Capítulo 19: "Inmutable"

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Deidara siempre se había considerado una persona inteligente y capaz. Nunca había necesitado mucho de nadie en concreto. Había tenido una infancia dura; siempre habían mancillado sus ideales y jamás le habían preguntado su sentir. Realmente no le había importado mucho, le tomó por sorpresa ser capturado para ser parte de una organización criminal, pero pronto se adaptó a la vida que llevaban. No era muy distinta de la que vivió en su aldea.

Día con día había luchado por sobrevivir a la monotonía que representaba su vida. Siempre creando, siempre al margen de todo y de todos. Sin embargo, no cabía duda de que el destino le había mandado sufrir decepción tras decepción. Primero su familia, que nunca le consideró otra cosa que una forma de preservar el poder en manos de un solo clan.

Y ahora, había fracasado como un shinobi respetable.

Se había dejado dominar por la pasión y había cedido su cordura al amor. Por primera vez había algo más allá del arte que lo llenaba y lo hacía feliz. Se había vuelto un tonto que se cegó por su propio afán de saberse amado y necesitado. Pretendió durante un corto periodo de tiempo que era un hombre normal. Llegó a imaginarse en una casa modesta y apartada de todo; creando obras de arte pequeñas para un móvil que harían dormir a un pequeño. Creyó que alguna vez cantaría nanas cuando la tarde cayera y que en sus brazos, protegido de todo mal, reposaría un bebé de facciones regordetas con piel blanca y un increíble cabello negro, había visto incluso unos pequeños ojos rojos en su fantasía y algo de orgullo le había golpeado al saberse padre de una criatura hermosa. Había soñado con unas tiernas manitas jugueteando con su cabello, se había visto a él y a Itachi pelear por el nombre; había casi sentido la felicidad de ver al Uchiha enfocado en amar a su hijo que en buscar derramar más de su propia sangre.

Había imaginado tanto, que aferrarse a las ilusiones muertas le pesaba más en la conciencia que todas aquellas vidas a las que le había puesto fin.

Ahora, estaba solo. Mutilando uno a uno sus sueños. No habría un bebé en sus brazos, no tendría a Itachi a su lado. No había ya nada que lo mantuviera con deseos de vivir. El amor, así como su arte había sido tan efímero, que en un suspiro entre miles de besos había fulminado sus ganas de vivir.

Suspiró y apretó los puños, habían pasado dos semanas desde que volvieran de la misión. Aquellos días fueron una tortura que jugaba con su cordura. Veía a Ictahi siguiéndolo con una mirada acusadora, con los ojos de un carmesí permanente y con esa seriedad que tanto odiaba. No se dirigieron la palabra más. Y Deidara con la poca dignidad que le quedaba había regresado más callado y taciturno de lo que alguna vez había sido. Se había mudado a la habitación más lejana en la guarida; ahí por lo menos tenía el consuelo de sentirse en calma al observar el taller de Sasori.

Cuánto necesitaba las sabias palabras de su Danna. Ahora en sus manos estaba una mancha de tinta, realmente él no tenía nada que dejar, y aun así se tomó la molestia de escribir en un pergamino el destino de sus pocas posesiones. Kisame sabría a donde llevarlas, sentía un poco de pena por Tobi, sin embargo, sabía que encontraría un mejor sempai.

Se ajustó la suave Yukata de algodón e hizo un nudo complejo con el obi, dejó su anillo sobre el escritorio y cogió una bolsa cargada con arcilla. Si Itachi los iba a condenar a una vida sin amor, él prefería quedarse con la absurda ilusión de irse con su hijo, de alejarlo de la crueldad del mundo ninja, se encargaría de cegarlo antes de que le sacaran los ojos. Por lo menos disfrutaría de tener al fruto de su amor unilateral dentro de él hasta que finalizara su complejo embarazo.

Después...

Después tendría que buscarle un lugar apto para vivir, uno donde nadie supiese de dónde venía y no le juzgaran por quién era. Deidara se sentía asquerosamente mal por la resolución a la que había llegado, sin embargo estaba acorralado como un animal a punto de morir. Y él no estaba dispuesto a arrastrar a esa pequeña parte de sí que tenía todo lo bueno que había en él. No podía imaginarse criar a un bebé con la vida que llevaba, y ni siquiera se atrevía a pensar en qué pasaría si alguien más descubriera su secreto.

Su aldea, la organización y otros mil ninjas querrían a su hijo y él no permitiría que ningún tipo de daño colateral de su horrible vida interfiriera en la que estaba gestando con tanto ahínco.

Soltó su cabello y dejó que el flequillo le tapara la frente. No iba a contener las lágrimas por más tiempo y no estaba seguro de querer que alguien lo viera.

Salió de la cueva sin nadie que le siguiera, sin nadie que lo notara. Hizo un par de mariposas y las mandó dentro. Con la esperanza de que las descubriera Kisame más tarde. Dentro del espeso bosque, halló un camino; él lo conocía muy bien. Un despeñadero colindante estaba al final de todos esos árboles. Ahí, el vería sus últimas creaciones fundirse con el cielo y con el resplandor del sol.

Iba a crear su obra máxima de arte y estaba casi seguro de que al momento en el que los demás supieran qué les había golpeado, él se encontraría lejos.

Cuando hubo llegado al lugar correcto, sintió que se quebraba. Quizá todo estaba siendo demasiado fácil. Probablemente estaba a punto de accionar una bomba de tiempo que simplemente dispararía a los asesinos mejor calificados en el mundo ninja en una búsqueda frenética por el miembro desertor. Sin embargo no le importaba, tarde o temprano iba a morir, y si tenía que ganar tiempo, cada segundo contaba.

Colocó con cuidado esa marioneta en la que Sasori había estado trabajando. Nadie tenía conocimiento de ella, era un secreto entre su Danna y él. Una técnica única que fusionaba lo mejor de ambos y que a pesar de no estar terminada, le ayudaría a escapar.

Aun con dedos inexpertos movió los delgados hilos de charkra y manipuló en cuenta regresiva el Jibaku Bunshin*. Nadie sospecharía que esa marioneta era un clon de arcilla articulado como una copia perfecta de él. Inicialmente Sasori lo había hecho de esa forma como una burla, sin embargo pasó poco tiempo para que ese jutsu llamara su atención y poco a poco también se empeñara en mejorar aquel muñeco. Ahora agradecía haberlo hecho, y una vez más sintió el tirón familiar en el pecho ante la pérdida de su difunto compañero.

Suspiró por última vez mientras se ajustaba la pequeña bolsa de viaje con la que había salido de la cueva. Contó regresivamente del diez al cero y con un suave Katsu liberó una fuerte explosión que bañó con sangre y trozos diminutos de carne. Esperaba fervientemente que nadie notara que era de un cerdo salvaje.

Lentamente y con un vuelo bajo en una pequeña ave, se dio a la fuga; el estruendo causado por su última obra de arte como criminal no tardaría en llamar la atención, y con el poco chakra que le quedaba debía avanzar lo más rápido posible.

Había llegado ahí con tanto odio y rencor, que pensaba que era imposible haber conseguido tanto amor en tan poco tiempo, para marcharse con un sabor amargo de resentimiento, mezclado con esa esperanza que cargaba en su cuerpo.

Una que sería tan efímera como su arte lo fue un día.

ItaDei "El amor es arte."Donde viven las historias. Descúbrelo ahora