.

Y en éste lugar, sólo había una sola persona que pensaba igual que yo. Quien estaba por heredar una franquicia entera y se interesaba más por desbloquear todas las pistas del Piano Tiles; y quien también hoy cumplía años. Además era de quien yo estaba enamorada ya desde hace dos años. Atribuyo que sienta ese tipo de cosas por él porque la vez que conozco a alguien así, que comparte mis ideales y es tan o incluso más sencillo que yo, no podía solo quererlo como un simple amigo.

En compañía de mis padres y mis dos hermanas mayores, caminamos hacia el colosal salón principal. Allí mismo, la madre del casi cumpleañero se robaba todo el protagonismo de la noche. Luciendo aún más somera que nunca, esbozó una sonrisa de oreja a oreja. La verdad era que no sabía que pensar de ésta mujer; recuerdo que cuando era pequeña, solía agradarme la madre de JungKook, hasta el punto de llamarla tía. Pero conforme fui creciendo, el tiempo se encargó de desaparecer la costumbre, reemplazándola en su lugar con pensamientos y creencias defenestrantes hacia la madre de mi mejor y único amigo. Mientras nos acercábamos, traté de volar todos mis pensamientos de mi cabeza. Adorné mi maquillado rostro con una sonrisa de relación social, mientras ella nos daba la bienvenida con palabras que por fuera eran cálidas pero engañosas, con un trasfondo gélido. Oí como intercambiaron un par de palabras con mis padres y mis hermanas, pero yo no había dicho más que un "buenas noches, señora Jeon". ¿Cómo podía pasar de llamarla tía a ni siquiera referirme a ella por su nombre?

Ella debió darse cuenta de que no estaba prestando atención a la conversación que estaban manteniendo por estarlo buscando a él con la mirada discreta, porque luego de mencionar cómo se habían esmerado en la decoración y los preparativos de la fiesta para que ésta saliera de maravilla, llamó mi atención con una pregunta y una propuesta que me agradaron en lo absoluto.

—YoungSoo, querida. ¿Buscas a JungKook? Ese niño no ha querido bajar ni siquiera a saludar a los invitados, está siendo de lo más inmaduro y descortés –defenestró a su propio hijo en un tono calmo, pero podía ver el enfado brillar en sus ojos–. Estoy segura de que se alegrará de verte, tal vez tú puedas hacer que recapacite y cambie de opinión –tomó mi mano y la apretó entre las suyas pidiendo ayuda. Una risa cínica me invadió mentalmente, estaban volviéndome a usar. Todos me usaban aquí.

—Está bien. Trataré de convencerlo –asentí con mi amabilidad más ensayada. No iba a convencerlo, no iba a empujarlo hacia su martirio. No se merecía eso en su cumpleaños. Bueno, en su fiesta de cumpleaños, porque realmente no era hoy.

— Oh, muchísimas gracias, YoungSoo querida –apretó mi mano en un cálido gesto de manos frías, con un semblante agradecido.

Cada vez que hablaba y me nombraba, me hacía preguntarme porqué diablos agregaba un "querida" después de mi nombre. ¿Acaso esa mujer tenía un leve atisbo sobre lo que significaba el querer a alguien? ¿O era una muletilla que intercalaba luego de mi nombre en la oración, para tener cierto desdén en su forma de hablar?

—Está en su habitación, adelante –dijo, pero sonó más como una invitación a que me fuese de allí y trajera a su pobre hijo inmediatamente.

Con un nudo en el estómago, subí las infinitas escaleras de mármol haciendo resonar mis tacones con un estruendo que hacía más eco a medida que subía más arriba, porque era donde la soledad comenzaba a envolverme, dejando atrás el bullicio extenuante de la gente que aparentaba ser feliz a mis espaldas. No nos reuníamos en persona desde hacía bastante tiempo, y digo en persona porque nos veíamos por videollamadas de vez en cuando y hablábamos por mensajes manteniéndonos en contacto. Lo extrañaba muchísimo, después de todo era el único con quien podía ser yo misma sin ser duramente criticada. Estimaba la diversión, porque estar con él significaba entretenimiento, desahogo, una distracción. Echaba de menos la felicidad que me confería estar a su lado y olvidar todo.

La habitación de JungKook era una alejada de todo, de la recámara de sus padres, y de los otros salones para nada indispensables que la familia Jeon tenía por tener. En el fondo de uno de los pasillos de la zona este del segundo piso, detrás de una doble puerta blanca, emergía una melodía dulce y melancólica a la vez, interpretada por un piano. Inhalé y exhalé un par de veces antes de despedirme de cualquier rastro de cordura que me quedaba antes de entrar por esas puertas. Al abrir una de ellas, no causó ni el menor ruido. Mi presencia había pasado desapercibida para él, quien estaba sentado con maestría en el piano de cola blanco tocando aquella canción que nunca había oído antes.

Se hallaba de espaldas a mí, pero mi corazón se aceleró de igual forma, porque hasta el imaginar su presencia bastaba para erizar mi piel. Se movía a medida que tocaba las teclas con destreza y elegancia, juraría que se encontraba con sus ojos cerrados. Si bien por momentos la melodía no era para nada difícil, y al contrario, resultaba sencilla, el hecho de que era JungKook quien la tocaba bastaba para hacerla mejor que ninguna otra que yo haya oído alguna vez.

Las luces del cuarto estaban apagadas, pues no eran necesarias. La luna y el reflejo de ésta en el mar de Busán, que se colaban por el ventanal abierto de par en par, hacían su trabajo iluminando la habitación con un brillo plateado ennegrecido. Le gustaba la oscuridad porque así no podía ubicarse. La oscuridad te hace uno con lo que tocas, ya sea un piano, una persona, o lo que sea. Porque si no lo ves, si no lo sientes, no existe.

Pero por más que la luna no me iluminase de lleno como lo hacía con él y su piano, por más que me hallase sumida en las penumbras y él se encontrase de espaldas a mí, en el momento donde la canción llegó a su fin y yo aplaudí su pequeña interpretación, existí para él. JungKook volteó inmediatamente, y al verme parada allí sus ojos brillaron con un destello que opacó el de la luna. Esbozó una sonrisa que me invitó a acercarme hacia donde se encontraba. Lucía fino y elegante, tal como yo. Envuelto en un traje de etiqueta distinguido de color negro, y con su cabello castaño claro peinado correctamente lucía incitante aún sin quererlo. Giró un poco su cuerpo, hasta quedar mirando un poco más hacia mí. Bajó la cabeza un instante y se relamió los labios, en una mueca abochornada, pero permaneció con esa sonrisa alegre manchada de nostalgia.

teacher | jeon jungkook +18Where stories live. Discover now