• Capítulo dieciocho •

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Me agaché para recoger mi teléfono, que por desgracia, tenía una de las esquinas abolladas. El movimiento hizo que una de mis rodillas crujiera y recordé que todavía me dolían. Tuve que hacer una mueca verdaderamente horrorosa, por que Ana se acercó con pánico.

—Mierda, mierda, mierda. ¿Te lastimaste? ¡Claro que lo hiciste! Casi te atropello, carajo. —empezó a moverse de un lado a otro, enterrando las manos en su cabello rojo y haciendo que sus pecas resaltaran al tener la piel más roja.

Quería hablar, decirle que me estaba muriendo por todas las cosas atroces que sucedieron ayer por la noche y no por ella, sin embargo, mi voz fallaba, tan intimidada como yo por el momento. Tenía muchas dudas acumuladas justo en el centro de la garganta, todas peleaban por salir primero al aire. Tomé una profunda respiración.

Guardé el celular en los bolsillos de mi pantalón. Mitchell ni siquiera me había permitido cambiarme cuando salimos apresuradamente de casa, no es que hubiera ido a cambiarme de todas maneras.

—¡Voy a llamar una ambulancia! Tranquila, la ayuda viene en camino.

Me sentí parte de una serie de televisión dramática con su grito. Ella estaba fuera de sí, con las cejas disparadas al cielo y sus manos moviéndose alrededor matando moscas. Inflaba y desinflaba las mejillas.

—Ana...

—¡No hables! Puedes lastimarte.

—Estoy bien —la interrumpí, pegando las manos a mis muslos e intentando concentrarme. Si las dos estábamos al borde de la locura, no podríamos razonar. Me obligué a serenar mi respiración y guardarme el cosquilleo de mi cuello para después.

Me debatí internamente, con los ojos pesados y un dolor entre las costillas. ¿Podía acercarme? ¿Huiría? Avancé despacio, con pasos indecisos hasta posicionarme justo frente a ella. No lo pensé dos veces y la zarandeé. De cerca, quise olvidarme de su incomunicación y solo abrazarla, detallarle toda la catastrófica historia de la ultima noche y pedirle explicaciones de hace semanas, cuando me metí a una carrera mortal por salvarla. Quería saber porqué se emborrachó. Sus palabras todavía me pesaban en la memoria, oscuras y escalofriantes.

Si pude ayudar a Mitchell, una vaga esperanza se abrió paso en mi pecho.

No me dejaba entrar, ese era el problema. En vez de avanzar, se estaba alejando. A lo mejor es que no estaba captando la señal, ella quería deshacerse de mí y yo no le daba oportunidad.

Fruncí el ceño. No, no le iba a dar la oportunidad de deshacerse de mí, no tan fácil. Sacudí los rastros de miedo que escalaban por mis huesos. Si pude enfrentarme a Launder, podía enfrentarme a esto.

—Estoy bien —repetí.

Era la primera vez que la veía tan nerviosa, como si hubiéramos intercambiado papeles. Sus fosas nasales se abrieron, aspirando aire con fuerza. Bajó los hombros y por fin dejó de tener ese brillo asustadizos en sus preciosos ojos azules.

—Lo siento, no tenía la vista fija en el camino, iba hablando con mi madre.

—Oh. —el miedo regresó a mis poros. Rasqué mi codo izquierdo y mire el suelo. —También es mi culpa, no tenía que estar en medio del camino.

—Mierda, tú telefono quedó horrible.

Sonreí con tristeza. —Tendré que sobrevivir con eso.

Detrás de la camioneta de Ana, un auto pitó.

—¡Vayan a chismear a otra parte, niñas! ¡Quiero mi hamburguesa!

Ana se giró con el mentón alzado, regresando a ser la chica salvaje que a la que yo estaba acostumbrada.

—¡Si yo quiero chismear aquí, voy a chismear aquí!

MALOS HÁBITOSWhere stories live. Discover now