Capitulo 49

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Cuando Harry bufó por cuarta vez, Diana se giró hacia él molesta:

-Ya, no seas tan quejoso, ¿sí?

-Sigo sosteniendo lo que pienso... ¡Esta fue la luna de miel más corta de la historia!

-Ya lo se, pero nuestro amigo se va a Londres, debemos despedirnos -insistió la rubia.

-Te conozco Diana, se que no volvemos por eso, sino porque te mueres de intriga por saber con detalles lo que pasó en esa fiesta de compromiso... ¡En cuanto Jade te lo contó, quisiste volver volando!

-No exageres...

-¿Qué no exagere? ¡Me quitaste del volante para ir más rápido! -protestó, cruzándose de brazos en el asiento copiloto.

-Es que ibas demasiado lento cariño... Si es por ti, llegamos cuando finaliza el verano -bromeó, aunque su marido no rió -. Tenemos mucho tiempo para disfrutar de nosotros... El resto de nuestras vidas -aseguró, sonriente, posando una de sus manos sobre la rodilla de Harry.

-Sí, lo se amor... Pero es que estábamos en un lugar tan hermoso...

-Y volveremos... Recuerda lo que nos dijeron los chicos cuando nos regalaron el viaje: "porque a ustedes les encanta la nieve y esquiar" ¡Y estamos en pleno verano! Volveremos en las vacaciones de invierno, ¿Qué te parece?

Harry asintió sonriente, acariciando la mano que su esposa tenía sobre su rodilla, aunque ésta la quitó rápidamente para llevarla nuevamente a la palanca de cambios y acelerar más.

-Ahora sí creo que vas demasiado rápido -opinó, aferrándose al cinturón de seguridad.

-Ya... no pasa na... Dios...

-¿Diana? -el rostro de su esposa estaba contraído y bastante pálido -¿Mi amor, qué te sucede? -inquirió, preocupado.

-No... me siento bien, voy a detenerme... -decidió, bajando la velocidad y estacionando el automóvil a un costado de la ruta.

Diana descendió rápidamente del vehículo y en cuanto llegó al césped, comenzó a vomitar. Harry corrió tras ella y le sostuvo el cabello con una mano, mientras con la otra acariciaba su espalda con preocupación.

-No debiste haber comido esas fresas con chocolate -expuso, con inquietud.

-Tú comiste más que yo y no te veo en el mismo estado -protestó, cuando pudo incorporarse -. Aparte, eran demasiado tentadoras -añadió con picardía, cuando recordó en qué momento se habían deleitado con las exóticas frutas.

-Bueno, será mejor que volvamos al auto -decidió, cuando notó que su esposa comenzaba a ponerse en clima. La amaba más que a nadie, pero aún así no quería que acercara su boca a la de él -. Y yo conduciré. Iremos con la ventanilla abierta por si... bueno, para que te de un poco de aire en el rostro.

-Sí, pero antes dame algo de beber porque si sigo con este sabor horrible en la boca volveré a... Oh, diablos -gimió, volviendo rápidamente al costado de la ruta.

...

Joseph se encontraba en ese momento en aquel lugar que siempre elegía cuando necesitaba despejarse; ese sitio en el que casi toda su vida había deseado vivir, ya que le resultaba un pueblo tranquilo, alegre e ideal de acuerdo a sus expectativas. Quizás no estaba tan cerca de su familia pero el lugar estaba ubicado al lado de la isla, por lo que podría visitarlos cada vez que quisiera. Nuevamente se hallaba en la ciudad de Portsmouth, su rincón soñado, aunque al poco tiempo de haber arribado allí se había arrepentido, especialmente cuando había llegado al chalet blanco que tanto había deseado poder comprar y que ahora le mostraba aquel cartel que se había presentado tantas veces en sus fantasías... aunque en la realidad que ahora vivía, no había sido él quien había logrado ello.

Sucedio un VeranoOù les histoires vivent. Découvrez maintenant