Capítulo veinticinco.

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Zoe me envió una mirada que lo decía todo: hazme un comentario y tendrás una lenta y miserable muerte. Así que no dije nada sobre la falta del verde caqui y marrón en su conjunto. Ignoré sus tejanos, camiseta blanca y sus Converse rojas nuevas. Nos sentamos en una mesa redonda y nos comimos la comida como todo el mundo en la cafetería.

A la vez que discutíamos quién tenía la peor foto en el carné estudiantil, yo hacía mi mejor intento de apartar los ojos de Nora y Justin, quienes estaban en otra mesa al lado del bar. Mientras intentaba mirar a otro lugar, vi a Richie salir de la cola para pedir comida. Le hice señas para que se viniera con nosotras, pero se sentó solo. Una isla en un mar de personas. Este era el tercer día de mi campaña de tratar de convencerlo para que comiera con nosotras, y no me iba a rendir hasta la graduación.

Cuando él empezó a caminar para irse de la cafetería, le llamé. Él miró alrededor, entrenado para buscar a Justin.

Zoe rió.

—Está bien. Ahora podemos hablar.

Richie le dio una ligera sonrisa. Comenzamos a caminar por el pasillo juntos.

—¿Cómo has estado? —le pregunté.

—No es fácil perder a tu mejor amigo.

—Tendrás otros mejores amigos —le dijo Zoe—. Y mejores que él.

—Justin era un sueño, de todas formas. Pero ya me he despertado —dijo Richie.

Zoe no sabía a qué se refería él, pero yo sí. Justin Bieber era tan elusivo como una formación de nubes en el cielo, una vez que adivinabas la figura, cambiaba.

En los casilleros, un grupo de gente pasó por nuestro lado para llegar a sus clases.

—¿Ya ha vuelto el Sr. Reid? —preguntó Richie.

—He escuchado que vuelve hoy —dijo Zoe, añadiendo—: La gente piensa que ha estado enfermo.

Sabíamos a qué se refería. El silencio era misterioso. Sin asambleas de emergencia. Sin rumores. Incluso los dos agentes de policía ya no estaban.

Nos quedamos de pie ahí, diciendo nada, hasta que Richie rompió el silencio:

—Hasta pronto, chicas.

—Hasta pronto —respondí.

Él abrió su casillero, sacó su chaqueta y se fue.

—Ya no está tan delgado —observé.

—Eso es bueno —dijo Zoe—. Realmente bueno.

Llevé los libros en la mano, demasiado cansada como para llevarlos en la mochila, y me dirigí a mi última clase del día. Estaba a mitad de pasillo cuando él se puso enfrente de mí.

El Sr. Reid.

Mi respiración se atascó en mi garganta.

—Hola, Ariana.

Era bueno que él se sintiese suficientemente bien como para estar en la escuela. Malo que supiera mi nombre.

—Uh, hola.

Él se giró para darme una mejor visión de su perfil con moratones.

—¿Podrías venir a mi oficina ahora?

—Bueno, tengo este...

—Toma un asiento. Estaré allí en un momento.

Asentí a la vez que él se iba.

En la oficina, la Sra. Roach apuntó a la puerta del Sr. Reid, y luego volvió a su pila de papeles. Entré y me senté en la incómoda silla que había enfrente de su escritorio. Me pregunté si debería tomar este momento para inventar una coartada para la noche de la promoción, pero mi cerebro estaba paralizado.

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