Capítulo 22

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Los días fueron pasando. Edward disfrutaba el ambiente playero, y yo disfrutaba más ya que usaba unos shorts muy lindos que dejaban a la vista sus hermosas piernas varoniles con aquellos pelitos rubios. Mis padres le agarraron cariño rápidamente y él a ellos, mis hermanos le hicieron unas cuantas bromas como mojarlo cuando estaba entrando a la casa o llenarle la cara de salsa picante mientras tomábamos una siesta en mi vieja habitación, él parecía tomar aquellas bromas de buena manera ya que se vengaba de ellos y terminaban riéndo.

Leonor y yo nos agarrámos demasiado cariño, se porta excelente y va a comer helados todos los días con mis padres, obviamente escoltadas por Roger, uno de los guardaespaldas que el rey mandó para protegernos... de hecho, es uno de los tantos, saben esconderse por entre la gente, pero nada más hoy conté cinco. No dudo en que hay más.

-¿Qué pedirás? –preguntó viendo el menú.

-No lo sé... -fruncí los labios mientras pensaba.

-¿Listos para ordenar? –se acercó la fea mesera con cara de puta babosa que no le quita los ojos de encíma a MÍ príncipe.

-Yo pediré un Bacalao a la gallega. –sonrió de lado mientras cerraba el menú. La zorrita sonrió y anotó en su puta libreta. Edward pareció darse cuenta de que mi mirada asesina estaba fija en la puta a mi lado y rió bajo. –a mi esposa tráigale una Corvina con salsa de chile dulce. –la miró fijamente mientras ella anotaba con cara de mal humor.

-¿Desea algo más? –le preguntó I G N O R Á N D O M E.

-Más nada, puedes retirarte. –respondí. Edward me miró reprendiéndome y yo achiné los ojos. La mujer se marchó contoneándo sus horribles caderas.

-Eso fué muy grosero. –reprendió.

-¿Es que acaso no te diste cuenta de las ganas que te tiene esa mujer? –me defendí.

-Sí. Pero la ignoro y ya. Estoy aquí contigo mujer, no puedes ser tan mala.

-¿Mala? ¿ahora la defiendes? –se echó hacia atrás en el asiento y suspiró.

-Ya basta. Es una malcriadéz lo que estás haciendo. –me vió con los ojos fríos. Fruncí el ceño. No me gustaba su tono.

-¿No me puedo poner celosa? –golpeé la mesa haciendo algo de ruído. Me enojaba que se pusiera así, ¿quién no se pondría celosa en mí lugar?

-Haz el favor de dejar tu teatro para otro momento, Sofía. –se inclinó hacia adelante susurrando. –estamos en un lugar público, compórtate por una vez en tu vida, por favor. –justo en la herída.

-¿Crées que no me comporto? ¿te avergüenzo? –abrí los ojos algo dolída. Dejó salír todo el aire fuertemente.

-No me refería a ello. –negué con la cabeza. Muchas veces he pensado sobre éste tipo de cosas. Ser la novia de un príncipe implíca muchas cosas, no solo vestír bien y hablar bien. Una de mis inseguridades más grandes es avergonzar a Edward por no tener lo necesario, pero que él me lo dijera en mi cara no era algo que esperaba.

-Si te referías a eso, Edward. –sentí mis ojos cristalizarse pero parpadeé unas cuantas veces para evitar que saliera algúna lágrima.

-Lo lamento, no fué lo que quise... -sé que con la realeza no se puede, pero no me importó y lo interrumpí.

-Ya no digas nada. –tomé mi bolso y me puse de pié.

-Sofía, por favor. –me tomó de la mano y se puso de pié. –no hagas ésto así. No entendiste bien a lo que me refería y yo no me supe dar a explicar.

El PríncipeWhere stories live. Discover now