DOS

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[1926]

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[1926]

La escuela no era tan buena como Alan pensaba.

Sí, Sherborne le había proporcionado el pase al sexto curso (dos años superior al suyo), y sí, con el tiempo que llevaba allí su entusiasmo por las ciencias y las matemáticas había incrementado. Pero Alan tampoco pasaba un muy buen rato.

Durante matemáticas, el profesor Collins le pidió que revisara todos sus problemas, a pesar de que Alan sabía que estaban perfectos. Y cuando se atrevió a preguntarle a Collins respecto a ello, el hombre lo humilló frente a toda la clase, exclamando que Turing era del futuro, porque inventaba "métodos absurdos" para llegar al resultado.

También, sus compañeros eran unos cretinos.

Tal vez Alan no fuese la persona más sociable de todas, pero al menos en ocasiones le gustaba establecer conversaciones civilizadas con otros (algo muy raro, pero sucedía, sobre todo cuando se quedaba sin material para leer y debía ir a la biblioteca del colegio). ¡Pero estaba rodeado de cretinos!

Sherborne era un internado de hombres, y todos ellos eran unos cretinos.

Se burlaban de él por sus peculiares hábitos de separar la comida por colores, por nunca despegar la nariz de un libro, por su extraña forma de hablar... Alan llevaba tan sólo tres días en el internado y ya era todo el hazme reír de sus compañeros.

Esa mañana, Alan iba que corría el viento por llegar a la sesión de Collins —quien también era su profesor de ciencias—, puesto que se había quedado dormido tras desvelarse corrigiendo la mitad de su cuaderno para el hombre.

Estúpido viejo renacentista, lo maldijo.

Al llegar, obviamente Collins ya estaba dentro y la lección había comenzado.

La puerta estaba entreabierta y desde ahí, Alan pudo ver su asiento vacío, a pocos pasos de él. Tragó saliva. Collins lo mataría por su retraso, definitivamente. Él odiaba la impuntualidad y también a Alan.

Un chico cercano a la puerta emitió un extraño ruidito. Por un instante, Alan creyó que lo delataría con Collins y se burlaría como el resto.

Pero no fue así.

El ruido se repitió y Alan finalmente se giró hasta su fuente de procedencia. Un muchacho con cabello oscuro lo veía, y con la cabeza indicaba su banca, se apuntaba a él y luego al frente, dónde Collins seguramente escribía en el pizarrón una infinidad de problemas más estúpidos que él.

Y Alan bien podía ser un genio en matemáticas pero era algo soso con el resto de los aspectos de la vida real.

Por ejemplo, no tenía idea de lo que el chico intentaba decirle.

—¡Que entres mientras distraigo al profesor, gran tonto!—siseó por lo bajo. Nadie parecía notar su presencia a excepción de Alan.

Alan asintió, sintiéndose particularmente confundido que uno de sus compañeros mostrase piedad con él. Además, no reconocía el rostro de aquel muchacho.

El chico se puso de pie con el cuaderno en mano y Alan escuchó como empezaba a discutir con Collins acerca de la respuesta del problema diez. Tan rápido y discreto como le fue posible, Alan se deslizó por la puerta y llegó hasta su banca. Sacó su libreta y el resto de sus útiles y fingió escribir, justo como el resto hacía.

—¡Turing!—la voz del profesor Collins lo sobresaltó. Ya no hablaba con el muchacho, quién se mantenía aún tras él, con su cuaderno—. ¿Cómo ha llegado aquí?

—Eh... Cami-minando—tartamudeó, nervioso. ¿En serio había sido tan ingenuo para intentar engañar al señor Collins? Estúpido Alan, estúpido chico desconocido.

—Dime algo más obvio y tal vez reconsidere el hecho de que hace unos segundos no estabas ahí y ahora has aparecido de la nada.

—El problema número diez es una tontería—habló tras unos instantes de meditación—. No estamos en cuarto para esas niñadas.

Collins se puso rojo.

—¿Está retándome, Turing?

Alan pegó un brinco en su asiento. ¿Qué había hecho mal? ¡Sólo había contestado sus preguntas!

—Señor Collins...

—¡Está usted en lo correcto, profesor!—dijo de pronto el chico desconocido. —He comedido un error de aritmética, qué horror.

Collins dirigió su aterradora mirada al muchacho.

—¡Vuelva a su asiento, Morcom!—gritó—. De no haber sido por usted y sus absurdas preguntas yo habría...—se detuvo, su cara se desfiguró en una mueca—. Ah, por supuesto, ha ayudado a su amiguito Turing.

El chico negó.

—¿Quién es Turing?—inquirió.

—El rarito—otro habló a sus espaldas—. El que no come colores mezclados.

—El peor durante educación física—dijo otro.

—El que no tiene amigos—dijo alguien más.

—Y si no tiene amigos—Morcom, como lo había llamado Collins, se dirigió al frente. —¿Por qué lo ayudaría?

Collins se quedó mudo. Alan, por su parte, deseaba nunca haber aceptado la ayuda de su compañero porque en ese momento apretaba el banco entre sus manos y los labios para evitar llorar.

—Que no vuelva a suceder, Turing—exclamó finalmente el profesor, y la clase volvió a la normalidad. Alan terminó primero, Collins lo regresó. Alan terminó primero por segunda vez, y Collins lo regresó. Sus compañeros se rieron por las bromas de Collins cuando revisaba su cuaderno, a excepción del chico desconocido. Él veía a Alan y esbozaba una corta sonrisa, casi imperceptible.

—Quisiera ofrecerte una disculpa por mi comentario anterior—Morcom se le acercó al final de la clase, cuando todos sus compañeros y Collins se habían retirado. —Fue muy grosero de mi parte, pero no se me ocurrió ninguna otra forma de callar a Collins.

Alan se encogió de hombros.

—Estoy acostumbrado a ellos—murmuró amargamente—. Uno más no hace daño.

—Oye, eso apesta—Alan suspiró y por accidente, tiró su lápiz. Morcom se apresuró a recogerlo y se lo entregó, con aquella misma corta sonrisa—. Seguramente no conoces mi nombre, ¿o me equivoco?

Alan asintió, apenado.

—Soy Christopher Morcom—dijo el muchacho, con una sonrisa un poco más abierta—. Y tú Alan Turing, eso ya lo sé.

Ambos se estrecharon la mano.

Sleep AloneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora