1

349 9 0
                                    

California. Siempre he querido ir a ese sitio, visitar cada lugar, recorrer cada rincón. Si no hubiese sido por mi mejor amiga, ahora no estaría aquí. Fue gracias a ella, que básicamente me obligó a apuntarme a un concurso en el que sorteaban un viaje al sitio de mis sueños. Me apunté, pero lo hice más bien para que Tessa, mi mejor amiga, dejara de darme la lata; sabía que no iba a tocarme. Fue varios días más tarde cuando nos llegó la noticia de que el sorteo me había tocado a mí. No podría creérmelo. Al principio pensaba que era una simple broma que Tessa me había gastado, pero después me di cuenta de que no. Ese viaje era mío. Sin embargo, casi me niego a ir. El sorteo era individual, por lo tanto, Tessa no podría venir conmigo, y yo no quería dejarle sola en Barcelona. Una vez más, fue ella quien insistió en que no había ningún problema, y en que si no iba a ese viaje me arrepentiría de por vida. Y aquí estoy ahora, en California.

Creo que hoy va a ser una noche muy larga. Es la primera vez que estoy aquí un 4 de Julio, y no tenía ni idea de que los estadounidenses lo celebrasen con tanta pasión, con tantas ganas. Todo el mundo parece pasárselo genial. Yo llevo unos cuantos minutos mirando los fuegos artificiales, sin hacer caso a los que me rodean. En realidad no me fijo en ellos, solo miro hacia el horizonte, con la mente en otras cosas. Pero mi tranquilidad acaba cuando mi móvil empieza a sonar dentro del bolso. Miro la pantalla y veo que es mi madre. Seguramente se haya enterado de que me he ido a California sin avisarle, pero me da igual. Tenía la esperanza de que no se enterarían hasta que volviese a Barcelona, pero no han pasado ni dos días desde que me he ido y ya me está llamando. Aceptó la llamada sin muchas ganas.

—¿Se puede saber que estás haciendo en Estados Unidos? ¿Has perdido la cabeza? Encima tienes las agallas de irte sin avisar a tu madre, ¡y completamente sola! Estas loca, Maddie Lee.

Espero a que mi madre termine de gritarme y me contengo las ganas de colgarle el teléfono. Odio a mis padres. Ni siquiera vivo con ellos; Tessa tuvo que dejarme un hueco en su casa, y no puedo estar más agradecida. Cuando mis padres se divorciaron, mi padre desapareció por completo y a causa de eso mi madre se volvió una alcoholica. Siempre que volvía a casa, que era muy tarde, no podía ni sostenerse en pies y era yo la que le ayudaba a irse a dormir. A veces ni siquiera volvía, pero no me importaba, porque Tessa me dejaba dormir con ella. A medida que me hice más mayor, las cosas empeoraron. Mi madre se echó un novio, prácticamente igual a ella. Lo único que hacían era beber y hacer cosas que no eran propias para una madre con una hija de 17 años. No se preocupaba por mí, la mayoría de las veces se le olvidaba que tenía que alimentarme, me trataba mal. Pero eso era cuando estaba ebria, o incluso drogada. Cuando estaba sobria era completamente diferente, y tenía esperanzas de que estaba cambiando. Pero al día siguiente volvía a ser la misma. Decidí que si ella no cambiaba, lo haría yo. Por eso me largué de casa y pedí ayuda a la única persona importante de mi vida: Tessa. Desde ese día, Tessa y sus padres se convirtieron en mi familia.

Parece ser que en estos momentos mi madre está sobria. Me gustaría comportarme bien con ella, pero ella no lo ha hecho nunca, no se lo merece. Lo siento.

—No tengo por qué avisarte, Amber. Por si lo has olvidado, hace poco cumplí 18 años y no tengo que pedirte permiso. Esta es mi vida y, mamá, acéptalo, ya no estás en ella.

En cuanto las últimas palabras salen de mi boca, cuelgo el teléfono y lo apago.

Después de pasear un buen rato por la playa y de tomarme un buen batido de chocolate en un pequeño bar cerca de esta, decido que ya es hora de irme al pequeño apartamento que he alquilado. También he alquilado un coche. Si quiero visitar todos los rincones que ofrece California, necesitaba algo con lo que moverme. Casi se me olvida donde lo había aparcado, pero entonces lo recuerdo. Doy media vuelta y camino en dirección al único parking que hay cerca de la playa. A medida que voy dejando atrás a todos los que están celebrando este día, todo se vuelve más oscuro y silencioso. Camino un poco más rápido para llegar antes a mi coche, pero entonces me paro en seco al escuchar unos pasos detrás de mi.

—No es nada, Maddie. Sigue andando.—me susurro a mi misma con un intento de tranquilizarme.

Decido no mirar atrás y me pongo a caminar. Divisó mi coche a unos metros delante de mi, y suspiro aliviada. Ralentizo mi paso, pero entonces me sobresalto cuando alguien me agarra por el cuello y me detiene sin poder avanzar. Es un hombre. Grito lo más fuerte que puedo con la intención de que alguien pueda escucharme. No obstante, el hombre acerca un pañuelo a mi nariz. No, porfavor. No puede estar pasándome esto. Empiezo a notar como mi cuerpo se relaja. Ya no tengo fuerzas para seguir peleando. Me cuesta respirar. Intento soltarme, pero es imposible, ya no siento nada.

Ven conmigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora