2

133 7 0
                                    

Mis ojos empiezan a abrirse lentamente. Mi cabeza parece que este apunto de estallar, lo que me provoca dificultad en enfocar la vista. Me incorporo despacio y entrecierro los ojos para poder ver mejor. A pesar de que este todo bastante oscuro, por fin veo dónde me encuentro. Estoy en una habitación, sentada en la única cama que hay. Las paredes, que miden bastantes metros, el suelo, los escasos muebles, todo es de madera. No hay ventanas, pero sí dos puertas: la que tengo enfrente de mi es la más grande, y tiene una especie de cerrojo enorme. Esta a unos metros de mi, con lo cual, no sé si está cerrada o abierta. La otra puerta, está a mi izquierda. Ésta es pequeña y no tiene cerrojo.

Me llevo las manos a la cabeza, pero algo me lo impide. La mano derecha me duele, y enseguida me doy cuenta de porqué. Tengo una cadena en la muñeca que me ata a un extremo de la cama. No puedo moverme de aquí. De repente me cuesta respirar. No sé dónde estoy, no sé cómo he acabado aquí, y lo peor, no sé quien me retiene aquí. Por qué está claro que he sido secuestrada.

—¡Que alguien me ayude! ¡Por favor!

Grito desconsolada, y me doy cuenta de que ahora estoy llorando. Tengo la respiración agitada y me duele la garganta de gritar con todas mis fuerzas. Pero entonces me callo de golpe al escuchar una puerta abrirse. Oigo pasos, cada vez más cerca. Me tapo la boca con la única mano que tengo libre para que no pueda oírme. Pero es imposible. Quien sea que me haya retenido sabe que estoy aquí. No tengo escapatoria. Solo tengo miedo.

"Por favor que no se abra la puerta, por favor que no se..." Pero la puerta ya está abierta.

Un hombre aparece entonces. Diría que tiene unos cincuenta años, aún que aparenta muchos más dada la apariencia. Ver su cara hace que me entren escalofríos por todo el cuerpo. No tiene casi pelo en la cabeza, y los pelos de la barba me impiden ver su boca. Unas enormes arrugas le caen por debajo de los ojos, y tiene el ceño fruncido. Me pregunto si es siempre así, o si por alguna razón está enfadado. Lleva algo en la mano, pero justo cuando voy a fijarme en lo que és, alguien aparece por detrás suyo. No puedo apartar la vista de él. Es joven, muy joven, seguro que tiene mi edad. Esta frotándose las manos una y otra vez, y no me ha mirado desde que ha puesto un pie en la habitación, o lo que sea este sitio en el que estoy encerrada. Tiene la vista fija en el suelo, y no tiene ninguna expresión en la cara.

El hombre se aclara la garganta, y yo me echo para atrás, no sé muy bien por qué.

—Te estarás preguntado qué haces aquí, ¿verdad?—me dice dando un paso hacia delante.

Estoy tan aterrada que no puedo contestar. Ni siquiera me atrevo a mirarle a los ojos. Temo volver a ponerme a llorar, así que contengo todas las ganas que tengo de hacerlo. Trago saliva y cierro los ojos. Él suspira y se da la vuelta, pero no antes sin dirigirme unas últimas palabras.

—No intentes escaparte.

Me atrevo a mirarle cuando dice eso, pero enseguida me arrepiento cuando veo su sonrisa. No es una sonrisa sincera, ni amable. Es una sonrisa aterradora, realmente aterradora. Aparto la vista enseguida y una lagrima me cae por la mejilla.

—Ya sabes que hacer con ella—le dice al chico que tiene a su izquierda, dandole dos golpes en el pecho.

"¿Hacerme? ¿Hacerme que?"

Él no responde, ni aparta la vista del suelo cuando el hombre sale de la habitación pegando un fuerte portazo que hace que me sobresalte. Suspiro de alivio, pero todavía no estoy del todo tranquila con él aquí. No dejo de mirarle, no puedo dejar de mirarle. ¿Que va a hacerme?

Me soprendo cuando, de repente, suelta un fuerte suspiro y se lleva las dos manos a la cabeza estirándose del pelo. Empieza a acercarse a mi y, por primera vez desde que ha pisado esta habitación, levanta la cabeza para mirarme, dejando al descubierto su cara. Esta bastante delgado y su cara solo expresa tristeza, intranquilidad, enfado. Se nota que no es feliz. Pero, ¿quien sería feliz aquí dentro?

—¿Que... que vas a hacerme?—susurro, alejándome de él todo lo que puedo.—Por favor, no me hagas...

—¡Joder, no voy a hacerte nada!—me interrumpe y no puedo evitar que las lágrimas me empiecen a caer por las mejillas, pero en cuanto se da cuenta de que me está gritando se calla y fija la vista en la pared que tengo detrás, calmando la expresión de su cara.

No me fío de él. No me fío de nadie aquí dentro, si es que hay más gente aparte de yo, él y el misterioso hombre de la barba. Me paso las manos por las mejillas y suspiro. Necesito respuestas. Necesito salir de aquí.

—Por favor, sácame de aquí—le suplico.

Ven conmigoDär berättelser lever. Upptäck nu