Capítulo diez.

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Ya habían pasado algunos días desde la llegaba de la chica, y no podía decir que estaba más enfadada que feliz por ello.

Odiaba su forma de actuar, era tan intrusa con todo lo que tuviera que ver conmigo que comenzaba a darme serios dolores de cabeza. Era el segundo antiflamatorio que tomaba en el día, y todo debido a ella.

Sabía que la chica había sido el gran amor de Adam, está bien, que se lo quede. Pero una cosa era que ella tuviese historia con él, y otra muy diferente era que no siguiera las normas como todos por tener preferencias, eso no lo permitiría.

Los últimos dos días habían faltado al entrenamiento por estar ocupada con Adam. Ella distraía al jefe de los guardaespaldas, y si algo alía mal, lo culparían a él.

Quise creer que ese era el único motivo para odiarla. Claro, eso, y que la chica era muy desagradable e irresponsable, me resultaba imposible creer que mi padre la hubiese contratado.

Para mi mala sorpresa, la cabeza de Anabelle se asomó en a puerta de mi cuarto, la miré como si acabase de cometer el peor crimen.

—Debes tocar antes de entrar en la habitación de la princesa, ¿lo sabes no?—le dije, Anabelle me observó mal, ya llevaba siete días aquí y creo no poder soportarla más.

Se le pasaba fisgoneando en todo, todos los días iba a mi entrenamiento con Adam o Ryan y se ponía a comentar sobre las posiciones, o sobre cómo debía de hacer todo, dando órdenes como si fuera dueña y señora. Ocupaba una pieza al lado de la de Adam, las cuales estaban en la planta baja, y no hacía nada más que venir a joderme a cada minuto. Había discutido con ella ya demasiadas veces, odiaba su rostro, odiaba su rostro, odiaba su aroma, odiaba la forma de tratar a la gente, odiaba todo de ella. Odiaba su forma pacifista, odiaba que creyera que todo lo que ella dijera estaba bien.

Oh, vamos. Siete días, siete malditos días aquí y hasta a Ryan se había ganado, traidor. Intentaba ser una Sky buena, y no lanzarla por la ventana cada vez que ella decía algo, pero ya se me estaba haciendo difícil.

Tenía a toda la casa comiendo de su mano, y aquello no era correcto, joder hasta las empleadas la atendían como si fuera la maldita reina de Inglaterra, y qué decir de Adam. Este no dejaba de mirarla en todo momento, no me sorprendería si la chica estuviera cagando y Adam la seguiría observando.

La dueña era yo, no ella.

Y era hora de que lo tuviera claro.

—Deja ya tu mala educación, Sky—dijo, y me levanté de mi cama.

—Qué ridícula eres, ¿Yo soy la mal educada, siendo que tú entras a mi habitación sin tocar la puerta? Vete por favor, no tengo gana de ver tu rostro—le dije, y comencé a colocar crema humectante en mi frente, ignorándola.

—Eres realmente más insolente y atrevida de lo que pensé.

—¿Estás consciente de que trabajas para mi, no? No tienes ningún derecho a tratarme así, aquí la única insolente eres tú.

—En mi primer lugar, trabajo para tu padre, no para ti—me dijo.

—¿Lo has visto por aquí?—la miré, ella guardó silencio—. No, Anabelle, él no está aquí, y ya que no está aquí, soy yo la que está a cargo.

Ella rió sin gracia.

—Ambas sabemos que Adam es el encargado de todo.

—Claro que lo sabemos, sobretodo tú, ¿No es cierto? Te le has pegado como una lapa desde que llegaste a la casa—ella me miró mal. Rodé los ojos.

—Te he visto, Sky. Pondría las manos al fuego por afirmar que Ad te gusta.

—Adam, su nombre es Adam. Y no, qué asco.

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