CAPÍTULO OCHO

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Realmente había dejado solo a su pareja, las cosas no podían ir mejor. Todo iba de maravilla, por lo que, dejando su corona de un lado, se encerró en la habitación real.

Sonrió complacido por el avanzar de los acontecimientos de manera favorable para él. Y relajado como casi nunca, dejo ir la tensión de sus hombros.

Pronto esa odiosa posibilidad de perder su trono desaparecería, al fin.

Estaba tan milagrosamente contento, que decidió ir a ver a su pequeña mascota. Hace tres días que no se había dado el placer de hacerlo.

En su habitación habían cuatro puertas. Una era el baño, la segunda el cuarto de ropa, la tercera era de los escarpines. Y la última, era la prisión de Taeyang.

Esa última puerta mantenía el secreto de Su Majestad.
Nadie fuera del castillo sabía sobre la existencia de la pareja  por maldición —como se suele referir— del Rey. Aún los monarcas de las diez estirpes desconocían esa verdad.

Su argolla de compromiso —así llamadas a las joyas que comparten los unidos en maldición— pasaba desapercibida ante todos, solo era una de las tantas que Ji Albert Drohka usaba.

La habitación está en penumbras, solo medio iluminada por una lámpara en un costado, cuya luz no llegaba a ningún sitio.

Alfombra roja, paredes negras, sábanas blancas y labios rosados. Eran las cosas favoritas del Rey, sin olvidar el trono, por supuesto.

-Hace mucho que no venías. Creí que ya se había olvidado de mí, Majestad.- hablo quien estaba acostado sobre la enorme cama, con las sabanas de lino blanco cubriendo apenas lo suficiente, y dejando  ver lo necesario. 

Ji Albert no dijo nada, solo se acercó al lecho y se sentó, se sacó las botas y pronto toda la ropa también. Era obvio lo que venía después. Era lo único que hacía con él.

-"¿No piensa decir nada? ¿Solo me va obligar una vez mas?" - se pregunta Taeyang mentalmente y con una mirada triste, para luego sonreír y cerrar los ojos. Estaba pensando ingenuamente, y se acababa de dar cuenta.

De que se sorprendía si siempre ha sido de esa forma.

El Rey se encontraba sobre él, besándolo y mordiendo lo sin considerar la fuerza que estaba usando. Tomo la sábana que aún ocultaba el cuerpo de Taeyang y la arrojo al suelo, dejando la desnudes de ese cuerpo a su merced.

La vergüenza hace décadas que había desaparecido en esa relación. ¿Y el amor? Ríe. No puede desaparecer algo que nunca estuvo ahí, al menos de lado de su Majestad.

Taeyang solo se dejaba hacer. No iba a cometer nunca más el terrible error de intentar darle placer a su Majestad, no vaya a ser que lo golpee de nuevo.

Aún recordaba ese día hace cien años. No, él no lo iba a volver a intentar jamás. El miedo era demasiado grande y la tristeza, demasiado profunda.

Lo giro con muy poco tacto dejandolo boca abajo, levantó el trasero, Taeyang se sostuvo con sus rodillas mientras su pecho estaba contra la cama. Y entonces el Rey empezó.

No mentiría si le preguntaran acerca del placer que Ji Albert le hacía sentir y disfrutar. Era tocar el infierno y sentir el fuego consumir su cuerpo mientras el otro se enterraba cada vez más profundo, más certero y precisó, justo ahí,  el lugar donde Taeyang no sabía si era el averno o el cielo que lo saludaban.

Ambos entes estaban acostados, el Rey boca arriba y el otro como este lo había dejado. Estaban agotados y cubiertos de sudor.

-No ha estado nada mal, Majestad. Como se esperaba de usted- le dijo Taeyang. Jamás se debía quedar tanto tiempo callado, porque aunque a Albert no le gustaba dirigirle casi nunca la palabra, odioba que Taeyang se quedara complemento en silencio.

Vampiro: El Siniestro [sebaek]Where stories live. Discover now