Capítulo 20

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20

Sarah Richardson era exageradamente rica. Su madre era una de las terratenientes más acaudaladas del condado y en total su familia poseía propiedades por todo Sussex, pero también en Charing Cross.

Su morada en Crawley era una portentosa casa señorial de vasta extensión rodeada por maravillosos jardines y un gene- roso lago en la entrada. Se llamaba Pound Hill y era conocido aparte por su extravagante lujo, inédito en Crawley, por sus espectaculares fiestas.

Si vivías en Crawley o en sus inmediaciones, no querrías perderte una fiesta de las Richardson; a no ser que desearas sufrir las consecuencias y quedarte fuera de todas las conver- saciones durante más de una semana.

La Amanda pre-Callum nunca se hubiera negado a acudir a una invitación de Sarah, y la Amanda pos-sesión-de-besos- en-el-teatro, tenía menos intenciones que nunca de marcharse a casa para estar a solas con el nuevo depredador que acababa de nacer dentro de su mejor amigo.

No había razón para no acudir, al terminar la obra, a la animada fiesta que se estaba desarrollándose en Pound Hill.

De hecho, Amanda anhelaba abandonarse al alivio que el dulce vino tinto le procuraría en cuanto llegara a la mansión y vaciara su primera copa. El alcohol solía actuar rápido so- bre sus sentidos. Nunca antes lo había apreciado tanto como en ese momento, en el que los nervios de su cuerpo estaban


tan crispados que la ínfima llama de una vela hubiera bastado

para hacerla volar por los aires como la pólvora.

Toda la culpa la tenían sus dos mejores amigos: Jane por haberla arrastrado a aquella situación y Callum por empeñar- se en acudir al teatro, obligándola involuntariamente a demo- ler su inocencia.

Después de ese instante, Amanda ya no era quién solía ser. Su cuerpo y sus miembros, y todo su ser se sentía ajeno y re- cién estrenado. Cada fibra de su ser temblaba con una emoción tan a flor de piel que se preguntó por qué nadie le apuntaba con el dedo para comentar el cambio. Sus órganos, aquellos que llevaban dieciocho años funcionando como un silencioso ejército articulado para mantenerla con vida, habían sido sa- cudidos de su normalidad, y andaban revolucionados en su in- terior en busca de la ubicación y el ritmo que habían perdido.

Todo eso era por él.

Callum lo había derrumbado y sepultado todo bajo la em- briagadora sensación que nacía en su pecho y viajaba por sus nervios hasta cada punta recóndita de su cuerpo. El mundo a su alrededor se había nublado y lo único sólido y brillante que quedaba era él.

Amanda apretó el paso para situarse junto a Jane e iniciar una conversación que su cabeza apenas podía mantener. Dejó que Callum caminase tras ella, pues sus mejillas ardían como las brasas de una chimenea. Usó toda su fuerza de voluntad para concentrarse en la conversación, pero la piel de su espal- da se empeñaba en tirar de ella, recordándole que él estaba allí y nada más requería su atención.

La mirada de Callum  #Wattys2017Where stories live. Discover now