El amanecer

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Entre los brazos de Emma, perdida entre sus besos y caricias, entre las mil sensaciones que le provocaba, con la piel erizada y todos los sentidos despiertos, Regina no se dio cuenta de que los rayos del sol la acariciaban sin dañarla.

Con los ojos cerrados y la mente apagada, en blanco, dejándose llevar por las manos expertas de la loba, completamente en paz hasta que Emma se levantó de un salto y rompió la magia del momento con un grito cargado de sorpresa.

-Regina, el sol, ha salido el sol

Como un rayo abrió los ojos, y miró fijamente la cara de sorpresa y confusión de la loba, justo antes de darse cuenta de que los rayos del sol la estaban bañando, calentando su fría y blanca piel, sin quemarle, sin hacerle daño alguno.

Se miró las manos, los brazos, se acarició el rostro mientras sus ojos mostraban su inquietud, su sorpresa y sobre todo la duda.

-¿Cómo es posible, Emma? ¿Qué me está pasando?

-No lo sé, deberíamos volver, quizás Granny tenga la respuesta

Se levantaron ambas del suelo, vistiéndose rápidamente y, sin pronunciar palabra alguna, cada una metida en sus propios pensamientos, en sus propias dudas sobre ese hecho extraño y fuera de lugar, se dirigieron hacia el poblado licántropo, donde los lobos llevaban horas inquietos, esperándolas.

Al verlas aparecer y ver como Regina andaba bajo el sol igual que ellos, sin que este la dañara, la confusión se apoderó de ellos, al igual que de la joven vampiresa y la rubia, que no se explicaban qué había podido pasar.

Fueron directamente a buscar a Granny, que se abrazó a Emma con gran alegría al verlas pues, al notar que no regresaban, se había temido lo peor. La rubia se deshizo como pudo del abrazo pues le corría prisa por entender el cambio producido en Regina y, con voz apresurada y cargada de duda, se dirigió a la anciana del clan.

-Granny, explícame porqué una vampiresa puede andar bajo el sol sin lastimarse

La anciana miró fijamente a Regina, cuya cara reflejaba la tormenta interior que tenía la vampiresa, la tormenta de preguntas sin respuesta y de dudas que la estaban atormentando.

-No sé qué ha podido pasar para que una vampiresa se haga inmune a los rayos de sol, todo lo que puedo darte es una teoría descabellada aunque es la única que se me ocurre.

-¿Qué teoría?

-Bueno, ya te dije en una ocasión que la fuerza de los vampiros proviene de la sangre que ingieren y tú le regalaste tu propia sangre a Regina para salvarle la vida. Puede que ese hecho haya provocado cambios en ella, otorgándole características únicas para su especie. También puede ser por el tipo de sangre que llevas, Emma. Es única en el mundo ya que eres la última de tu familia, y tu linaje es el linaje del primer lobo, por lo que eres poderosa y ese poder has podido transmitírselo regalándole tu sangre.

Tras un largo silencio, en el que ambas asimilaron las palabras de Granny, finalmente Regina habló en susurros.

-Es posible que tengas razón. Ningún lobo daría su sangre a un vampiro para salvarlo, ese regalo que Emma me hizo me ha cambiado.

Emma miró a Regina con un brillo cargado de esperanza en su mirada. Quizás el hecho de que anduviera bajo el sol fuese solo el principio de los cambios, quizás la vampiresa podía llegar a amarla algún día, por mucho que ella pensase que es imposible. Emma tenía la certeza de que Regina iba a enamorarse de ella y que cumplirían con su destino, unirían ambas razas en una sola, vencerían en la última gran guerra entre inmortales, estaba más segura que nunca de que los imposibles no existían, no después de ver a una vampiresa andar a plena luz del día sin morir.

Hijos de la lunaWhere stories live. Discover now