Veinticuatro

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El cuerpo le escocía y el estómago le ardía. Había perdido la cuenta de cuántas veces había vomitado o cuántas veces aguantó estoica y con dignidad las arcadas.

Lo que Maia decidió no aguantar fue que la manosearan como si nada y que ella no respondiera... como si se tratase de sumisa, que no era.

Por eso luchó. Ya nada le importaba. Necesitaba salir de ahí, quejarse, gritar, llorar... hasta escupirle en la cara a quienes ameritaban.

Se sentía avergonzada, denigrada, reducida... violada. Ellos no habían atendido las veces que ella quiso ir al baño. Así que no le quedó de otra más que hacerse encima. Querían tocarla, manosearla, besuquearla... insistían hasta en intentar penetrar orificios impenetrables de su cuerpo... pasaron sus asquerosos miembros malolientes por su boca. Ese había sido su límite. Más de uno había salido mordido hasta el punto de sangrar. La habían golpeado repetidas veces. La mejilla le escocía, igual que el labio inferior y de su nariz sentía segregar una gota de sangre constante, que se limpiaba con su lengua.

No hacía más que preguntarse por qué... Qué había hecho mal. Y lo que más le dolía era el hecho de pensar que dejaría a su pequeña sola bajo los cuidados de Ian. Que no tenía ni idea de su existencia. Lamentaba que todo pasara así, pero no tenía idea de cómo remediarlo.

—Uy que asco. —Se mofó su némesis haciendo aspavientos delante de su nariz, alejando el mal olor—. Así nadie te va a querer, Maia. ¿No crees? —Negó con la cabeza, chasqueando la lengua—. Pero adivina qué... No me importa. Te mereces todo lo que te haga.

Ella no se permitió sentirse afectada por sus palabras, tampoco agachó la mirada. Ya no se atrevía a cerrar los ojos. No podía permitirse caer en un sueño profundo o liviano. Necesitaba estar en guardia y alerta. Tener cinco ojos y no cinco, sino seis sentidos alertas.

La saliva se le acumuló en la boca con rapidez, quería escupirle, quería que la odiara y que sea lo que sea que hiciera con ella, darle a entender que moriría luchando, no rindiéndose como una cobarde.

El trapo que tenía en los dientes impidió que pudiera hacer más que babearse a sí misma.

—No seas patética, Maia. —Rodó los ojos, alejándose—. Hagas lo que hagas, estás en mis manos. Y para serte sincero... necesito algo de dinero. Lo que pasa es que no estoy todavía convencido si venderte a la mafia rusa, rumana, japonesa, o china... —Enumeró con los dedos con dramatismo—. Todos pagan bien, ¿sabes? Pero es que necesito más... —Sus ojos de loco se abrieron de golpe, soltando un brillo maléfico.

Ella tragó saliva, llevándose consigo el pesar, la desolación, el dolor y el miedo. Pánico, sí, exactamente eso estaba por darle ahora, un ataque de pánico. Si la vendían a cualquier mafia... iba a perderlo todo.

—Tienes que ser agradecida, reina —continuó él—. Todavía no te he mostrado, pero si he comenzado a pedir presupuesto por esclavas.

Las lágrimas cayeron por sus mejillas sin control. Llámese ira, tristeza, desolación, miedo... sea cual fuere el motivo, ella estaba perdida. Lo estaría. Es que ella podía luchar, pero eventualmente la romperían y domesticarían.

Fue entonces cuando se permitió apoyar la cabeza en la viga de madera que tenía a su espalda, cerrando los ojos. Dispuesta a dejar de luchar. No por gallina, tampoco por cobarde. Si John la vendía, su sufrimiento iba a ser de por vida. Conocía esas historias. Ella misma se había documentado lo suficiente como para hacer un trabajo a largo plazo de ello. Las mujeres esclavas que caían en la mira de esos seres... no tenían vida. Y ella no podría volver a acercarse a su familia.

Había muchas maneras de acabar con una vida. Solo se necesitaba tener el valor de hacerlo.

Su corazón se saltó varios latidos cuando lo sintió. Se había cerrado a él para que no sufriera en su nombre. Pero él no lo había hecho hacia ella. Podía percibir su angustia, necesidad de conocer la verdad, su terror, su dolor... y lloró en silencio por él.

GlissandoTeWhere stories live. Discover now