• Capítulo diecisiete •

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Solo podía pensar en una cosa cuando su rostro se alzó entre mis piernas.

Salvaje. Con la barbilla brillante y los ojos achicados, todavía excitados.

Segundos, largos segundos donde mi vista se clavó en la piel caliente de mi estómago. Ahora que revivía, saliendo de las aguas turbias donde enloquecí, era consciente de tener los pantalones abajo, la piel erizada y la garganta ronca.

A pesar de que todo paso, no podía enfocar ni un solo pensamiento. Tenía que admitirlo, aquello fue una de las sensaciones más poderosas de mi vida entera. Fue cómo ir a otra dimensión, dejar de ser yo misma y solamente sentir. No podía dejar de arder. ¿Cómo la gente podía vivir sin experimentar los roces y luego la explosión devorándote entera?

James acomodó su camisa y pasó los dedos por el cabello húmedo, arreglando los mechones que yo alboroté. Mi cuerpo se sonrojó, no solo por la exposición en la que me encontraba, sino también por el recuerdo de todo lo que hice. Me tragué la vergüenza y el silencio era tanto, que temí romperlo con mi pulso acelerado.

Pensé que iba a deshacerme en la bañera y entonces, un teléfono irrumpió el momento.

A pesar de estar alucinando, reconocí el tono. ¿Cómo no lo haría? Llevaba un año entero escuchándolo cada vez que me llamaban. Alcé la cabeza de golpe, los huesos de mi espalda crujieron cuando cambié de posición.

En mis tobillos se amontonaba la tela mojada, tuve un escalofrío mientras mis manos entumecidas subían el pantalón. Quise fingir que no me encontraba inestable, derritiéndome por dentro, con las células gritando por más. Era difícil cuando el cuerpo me vibraba. Si hablaba, perdería los estribos. En mi pecho se instaló un electrizante temor. ¿Qué se supone que haces después de... venirte en la boca de James Campbell?

Una vez que tuve la ropa decente, lo miré con desconfianza, el teléfono continuaba sonando y una terrible suposición se abrió paso por mi mente.

Se sacó el aparato del bolsillo, la pantalla brillaba. Las pestañas me llegaron al cielo mientras me arrastraba por la bañera, sufriendo un terrible dolor en las rodillas. Estiré el brazo y tomé mi celular. ¡Mi celular! ¿Cómo llegó a sus manos? Aturdida, con demasiadas preguntas y el corazón repiqueteando a mil por segundo, contesté la llamada. La voz de mi madre, suave y dulce, fue un choque de realidad.

—¡Cariño! —sonaba tan feliz. —Adivina quién va a casa.

Escucharla me recordó la vida tranquila donde yo pertenecía. No podía creer que unas cuantas horas en este ambiente se hubieran adherido a mi piel con tanta fuerza.

Respiré hondo, tratando de arreglar mis quebradizas cuerdas vocales.

—Ah... —quise golpearme la cabeza, mis neuronas intentaban hacer su trabajo. —Hola.

Mordí mi labio, deseando con todas mis fuerzas que el destino me ayudara.

—¿Te sientes bien? No me digas que tú también tienes influenza. Ya hablamos sobre hacerte la fuerte, pudiste llamarme y yo...

—No mamá, estoy bien —miré el techo. Era difícil concentrarme cuando James seguía en la bañera, sus músculos estirados en expresión relajada y esas joyas verdes pegadas a mis movimientos. ¿Por qué no se iba? Según la leyenda, cualquier chico malo desaparece después de tomar lo que quiere. ¿Por qué él seguía aquí? A lo mejor me equivocada y él no era un simple chico malo jugando a odiar el mundo. No, definitivamente no. James Campbell era algo peor.

Mis latidos eran dolorosos y en mi cabeza se llevaba a cabo una revolución. Pasé las manos por mi cabello, frustrada, jalé desde la raíz y chupé mis labios para quitar la resequedad. No sé como logré recomponerme y hablar serenamente. —Estoy bien, solo estaba dormida.

MALOS HÁBITOSWhere stories live. Discover now