Capítulo 2

304 7 0
                                    

Si pudiese emplear solo una palabra para describir mi  nueva habitación para el verano, usaría «sencilla». No
existe otra manera de describir una cama rodeada de paredes pálidas y una simple cómoda y nada más.

También hace muchísimo calor.

—Me gustan las vistas —le digo a Jamie, a pesar de que ni siquiera estoy cerca de la ventana para saber cuáles son.

Él se ríe.

—Tu papá dijo que puedes decorarla como quieras.

Doy un paseo por ella, por mi habitación, rodeando la alfombra beige, e inspecciono los armarios empotrados. Las puertas correderas están cubiertas de espejos. Mucho más guay que el pequeño armario que tengo en casa. Y también hay un baño privado. Echo una ojeada por la puerta y enarco las cejas con satisfacción. La ducha no parece haber sido estrenada.

—¿Te gusta? —pregunta papá a mis espaldas.

Me doy la vuelta ante el sonido de su voz y él me saluda con una sonrisa.

No sé cuándo ha entrado en la habitación—. Per dona que haga un poco de calor, pondré el aire acondicionado.

Dale cinco minutos.
—Está bien —digo—. Me gusta la habitación.
Es casi dos veces más grande que mi habitación en  Portland, así que, a pesar de lo sencilla que sea, definitiva-
mente es imposible que no me guste.

—¿Tienes hambre? —Parece ser que lo único que sabe hacer bien papá es preguntar—. Has estado de viaje toda
la tarde; probablemente estés medio famélica.

¿Qué te apetece?
—Estoy bien —respondo—. Creo que saldré a correr un
poco. A estirar las piernas, ya sabes. No quiero echar a perder mi programa diario de ejercicio, y un poco de footing me parece una buena manera de explorar el barrio.

Observo la vacilación que se dibuja en el rostro envejecido de papá. Por un momento o dos frunce el ceño y lue-
go deja escapar un suspiro como si yo le hubiera pedido que me comprara hierba.

—Papá —digo con firmeza. Inclino la cabeza y fuerzo una risa fingida—.

Tengo dieciséis años; puedo salir. Solo
quiero echar un vistazo.

—Por lo menos llévate a Jamie —sugiere. Este enarca las cejas con curiosidad. O con sorpresa. No sé cuál de las dos—. Jamie, a ti también te gusta correr, ¿no? ¿Puedes
acompañar a TN para asegurarte de que no se pierda? Jamie me echa un vistazo rápido, me ofrece una sonrisa
comprensiva y llena de empatía, y luego dice:
—Claro. Voy a cambiarme.
Supongo que entiende la guerra que da tener padres excesivamente sobreprotectores que te tratan como si tuvieras cinco años.

Así que, considerando todo esto, supongo que me espera un gran comienzo aquí en Santa Mónica. Solo es el primer día y la incómoda tensión entre mi padre y yo ya es casi insoportable.

Primer día y ya me obligan a participar en una barbacoa con un montón de desconocidos.

Primer día y ya me envían a un escolta cuando sencillamente salgo a hacer footing.

Primer día y ya me arrepiento de haber venido.
—No vayáis muy lejos —advierte papá, y luego sale de
la habitación sin cerrar la puerta, a pesar de que le pido que lo haga.

Jamie se dirige hacia la puerta, se apoya con una mano en el marco y pregunta:
—¿Quieres ir ahora?
Me encojo de hombros.
—Si a ti te viene bien...
Asiente con la cabeza con rapidez y sale de mi cuarto.

Se acuerda de cerrar la puerta.
Preferiría no perder demasiado tiempo dentro de casa, especialmente cuando parece que el aire acondicionado no funciona, así que tiro la maleta sobre el blando colchón
y abro la cremallera. Me alegra descubrir que mis pertenencias —que van desde mi portátil a mi ropa interior favorita— han llegado bien y están intactas. Normalmente mi maleta llega con la mitad de su contenido desparramado porque los encargados del equipaje suelen ser de-
sastrosos. Así que meto las manos hasta el fondo de mi sorprendentemente robusta maleta, porque mi ropa para hacer ejercicio fue una de las primeras cosas que metí dentro.

Love You❤Where stories live. Discover now