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En la sala común de Slytherin era todo festejo, todos parecían haber olvidado por el momento que Draco portaba la Marca Tenebrosa en su brazo izquierdo, y lo trataban como antes. Con respeto y admiración. En otra ocasión hasta se hubiese sentido orgulloso y contento de volver a recuperar algo de su estatus, pero en esa situación, no le importaba en lo más mínimo.

Así que mientras Blaise le daba palmaditas en la espalda como forma de felicitación, Draco solo tenía cabeza para Harry Potter.

De solo pensar en la cara de pasmo que había puesto cuando vio la snitch arriba de su cabeza le daban ganas de reir. ¿Sabría él lo tontamente guapo que se veía con esa expresión? Era un nuevo descubrimiento para Draco a decir verdad.

Aunque en ese momento no le habían dado ganas de reir. Cuando Draco escuchó el débil aleteo se quedó estático, con una mirada de refilón pudo vislumbrar el destello dorado que tanto buscaba. Podría haber tomado la snitch en ese momento, ¿pero qué valor tendría si Potter no lo veía hacerlo? Por alguna razón, Draco quería que lo viera, que supiera que a pesar de ser un ex-mortífago y haber tomado las peores decisiones que un adolescente mago podía tomar, no era un inútil del todo. Podía atrapar la snitch, podía estar a la altura del Gran Elegido, y más que nada, podía ser merecedor de su atención.

No entendía de dónde habían salido todos esos anhelos, pero no se lo cuestionó mucho, en su lugar le gritó a Harry y este volteó a verlo. Los latidos de su corazón se aceleraron cuando sus ojos verdes se fijaron en él, y casi murió de desesperación cuando Potter se quedó quieto sobre su escoba sin moverse. La snitch se movería y él quedaría de nuevo como un estúpido. Entonces Potter avanzó y la tensión de sus músculos aflojó un poco, solo pudo soltar el aire contenido cuando la bola dorada con alas estuvo encerrada en el puño de su mano.

Lo había hecho. Y Potter lo había presenciado. Definitivamente había valido la pena hechizar al bastardo de Harper porqué Potter se lo quedara mirando por tanto tiempo. Y cuando el idiota golpeador de Gryffindor descargó su frustración con la bludger que terminó derribando a Harry de su escoba, ni siquiera dudó un segundo antes de ir a su encuentro.

Fue extraño, pero no le habría importado estrecharse y romperse un par de huesos si eso hubiese asegurado la seguridad de Potter. Solo cuando logró aferrarse a la mano de este y detener su caída se sintió un verdadero triunfante.

—No me estas escuchando, ¿verdad? —La voz de Blaise lo trajo de nuevo a la realidad.

—Perdona, ¿qué decías?

—Decía que a pesar de tus súbitos cambios de humor, es bueno saber que la costumbre de ignorar a tus amigos todavía no se te ha ido —repitió el moreno con molestia.

Draco frunció el ceño.

—¿Cómo que cambios de humor?

—Hace solo dos días eras un prácticamente un inferi y ahora en cambio pareces un Hufflepuff hiperactivo.

—Tal vez tengas bipolaridad —intervino Theo con calma, tanto Blaise como Draco lo miraron confundidos—. Es un enfermedad muggle, se trata de la variación de ánimos.

Blaise hizo una mueca de asco, pero Draco pareció pensárselo.

—¿Dices que me contagie una enfermedad muggle?

Nott rodó los ojos.

—No se contagia, es algo mental —explicó.

Blaise bufó.

—No digas tonterías Theodore, Draco no tiene ninguna peste muggle —dijo el moreno, aunque se alejó un poco del rubio y lo miró con cautela—. Aunque si te concedo que algo debe andar mal en su cabeza como para salvarle el trasero a San Potter.

De cuando Draco Malfoy abrió su corazón (involuntariamente). [Drarry]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora