capítulo 6

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Un poco después de las ocho, Meghan nos lleva a todos a esa fiesta a la que temo ir. Me siento tan intimidada por ella que desearía haber acudido a la cena familiar con papá y Ella. Seguro que tener que obligarme a deslizar comida carísima por mi garganta sería mejor que el sabor amargo de licores baratos.

Nos apiñamos al lado del Toyota Corolla plateado mientras laoscuridad comienza a filtrarse a través de la luz del ocaso de una manera tan hermosa que me quedo observando hacia el horizonte hasta que Rachael dice que le toca el asiento delantero y me empuja hacia un lado. De mala gana me meto en el asiento de atrás con Raúl sentado en el medio, entre Tiffani y yo, con cervezas en su regazo y vodka a mis pies.

Hay una combinación apabullante de desodorante, perfume y la colonia de Raúl, sin mencionar la música que va aumentando de volumen a cada segundo. El coche avanza por la calle, por suerte, a una velocidad prudente. Meghan conduce con el cuerpo rígido y algo agachada sobre el volante, y no dice ni una palabra.

Es como si estuviera aterrada de perder la atención, así que mientras ella se concentra mucho en el camino,Rachael y Tiffani hablan lo suficiente para compensar su silencio.

—Si Molly Jefferson está en la fiesta, juro por Dios que me largo —dice Rachael sin apartar la vista de su teléfono.

Está escribiendo un mensaje con increíble rapidez, sus dedos se mueven tan deprisa que yo sencillamente la observo asombrada.

—Y ¿por qué iba a estar esa pringada? —se ríe Tiffani mientras se arregla el pelo, pasándose los dedos hasta que queda contenta con cómo le queda—. Austin es un bicho raro, pero por lo menos tiene valores. No deja entrar a pringados.

Por un momento se inclina un centímetro hacia delante para mirarme por encima de Raúl, pero luego se sonríe y se vuelve a poner cómoda.

Mientras atravesamos la ciudad, echo un vistazo hacia la izquierda. Raúl tiene los brazos cruzados encima del pecho y no se lo ve muy cómodo, sus ojos están fijos en el freno de mano, su cara parece rígida.

Debe de notar que lo estoy mirando porque me echa un vistazo rápido y luego devuelve la mirada hacia delante con la misma velocidad. Así que sitúo mi cuerpo en un ángulo hacia el lado y me concentro en los edificios que pasan por mi ventanilla, pero no me ayuda mucho para paliar lo incómoda que me siento. Cada pocos minutos noto la mirada de Raúl sobre mí, pero cuando me vuelvo para verlo y pillarlo, este aparta la vista hacia la dirección opuesta.

—Y ¿qué hay de esa chica, Sabine? ¿Sabine...? —Rachael levanta la vista de su teléfono y se lleva un dedo a los labios mientras piensa por un momento. Se vuelve en su asiento y entorna los ojos hacia Tiffani a través del hueco de su reposacabezas—. Sabes de la que te estoy hablando, ¿no?

La estudiante alemana de intercambio.

—¿La chica que me robó el asiento en clase de español? Sabine Baumann.

—¡Sí! —chilla Rachael, y se vuelve a desplomar en su asiento—.

Espero que no esté allí. Siempre está mirando a Trevor.

—Y a ti, Raúl —añade Tiffani.

A mi lado, noto que este se encoge de hombros, pero es evidente que esa chica llamada Sabine no es amiga suya. Tiffani frunce los labios y se arrima más a él.

Las dos hablan de la gente que irá, los demás no aportamos gran cosa a la conversación: ni Meghan porque está demasiado ocupada intentando no matarnos; ni Raúl porque se está concentrando en fijar la vista en nada en particular, ni yo porque sinceramente me importa un bledo.

Así que tras quince minutos y un montón de ajustes de pelo y comentarios de mala leche, llegamos a la fiesta, que parece estar en pleno apogeo. Hay varias personas deambulando por el jardín delantero de la casa, y más que van llegando, la música está alta y retumba cuando nos bajamos del coche que Meghan ha logrado meter a presión y con torpeza entre un destartalado camión y un descapotable.

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