La propuesta del condenado

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Estaba en medio de la nada. No había cielo ni suelo, todo era una enorme mancha blanca con una única excepción. Tláloc[*] controlaba la lluvia que caía de la nada a su alrededor, formaba una especie de domo de agua pura y clara. El dios azteca con sólo mover su dedo podía hacer que el agua cayera tan rápido o tan lento como él quisiera.

–¿Qué pasa, Ximena? –el dios la miró.

Su rostro era exactamente igual a como se veía en sus representaciones, nada agradable en realidad.

–Estoy muriendo.

Tlaloc detuvo su mano al igual que la lluvia.

–¿No deberías hablar con Mictlantecuhtli[**]? –preguntó confundido.

–Tú eres más agradable –respondió Ximena con honestidad–. Además dije que estoy muriendo, no que ya estoy muerta.

Tláloc movió sus manos y la lluvia volvió a caer.
El agua parecía hundirse en la superficie blanca y caer desde lo alto, una y otra vez.

–¿No te cansas de esto? –le preguntó Ximena al dios– Haces lo mismo, y nadie te agradece.

–No lo hago por reconocimiento. Lo hago por amor.

–¿Amor a la humanidad?

–Amor a la lluvia –corrigió Tláloc, que veía la lluvia como a la más hermosa de las criaturas–. No puedo dejar de hacer lo que hago porque lo amo. ¿Me preguntas esto por qué ya te cansaste de tu vida?

–No estoy lista para ver a Mictlantecuhtli, aún no. Lo pregunté porque quería saber si amas a la humanidad.

No siempre se tenía la oportunidad de ver a un dios de frente, saber si en realidad amaban o les era indiferente lo que pasara en la tierra era algo que valía la pena preguntar. 

–Amar lo efímero es hermoso, pero también tiene un precio. Y creo que tú lo conoces.

Ximena asintió y Tláloc volvió a ver la lluvia. La bruja se preguntó si en algún momento había amado a alguien de la misma forma en que se notaba su amor por el agua. Se preguntó si ella alguna vez lo hizo, o si en algún momento lo haría.

–Lo harás –respondió Tláloc a su pregunta no dicha y Ximena lo miró con sorpresa–. Pero sufrirás por ello.

Ximena abrió los ojos. Frente a ella vio a un hombre borroso de ojos color cobre.
Frunció el ceño confundida, levantó la cabeza y vio que el hombre sostenía su mano. Claro, estaba muriendo, y él le había dado un poco de su energía para ayudarla a recuperarse.

–Gracias –dijo en español– ¿Qué pasó? ¿Y Magnus?

El hombre finalmente dejó de estar borroso y pasó a ser Marco Hortus. El italiano la miró confundida y Ximena se dio cuenta del idioma que había usado.

–Scusa [Lo siento] –se disculpó en italiano–. Sto bene e voglio sapere dove Magnus. [Estoy bien y quiero saber dónde está Magnus].

–E 'stato portato nel paese delle fate, ha confessato di essere l'assassino della regina. [Fue llevado a la tierra de las hadas, confesó ser el asesino de la reina].

Cazadores de sombras: Ciudad de porcelanaWhere stories live. Discover now