Conociendo de más

825 152 12
                                    

«Claro que sé que hay algo raro, algo que no me gusta,
algo que no sé qué hacer ni por dónde ir.
Algo que me hace sentir el vacío por dentro.
Algo que no me deja avanzar. Miedos».

Y yo termino diciendo que estoy bien.
Pesé a todo. Por si cuela.

Defreds

Lex

Catrina no hace nada a medias; habla fuerte, lo hace directo y mirándote a los ojos. Cuando ríe las carcajadas le salen desde el mismo fondo del estómago, y hoy he comprobado que cuando llora el agua le brota del corazón. Es una mujer pasional, y sus besos, que son tan directos como sus palabras, me lo dejan claro. Sexo, de eso me habla su boca. Y sus caderas me incitan a caer. No necesita insistir, quiero dárselo desde el mismo día que vi sus labios rojos bajo el obturador de la cámara.

Me asusta lo rápido que me late el pecho cuando la tengo cerca, me desconcierta cuánto olvido hablando con ella. No es que me haga sentir mejor persona o se me olviden mis problemas, es que no me importan. Y es peligroso, porque actúa en mí justo como las drogas lo hacen: me relaja, me deshinibe y me vuelve indiferente. Y besarla es aun mejor, como la heroína, casi como volar. Por eso odio cuando el teléfono nos interrumpe.

—¿Qué? —ladro de malas maneras.

—Hay fotógrafos afuera del hotel —me avisa David.

Me paso una mano por la frente, culpa de años con las drogas o culpa del beso con Catrina, pero me cuesta concentrarme. Aparto de mis ojos un mechón de pelo imaginario, ella boquea todavía con las manos sobre la mesa.

—¿Saben?

Intento acompasar mi respiración, lamiendo mis labios que conservan el sabor de su boca. 

—No lo creo, tal vez sólo algún huésped cree haberte visto y los llamó. Por si acaso, dejé mi tarjeta de crédito personal en la reserva, seguí al botones hasta tu habitación y le permití llevar la pequeña bolsa de viaje que siempre cargo en la cajuela. La habitación de Camila se encuentra en un piso diferente. No conseguirán nada, eventualmente se cansarán y se irán.

Mi corazón continua acelerado, sin embargo el motivo ya no es el mismo. Abro la boca, buscando relajar mi quijada, tratando de ignorar la comezón que siento en la nariz. Desde el incidente con mi muerte la prensa no me ha dado tregua, nunca di declaraciones, sólo un comunicado que publiqué en mis redes sociales y que compartieron mis amigos y la disquera desde las suyas. En él expresaba lo avergonzado que estaba con toda la situación y cuánto agradecía a los médicos y rescatistas por traerme de vuelta a la vida. Una gran mentira. Me comprometía también a aprovechar esta nueva oportunidad y bla, bla, bla... Pura mierda. Ni siquiera lo escribí yo, Scott lo redactó para mí y yo apenas y me tomé tiempo para leerlo. No quise suicidarme, pero no negaré que ese sueño, que fue como yo lo sentí, fue el mejor que he tenido, y no le estoy agradecido a nadie por regresarme a esta vida de mierda. Unos meses después, obligado por la disquera, anuncié una vez más en mis redes un nuevo comunicado donde hacía de conocimiento público mi separación con Maya. Desde entonces soy acosado por fotógrafos y reporteros de prensa rosa, quienes me persiguen a todas partes con tal de satisfacer la insana curiosidad de quienes creen que por comprar un disco tienen derecho a opinar y tener total conocimiento de mi vida personal.

—Bien. Voy a necesitar que la lleves a su casa más tarde. Yo pasaré aquí la noche, tráeme ropa, me quedaré en la habitación de ella.

—Hecho.

No me molesto en colgar, sé que él lo hará. Aviento el aparato sobre la cama y recargo mi cuerpo contra el mueble de madera bajo el televisor. A mi derecha, en una de las sillas que acompañan la mesa circular, está Camila, arreglándose el cabello con los ojos fijos en mí; no se ha dado cuenta de que el botón superior de su blusa está desabrochado, dejándome apreciar el bonito sujetador negro con remates en rojo.

Nunca digas que no te amé [Sin editar]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora