ItaDei "El amor es arte."

Incierto

No había mucho que él pudiera hacer en la situación en la que estaba, si bien había huido de forma exitosa de la cueva donde hasta ahora había estado viviendo. Sabía perfectamente que el alboroto que su última explosión había causado habría puesto en alerta no sólo a los integrantes de la organización dispersándolos a las diferentes guaridas que tenían en distintos lugares, sino también a quienes les seguían la pista a cada uno de los delincuentes que eran parte de Akatsuki. Se había esforzado lo suficiente con todos los recursos que tuvo al alcance de sus manos en tiempo récord. Cómo se había organizado para escapar de todo y todos sin dejar rastro de sí mismo aún hacía que el corazón le fallara anticipando lo peor.

Ahora, estaba en medio de una diligencia con algunos de los monjes de aquel templo que tiempo atrás hubiera asaltado en una misión. Iba claramente nervioso pensando en los miles de posibles escenarios donde sus planes fallaban y todos y cada uno de esos asesinos con los que convivió de manera forzada su tiempo lo seguían porque sabían su secreto. —No era un secreto después de todo.—  Pensó, Kisame lo sabía y aunque hasta ahora el hombre tiburón haya sido lo suficientemente discreto en cuanto a su "casi" relación con Itachi, no quitaba el miedo que le producía que la lealtad que tuviera para con la organización fuer más grande que la poca confianza que se había fraguado entre ambos. Tampoco quería comenzar a figurarse escenarios donde era el mismo Itachi quien lo perseguía para matarlo.

¿De dónde había sacado el coraje y la temeridad para luchar por ese rastro apenas perceptible de vida que llevaba en su interior? Siempre había odiado la idea de saberse una especie de abominación hecho con un fin por de más despreciable. En cambio, días atrás cuando hubo sopesado todas las opciones posibles después de su enfrentamiento con el Uchiha creyó que el desprecio que siempre había sentido sobre sí mismo quedaba relegado a un sentimiento de protección y un profundo enojo, él le estaba ofreciendo algo más que un cruel destino a la persona que amaba y en cambio recibió odio y un desprecio casi absoluto por lo que era él mismo y lo que consideraba era algo de ambos.

Tocó ligeramente su vientre con la esperanza de estar haciendo lo correcto, con una fe desconocida que le llegaba en olas cálidas cuando pensaba que lo que estaba haciendo lo hacía no únicamente por él, sino por la creación más perfecta que pudo formar con aquello que alguna vez llamó amor. Apresuró el paso, pese a que él era indudablemente más fuerte que todos aquellos monjes que le escoltaban se sentía tan vulnerable y desprotegido, tan cansado y perdido. Estaba sacrificando todo lo que era y lo que hubiera sido, estaba huyendo y condenándose a una vida insulsa y normal como la que nunca tuvo y que dudaba pudiera manejar.

— ¿Se siente bien Dai- san? Si está indispuesto podemos tomarnos un descanso antes de seguir, la aldea a la que nos dirigimos no está muy lejos de aquí; pero podemos enviar un mensajero para que nos esperen en las puertas al caer la noche.— Quiso rodar los ojos y gritarle que estaba perfectamente bien, que podía incluso llegar en unos cuantos minutos al lugar que sería su refugio durante vaya a saber cuanto maldito tiempo, pero se tranquilizó antes de ser un imprudente y revelar lo que en realidad él era. 

— No se preocupe, estoy acostumbrado a recorrer grandes distancias, sin embargo en mi condición me es un difícil aún controlar mi flujo de energía. Estaré bien cuando lleguemos a la aldea y pueda presentarme con quienes me recibirán, hum.

— Entonces por favor continuemos, me sentía preocupado de que en su estado fuera complicado llegar en el tiempo estimado, sepa que usted será bienvenido sin ninguna imposición o discriminación en la aldea. El día que esté preparado para honrarnos con su historia escucharemos atentos. Mientras tanto le pido que se sienta cómodo, usted y el resplandor que está iluminando nuestro camino estará a salvo y procuraremos que vivan una larga vida.