Capítulo 29

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Edward Royal

Éstas nauseas me tenían loco, podría jurar que he bajado de peso de tanto vomitar. Llegué al palacio y me recibió Queen, la golden de George.

-Hola preciosa –la acaricié mientras ella meneaba su colita de un lado a otro. Me senté en un escalón mientras ella trataba de lamer mi rostro. –no lo hagas pequeña cochina –reí. Amaba a los perros, pero no era de mi gusto dejar que me lamieran. Estiré suavemente sus mejillas. –uy pero que graciosa que te ves –besé su frente. Salió corriendo y regresó con una pelota de goma, la dejó a mis pies y sonreí.

Tomé la pelota en mis manos y justo cuando la iba a lanzar volvieron aquellas malditas ganas de vomitar. Me puse de pié inmediatamente y salí corriendo hacia el primer baño que se me pasara por enfrente, visualicé la habitación de juegos y entré corriendo, abrí la puerta del baño de golpe y me arrodillé frente al retrete. Dejé que el fluido saliera de mí mientras apretaba con fuerza mi estómago tratando de parar, pero se me era imposible parar, parecía que mi cuerpo quedaría vacío después de esto.

Sentía las gotas de sudor bajar por mi frente, mis nudillos estaban blancos de tanto apretar los bordes del retrete. Me sentía débil, dudaba que pudiese pararme del suelo después de acabar. Una vez mi estómago dejó de contraerse y no salió nada más por mi boca más que ese asqueroso y amargo sabor, bajé la palanca y me recosté de la pared tomando aire.

-Odio vomitar –susurré. Después de unos minutos, sacando fuerzas de no sé donde, logré ponerme de pié. Me recosté del lavabo y enjuagué mi boca y salí de allí.

-¡Su alteza! ¿se encuentra bien? –preguntó Miranda. Una de las señoras encargadas de ordenar las habitaciones del palacio. –está muy pálido. –negué.

-Me siento fatal Miranda –murmuré con poca fuerza.

-¿Quiere que lo ayude en algo?

-Por favor ayúdame a llegar a mi habitación. –asintió. Rodeé sus hombros con uno de mis brazos y ella lo tomó guiándome lentamente por el palacio. Una vez llegamos a la puerta de mi habitación me desplomé en el suelo, no podía más, estaba muy débil.

-¡Señor! –se alteró.

-Lla... llama a... A... -ya no podía mediar palabra.

-¿Alex? –asentí. –muy bien señor, resista. –salió corriendo por el pasillo. Me giré un poco para recostar la espalda del suelo, podía sentir el peso muerto de mi cuerpo de lo débil que estaba.

-¡Edward! –escuché a Alex. Alcé un poco la mirada y lo ví llegar con Miranda y algunas mujeres más. Metió un brazo debajo de mi cuello para hacerme sentar. –debemos llevarte a un médico. –negué.

-Sólo... qui... descan –tomé aire. Me agotaba hablar.

-De acuerdo, ya entendí. –me levantó como pudo y me arrastró un poco por el suelo. –como pesas, desgraciado –reí por lo bajo. Cuando estuve al lado de mi cama me cargó como si de princesa se tratara y me acostó. –Prepárenle una sopa de pollo bien cargada, ha estado con vómitos desde que empezó el viaje. –dos mujeres asintieron y se marcharon casi corriendo. –Miranda, ¿podrías traer paños fríos para ponerle? –la tierna anciana asintió y se marcho. –Liseth, por favor prepárale un té de manzanilla para que beba algo ahora. –la última chica, que ahora sé se llama Liseth, se marchó para prepararme un té.

-Vomi... es... asque... -suspiré pesadamente.

-Es bueno ver que no puedas hablar. Tu voz me aturde. –bromeó. Entró a mi armario, que ahora comparto con mi pequeña. Salió con un pantalón y una camisa de algodón en las manos. –vamos a vestir al niño pequeño. –sonreí. Retiró mi saco y quitó mi corbata, empezó a desabotonar mi camisa y la puerta de la habitación se abrió. Ambos nos giramos a ver quién era y el rostro confundido de Sofía nos recibió.

El PríncipeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora