Zorros sin nombre y Lunas

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El pequeño cachorro de zorro, el más pequeño de su camada, el cual aún conservaba sus colmillos de leche, se encontraba jugando diligentemente saltando las rocas que sobresalían del río. Reía sin preocupaciones, ese lugar era su personal patio de juegos cuando los demás cachorros lo excluían por ser muy débil.

"Ya crecerás y te presentaras como un hermoso zorro y cuando eso pase, esos tontos cachorros lejos de molestarte, van a pedir tu mano."

Solía decirle su papá cuando el pequeño volvía sucio y con lágrimas en los ojos producto de los demás niños de la aldea. A él no le importaba, realmente no quería ser la pareja de ningún tonto zorro que lo molestara, él era feliz con su río y sus rocas sin importar que estén alejados de la aldea y nadie sepa dónde se encuentra.

Escuchó el ruido de arbustos y paró su juego para ver el otro lado del río, ese lado al que nunca había cursado por miedo a los temibles árboles que se extendían intimidantes hacia el cielo junto el infinito del bosque, y es que el bosque se volvía mucho más denso que del lado del pequeño cachorro. Vio cómo una pequeña y esponjosa oreja sobresalía detrás de un árbol.

–¡Oh! ¡Ya te vi!– gritó el cachorro emocionado por no reconocer el pelaje.

Quizá encontraría otro cachorro que no se burlara de él y finalmente tendría un amigo, pero sin embargo el pequeño escondido detrás del aquel grueso árbol se asustó por su voz y salió corriendo, dejando al zorrito con un puchero en sus labios desilusionado por espantar a su potencial futuro amigo.

Pero los días pasaron y el zorro volvía a aquel río, al igual que el cachorro del otro lado de este. Seguían la misma rutina, mientras que el zorro jugaba saltando las rocas, el cachorro de identidad desconocida lo miraba escondido detrás del mismo tronco. Ambos eran conscientes de la presencia contraria, pero ninguno decía nada. No hasta que el impaciente zorrito hablará.

–¡Por el Dios Zorro! Por favor di algo, siento que si sigo así voy a volverme loco. –

El cachorro que se encontraba escondido, miró con sorpresa como el zorrito se sentaba con las piernas y brazos cruzados en la roca más alta, moviendo la cola de un lado a otro con las orejas hacia atrás junto con un claro ceño fruncido y mejillas abultadas.

Pensando realmente en qué decir, el pequeño oculto entre la malesa del frondoso bosque decidió hacer la pregunta que siempre rondaba su cabeza desde que vio por primera vez al contrario.

–¿Cómo te llamas? –

Su voz era apenas un susurro, temiendo no ser escuchado estaba por preguntar una vez más, pero no fue necesario ya que el zorro, con orejas muy agudas, levantó estas y más que contento respondió.

–Mi nombre es... primero dime el tuyo ¿si? ¡Realmente tengo curiosidad! –casi gritó de la emoción.

–Soy Yannik...

–¡Mucho gusto Yannik! ¿Quieres ser mi amigo?

Y el pequeño canino nunca se imaginó escuchar alguna vez esa pregunta ser dirigida a él. Con las mejillas sonrojadas Yannik decidió salir finalmente de su escondite.

El zorrito miro emocionado cómo el niño que tanto lo acompañaba, ahora bautizado Yannik, se dejaba ver. El pequeño era de contextura pequeña, casi tanto como él, su pelo era completamente blanco, en contraste este tenía pequeñas manchas oscuras con forma curva, sus ojos eran violetas y tenía piel pálida; a diferencia del pequeño zorro cual tenía el cabello anaranjado, ojos oscuros y piel morena.

–Woow... ¡son lunas! –comentó emocionado el pequeño zorro, pero al ver la confusión del otro decidió aclararse mejor –tu cabello, ¡está lleno de pequeñas lunas! ¡me encanta la luna!

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