Prólogo.

81 3 2
                                    

Tiempo más tarde...

Cuando el frío cala tus huesos, se instala en tu corazón, envenena tus venas. Cuando la rabia gobierna tu mente, las ansias tu cuerpo. Tu cerebro no reacciona sólo te envía una información: Matar. Matar. Matar.

Tengo en frente y de pie, imponente como siempre, al hombre que destruyó mi infancia, al miserable que destrozó mis sueños, al hombre que mató mis ilusiones, que mató a mi familia. Al único hombre al que he temido.

—Hola, pequeña.

Mi padre.

Observo como sonríe como si no hubiese pasado siete años desde que me fui, como si no hubiese estado en prisión esos siete años. Tiene un aspecto desarreglado, tiene arrugas debajo de los ojos y en las esquinas de la boca. Su pelo tiene canas visibles desde el metro que nos separa. A pesar de su pobre intento de llevar traje no cambia lo que hizo y quién es. Un asesino.

La sangre burbujea en mí, como lava ardiendo deseosa de salir, de escapar. Mi mano cosquillea por deslizar la pistola de la cinturilla de mis vaqueros y apuntarlo. Sonreiría y apretaría el gatillo. Sólo una bala. Un intento. Y se acabó.

No tengo ya a quien proteger, mamá se fue, mi hermana también. Todo por lo que luché se está yendo a la porra por la cínica sonrisa que lleva. Todo por lo que sacrifiqué ya no existe. ¿Qué es la condena de cárcel por la placentera sensación de matarlo? Insignificante.

"Amore" oigo su voz vibrando en mis oídos como miel dulce. Oigo como me dice que no estoy sola, que lo tengo a él y que él me tiene a mi. Que somos uno y que somos fuertes. Y que atravesar una bala sería menos doloroso que dejarme, que dejarlo. Que abandonarnos.

Entonces sonrío, ya no soy la misma. Ahora soy libre. Tengo una vida y tengo a Alessandro D'Angelo. Tal vez haya pasado por situaciones difíciles, por momentos que romperían a cualquiera en mil pedazos. Pero yo no soy cualquiera, soy Dayana Austin.

Yo le enseñé al infierno a arder.

—Hola, papá. Dicen que la comida en la carcel es buenísima. Pero creo que el whisky no te la permiten. ¿Cierto? ¿Hiciste muchos amigos?

Su sonrisa decae y la mía aumenta. ¿Quién jode a quien ahora, papá? Lleva sus manos detrás de su espalda a modo que queda mas erguido, y sacude la cabeza caminado de un lado a otro. Sé que le he enfadado, si ahora mismo tuviera siete años y estuviéramos en nuestra antigua casa hubiese caminado hacia mi con las manos todavía detrás de su espalda. Me habría sonreído al acariciar mi rostro y luego me habría golpeado tirándome al suelo.

—Siempre he sabido que tú valentía traería problemas. Has sido siempre una niña desobediente y malcriada. Tu hermana es más flexible a entenderes. ¿Dónde está? Me gustaría hablar con ella.

Se vuelve hacía mi dando una zancada, espera mi reacción pero no me inmuto. Ladea la cabeza. No le contesto.

—Vaya estás hecha toda una mujer — comenta sonriendo y da una zancada hacia mí. Sus ojos bajan y analizan mi pecho sin ningún pudor a pesar de que mi camisa cubre todo. - ¿También se la chupas a los camioneros como hacía tu mamá?

Lo veo todo rojo, estoy a un segundo de lanzarme sobre él, pero entonces la puerta se abre y alguien agarra mi mano. Una mano ruda y mas grande que la mía. Lo tengo detrás y su olor inunda mi nariz. Cuando aprieta mi mano sé que esta todo bien, me acerco más a él para que mi espalda choque contra su pecho. Noto su cálido aliento contra mi mejilla.

Con él a mi lado soy capaz de todo. Soy más fuerte y no le temo a nada ni a nadie. Es lo que Alessandro D'Angelo provoca en mi.

Todos los derechos reservados.
Prohibida su copia total o parcial.

Se advierte de lenguaje obsceno, escenas violentas y contenido sexual. También trata temas de abusos.
Todo lo escrito aquí es sacado de mi propia imaginación, cualquier parecido a la realidad es pura coincidencia.

¡Disfruta de la lectura! 😊

Dayana. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora