Hermione

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Seguíamos con aquel duelo de miradas. Apenas sabía quién de los dos iba ganando o si habría algún ganador de toda aquella situación. Solo sabía que su mirada y la mía chocaban en un punto intermedio, provocando chispas. En ese momento, todo mi cuerpo estaba tenso, preparado para reaccionar a cualquier situación. A cualquiera, menos a esa. 

Los fríos labios de Malfoy acortaron la distancia que restaba hasta los míos. Y los míos, tal vez sin quererlo, le seguían el juego. Aquel duelo de miradas había desaparecido completamente cuando nuestros párpados se dejaron caer, haciendo que nos dejásemos llevar por el momento. Él colocó una mano sobre mi cadera y la otra en mi mejilla, atrayéndome más hacia sí. 

En ese momento, solamente podía concentrarme en el cuerpo de Malfoy. En sus labios, gélidos, pero al mismo tiempo desafiantes. En la mano firme que recorría el espacio entre mi cadera y mi cintura. En las electrizantes yemas de sus dedos, que acariciaban la piel de mi rostro. Entonces, me esforcé también por centrarme en el beso. Había sido desesperado y apasionado al principio, pero después se había convertido en un beso mucho más tranquilo y delicado. 

Mi corazón latía acelerado cuando él se separó. Se separó lo justo para que nuestros labios no se rozaran, pero nuestras narices seguían en contacto. Abrí con delicadeza los ojos. Vi que los suyos aún reposaban. Podía sentir su respiración agitada. Su piel fría seguía en contacto con la mía, como si quisiera absorber mi calor corporal. 

En aquel instante, el rubio se separó de mí dando un brazo atrás, y devolviendo sus brazos a su posición natural. Abrió los ojos al tiempo que un sonido que no supe identificar nació de su garganta. Tal vez un intento de carcajada, tal vez un suspiro, tal vez un reproche hacia sí mismo.

Un reproche, eso era lo que yo debía de sentir entonces. Acababa de besar a Draco Malfoy. Bueno, más específicamente, él me había besado a mí. En cualquier caso, yo le había seguido. Draco Malfoy, mi mayor enemigo. Draco Malfoy, el chico que estaba ayudando a lord Voldemort. Draco Malfoy, el sangre pura engreído. 

Reí sin poder evitarlo. 

—¿Qué sucede?—preguntó él mirándome fijamente.

No respondí. No era necesario. Ambos sabíamos lo que sucedía. Finalmente, él también acabó por reír. 

—Conque enemigos, ¿eh?— se burló él, con su arrogante sonrisa de medio lado. 

—Pero enemigos con un secreto en común— maticé yo, repitiendo sus propias palabras, con una sonrisa determinada. 

Él soltó una carcajada aún mayor. Yo recogí el libro que había dejado allí, dispuesta a llevarlo a mi habitación. Estaba a punto de salir de allí cuando él me tomó repentinamente de la mano. 

—Tal vez deberíamos repetir este secreto, ¿no crees?— susurró. 

De nuevo, no respondí. Seguía sin ser necesario. Ahora sí, crucé la puerta y me encaminé hacia la sala común, deseando que no me pillaran a deshoras. 

Mientras caminaba hacia allí, comencé a pensar en todas las cosas que podían salir mal si seguía con mis encuentros furtivos con Malfoy. Si seguía guardando su secreto. Si continuaba confiando en que, finalmente, haría lo correcto. Si seguía pensando que...

Una vez más, estuve a punto de despertar a Harry y Ron y contarles todo lo que estaba pasando. Y, una vez más, el peso de mi palabra fue mayor. No sabía que era lo correcto en estas situaciones. Y aquella no sería la última vez que dudase. 

 

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¿Enemigos? | Dramione | ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora