Al horno

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Parte I. Futura Chef

"Nunca he entendido cómo hacen para cocinar tan rápido", confesó Abigail.

Ambos se encontraban sentados cómodamente en la pequeña sala en casa de Adam, frente al televisor. Éste, con las piernas estiradas sobre la mesita de centro, resultaba ser una perfecta recargadera para los pies de la morena desde hacía meses; al igual que ver reality shows sobre personas con pésimo sentido de la moda, extraños fetiches y concursos de comida resultaba ser un buen plan para cada sábado.

"Probablemente practican mucho en sus casas", comentó él, encogiéndose de hombros.

Al estirar el brazo para tomar un puñado de palomitas del plato que descansaba sobre el estómago de la chica, se dio cuenta de que ésta lo observaba con una sonrisa distorsionada gracias a la comida llenando su boca.

"¿Qué?", preguntó, frunciendo el ceño con extrañeza.

"Debería participar en un concurso de cocina" sentenció.

"Seguro que podrías."

Adam sabía que no pasaría, a esas alturas la conocía lo bastante bien para asegurar que la mitad de las cosas que decía que haría, jamás las concretaba o siquiera empezaba. Darle la razón era una extra-garantía de ello; lo había aprendido en poco tiempo.

Llevarle la contra: malo. Darle la razón: bueno.

"Condescendiente", le acusó, lanzándole una palomita.

"Tal vez un poco. No eres realmente buena cocinando", se atrevió a decirle, preparándose para recibir una lluvia de maíz.

"¿De qué estás hablando? ¡Amas mi cereal con leche!", su mirada decía «no puedes negarlo».

"A veces te queda rancio", bromeó, recibiendo un bien merecido golpe en el hombro.

"Para. Algún día iré a un concurso de cocina, yo lo sé", aseguró con el rostro bien serio.

"Ganarías, dejando a todos los demás concursantes con un corazón roto y mucha envidia."

Abigail sonrió y negó repetidas veces antes de pedirle "Deja de ser extraño."

El pecoso se levantó entonces, estirando ambos brazos y bostezando.

"Lo siento. Deberías volver a casa, ya es tarde", señaló el reloj situado en la pared detrás del sillón.

"Sí, es verdad. ¿Mañana waffles?" preguntó, levantándose y tomando a su novio cariñosamente de la camisa.

"Para variar" sonrió él, antes de plantarle un pequeño beso en la mejilla.

Después de tomar un último puñado de palomitas, Abigail se despidió y se encaminó a su hogar.

En cuanto la puerta se cerró detrás de ella, el pelirrojo se dedicó a repasar todos los buenos momentos transcurridos durante el día, como un chiquillo enamorado tocándose la mejilla después de haber recibido su primer beso.

Aun no podía creer que contara con tanta suerte, y en silencio, agradeció por milésima vez en los últimos meses, la presencia de Abigail en su vida. Poderla ver todos los días era definitivamente algo que no se volvía rutina; cada sonrisa, cada mirada, cada gesto y cada seña parecían algo novedoso, nunca antes visto. Su espontaneidad lo asombraba, la actitud despreocupada con que llevaba a cabo las tareas más importantes lo llevaban a admirarla. Cada uno de sus mil defectos le hacían quererla más.

¿Ella participando en un programa de cocina? ¡Seguro! Tal vez le hubiera dado la razón para evitar un drama innecesario, pero ahora que ponía su cabeza en ello, se daba cuenta de que, si Abigail realmente se propusiera ganar un concurso de cocina, sin duda lo haría.

Por unos momentos, la imagen de su chica cantando y bailando en vivo sin ninguna preocupación, con el tiempo pisándole los talones y varios contrincantes frustrados, le causó gracia.

Adam sonrío en la soledad del lugar. ¿Ahora qué seguía? Momentos atrás, justo antes de que Abi formulara su pregunta sobre el programa, se encontraba al borde de la inconsciencia; ahora, se sentía más alerta que después de haber tomado una bebida energética. No podía dormir. Con su mente a mil por hora sin ningún rumbo fijo, se dirigió al baño, se lavó las manos, los dientes y humedeció el rostro. En el espejo, su reflejo le regresó la mirada entornada.

«¿Qué haces aquí, Adam?».

Ni siquiera él lo sabía, pero se hacía una idea de lo que debía hacer. Soltando un suspiro, se dirigió a la salida de su hogar, sin olvidarse antes de tomar su chaqueta del perchero y las llaves de su auto. Iba a ser una larga noche.

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