SIETE

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[1927]

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[1927]

Alan vio a Christopher en la entrada de la biblioteca, acomodando un par de libros.

Antes de que el muchacho se percatara de su presencia, dió media vuelta y se alejó de allí, con sus apuntes para realizar una investigación de historia entre manos.

Desde el inicio del nuevo curso, Alan había estado evitando a Christopher. Aún tenía sus palabras grabadas en la cabeza, esas que le pedían explicar cómo rayos había obtenido su dirección. Alan no quería quedar como un tonto chiflado frente a él, así que como toda gran persona adulta hace, huyó de sus problemas.

Christopher se dió cuenta de ello, obviamente. Intentaba hablar con Alan, sorprendiéndolo en el comedor o en los pasillos, sin obtener mucha respuesta.

Y es que quizás era lo mejor para ambos (y para los muy confundidos sentimientos/pensamientos de Alan respecto a su amigo).

—Alan Turing—Billy Hudge se plantó frente a él, arrebatándole la lista de las manos. Alan intentó retroceder, pero otros dos compañeros le bloquearon el paso—. ¿Dónde está tu amiguito ese?

Alan estiró el brazo, esperanzado de poder recuperar su papel, pero Billy lo alzó sobre su cabeza, riendo.

—Devuélveme eso, Billy—pidió, su voz empezaba a temblar, al igual que su cuerpo.

—¿Problemas en el paraíso, Turing?—David, uno de los compinches de Billy, habló.

Alan brincó para alcanzar sus apuntes, en vano. Billy era tan alto...

—Eh, ¡Turing es una rana!—se burló—. Vamos, Turing, brinca para nosotros. ¡Brinca!

Alan siguió dando brincos, pero no por él, sino porque en verdad quería recuperar sus notas. Historia no era una asignatura sencilla para él y le había costado hacer esos apuntes sin desconcentrarse pensando en lo mucho que debería estar enfocándose en las matemáticas y en Christopher y su sonrisa...

—Para ya, Billy—alguien, bien conocido por Alan, intervino—. Tienes quince años, no diez, por el amor de Dios. Y si aún no puedes controlar tu inmadura actitud violenta, intenta quemar hormigas con una lupa.

Billy bajó la mano repentinamente. Frunció el ceño.

—No te metas en esto, Morcom—gruñó—. Que seas mayor que nosotros no te hace superior.

Christopher negó, muy serio. Aunque Alan sabía que no era algo ordinario en él andar con los dientes de fuera, en una sonrisa.

—Tienes razón—dijo—. Lo que me hace superior a ustedes, grupo de inadaptados sociópatas, es que al parecer, yo sí tengo cerebro y deseo usarlo.

Alan estaba estático en su lugar ante las palabras de Christopher. Él lo defendía, de Billy, nuevamente. Su héroe en uniforme.

—Estás muerto, Morcom—exclamó uno de los amigos de Billy, arremetiendo contra el muchacho. Christopher evitó el golpe, y los otros lo siguieron.

Alan aprovechó la distracción creada para arrebatarle a Billy sus notas.

Se aproximó a Christopher, quien era atacado por dos salvajes y Billy, apenas conteniendo a los primeros.

Alan alcanzó a captar vistazos de su desesperada mirada, en su dirección. Ayuda, le gritaban sus ojos, ¡ayúdame, cobarde Turing!

Entonces Alan hizo algo muy descabellado. Profirió un grito salvaje y se colgó de la espalda de Billy, haciéndolo dar un traspié ante la inesperada carga. Billy gruñó cuando Alan lo pateó en el estómago, con sus pies ya en posición y también cuando tiró de su cabello.

Sin Billy, quién era el más alto de todos, Christopher se escapó del agarre de los otros dos.

—¡Alan!—lo llamó, y él entendió lo que quería decir.

Se desprendió de Billy y salió corriendo junto a Christopher, lo más veloces que pudieron, dejando atrás a Billy y sus amigos. Escuchaba sus pasos, siguiéndolos en un ritmo nervioso...

Y Christopher lo tomó de un brazo, metiéndolo a un salón vacío.

Ambos se apoyaron en sus rodillas, exhaustos.

—De nada—Christopher murmuró, entrecortadamente porque aún estaba agitado por la carrera—. Siempre deseé correr un maratón, pero no ésta basura.

Alan tosió, y de poco a poco, su tos se convirtió en risa.

—¿Te estás burlando, Alan Turing?—Christopher sonrió de lado—. Porque no es nada gracioso que casi se me salgan los pulmones por esos idiotas.

—¡Enfrenté a Billy!—exclamó, agitando sus arrugadas notas al aire. Pero no le importaba su estado, sino que estaban ahí con él—¡Lo hice gracias a ti!

—De nada—repitió Christopher, sonriendo aún—. Siempre es un placer hacerte vivir nuevas y satisfactorias experiencias.

Alan estaba por responder, cuando alguien tocó violentamente la puerta. Era Collins, y debajo de sus gritos, se escuchaba la voz sollozante de Billy.

Christopher y Alan se vieron mutuamente, preocupados.

—Creo que nuestra buena suerte terminó por hoy.

Su amigo asintió. Y en el camino a la oficina del director no le mencionó ni una sola vez su actitud de semanas anteriores. Ni un cuestionamiento.

Sleep AloneWhere stories live. Discover now