1. 1998

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Septiembre 17, 2014

Sombras, todo lo que podía ver por la ventana del coche era lo sombrío del bosque, y el cielo que cada vez se volvía más oscuro

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Sombras, todo lo que podía ver por la ventana del coche era lo sombrío del bosque, y el cielo que cada vez se volvía más oscuro. Tenía la cabeza apoyada sobre el cristal de la ventana del auto, y la mirada fija en mi no muy perceptible reflejo. En el fondo los árboles a la orilla de la carretera adornaban el ambiente, todos con diferentes tonalidades de verde en sus hojas. Mismas que irónicamente a pesar de poseer uno de los coles más vivos, creaban las penumbras más impresionantes que había visto en mi vida.

Tal vez discurrir sobre eso era algo tonto, pero en ese momento mi mente estaba en busca de cualquier excusa para no pensar en el lugar al que mis padres me estaban llevando. Ellos opinaban que esa «Academia» era lo mejor para mí, y el que usaran esas exactas palabras era lo que realmente me preocupaba. Lo mismo le habían dicho sus a padres a Manolo, un compañero de preparatoria, y lo habían terminado internando en un centro de rehabilitación por su problema de drogas. Y sí, tal vez eso sí era lo mejor para él, pero ahora no podía dejar de pensar en ¿qué era lo mejor para mí? Un psiquiátrico seguramente.

Mi cabeza daba mil vueltas tratando de buscar buenas razones para no saltar del auto en movimiento en ese preciso momento, y la única que se me ocurría, era que sí había aceptado venir aquí era para ya no darles tantos problemas a mis padres. Por lo que mi suicidio sería todo lo contrario a lo que tenía contemplado, y eso no ayudaba en nada. 

Habían pasado casi ya dos horas desde que abandonamos el aeropuerto, y mi exagerada yo interior, juraba que me llevaban al fin del mundo. O tal vez solo había sido porque el vuelo de 11 horas me había dejado agotada. En fin, fuera como fuese aquel otro par de horas en el coche estaba siendo las peores. Me dolía tanto la cabeza, que describir el dolor usando el típico «siento que me va a explotar», quedaba corto.

Solté un quejido y me bajé el gorro de la sudadera.

¿Por cuánto tiempo había vagado en mi mente?  Ya era de noche y apenas lo había notado.

—Mamá, ¿falta mucho? —esperé en silencio por una respuesta, mientras mi madre giraba la cabeza lo suficiente para poder mirarme de reojo.

—Ya falta poco —sonrió y volvió a mirar al frente.

Puse los ojos en blanco y tomé uno de los libros que tenía en el asiento de al lado. Mamá me había comprado dos para el viaje, cada uno de aproximadamente 300 a 350 páginas, pero para ese momento ya los había terminado. Por lo que no hacía otra cosa más que hojear las páginas una por una.

Volví a mirar por la ventana para contemplar los miles de árboles al pasar. Los bosques parecían tranquilos, pero uno nunca podía saber los misterios o peligros que guardaban en su interior. Eran tan extensos que fácilmente alguien podría perderse y nunca salir, y de hecho podía apostar que ya había sucedido más de una vez. De igual manera, a pesar de las grandes amenazas que pudiesen guardar, seguían siendo hermosos y maravillosamente llamativos.

Avril - 1998Where stories live. Discover now