Diecisiete

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La preocupación, ligada a la angustia invadía al pianista cuando Maia le contaba parte de su historia. Había más, mucho más. Él lo sabía, lo sentía; y no le gustaba nada que le ocultara cosas en su cara, sin embargo, no podía reclamar. No debía. Ian estaba seguro que ella no estaba plenamente preparada para develar los secretos. No obstante, ya había dado un paso bastante grande al abrirle, aunque sea un huequito de su corazón.

Terminaron de comer y una vez pagó la cena, salieron del lugar. Quería llevarla a pasear por toda la gran ciudad. Mostrarle, no sólo lo más representativo de Nueva York, sino lo que casi nadie ve. Esos callejones, veredas, edificios, que contaban historias... Al estar en el interior de Manhattan, podían salir a caminar cerca del lago y admirar las hermosas vistas de la villa.

—Me gustaría que diéramos un paseo, si te parece bien —le propuso el pianista.

Ian notó como ella lo observaba con ojos abiertos. Miraba a su alrededor dubitativa. Él se encontraba nervioso por los gestos casi inocentes de esa castaña que lo traía nervioso y con unas enormes ganas de besarla... además de hacerle otras cosas que no estaba dispuesto a admitir aún.

—Me encantaría.

Y así hicieron. Pasearon rozando sus hombros por la desembocadura del río que llevaba su apellido. Ella se encontraba nerviosa y un poco avergonzada por la confesión. Él, por supuesto, no iba a presionarla. Conversaron de temas vagos, como el clima, su trabajo y el de ella, a pesar de que ella se cerró en banda cuando quiso profundizar más en el tema.

—¿Qué investigación tienes en mente ahora? —sopesó el castaño deteniéndose y apoyando sus antebrazos en el muro que dividía el río del camino.

Notó que ella sonreía forzosamente y se tensaba. Arrugó la frente, quería preguntar, pero calló.

—Todavía no lo sé muy bien —contestó ella, imitando su postura—. Tengo varias cosas en mente, supongo que es cuestión de ver qué se aclara primero.

Ambos admiraban el agua, los barcos de cargas que pasaban. A Ian le encantaba escuchar el sonido del agua pasar y el choque del viento golpear con las olas que traía la corriente. Dentro de poco entrarían en primavera.

—¿Y qué te gustaría descubrir, Maia? —Quiso saber. No sabía si estaba entrando en aguas tormentosas, o buscando problemas innecesarios. Pero algo le decía que ella andaba en algo más.

Era investigadora y él no era tonto. Ella querría saber y descubrir qué pasó el peor día de su vida, aspiraría obtener respuestas de lo acontecido. Y temía que así fuera. Ahondar en ese mundo era peligroso, y más cuando se trataba de la persona misma.

No era nadie para decirle qué hacer y que no, por eso le extrañaba mucho que ella no le contara nada. Tampoco podía arriesgarse a decirle que sabía lo que pasaba por su cabeza. Inconscientemente, a su lado, él despertaba su empatía y casi podía adivinar sus pensamientos, casi. De lo que sí estaba seguro, como que su nombre era de tres letras, que ella estaba en eso y también en algo más.

—Muchas cosas —musitó sin mirarlo. Él buscó su perfil y la observó con intensidad—. Creo que mi trabajo y mi curiosidad nunca se cansarán de hacer justicia y buscar la verdad.

«Lo sabía. No hacía falta que le dijera nada más», pensó sin dejar de detallarla.

Su nariz respingada, delicada, pero fina, su mandíbula discreta. Sus pómulos pronunciados, sin ser exagerados. Labios exquisitos y elegantes, largas y gruesas pestañas seducían al mirar. Su castaño y largo cabello se movió a la par con la brisa fría de la época, haciendo que sus puntas chocaran con sus hombros y de vez en cuando su rostro.

GlissandoTeWhere stories live. Discover now