1: ¡jimin!

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Los árboles pasaban a una velocidad constante a su lado, ni lento ni rápido, hipnotizándolo, aturdiéndolo. Sin embargo, el bosque comenzaba a ser cada vez menos tupido. Aquello le decía que se acercaba a su destino.

El traqueteo del coche y el sonido de los cascos de caballos no lo habían dejado dormir hace horas que no era capaz de calcular, sentado en esa estrecha e incómoda banca del carruaje. Tenía los músculos doloridos y los ojos algo enrojecidos por el cansancio y falta de sueño, pero éstos no habían dejado de brillar en absoluto a la luz del atardecer de ese día de verano.

A sus 21 años, era un muchacho apenas convertido en hombre. Sus estudios recientemente terminados en la ciudad lo llevaban ahora al que fue su destino desde un principio. Sólo por su madre hacía aquello... sólo porque ella se lo había pedido utilizando un tono de orden irrefutable. Y lo cierto era que él haría cualquier cosa por satisfacer los deseos de su madre, pues el dolor que sabía ella aún cargaba sobre sus hombros, bastaba para convertirla en una persona infeliz; no podía hacerla sufrir más. Incluso él también podía sentir todavía el peso del dolor sobre sus hombros como una inmensa roca amoldada a su cuerpo, pues la ausencia de su padre cada día le recordaba que él no estaba ya con ellos y no lo estaría más.

Ahora debía trabajar allí, con su tío, un abogado de buen estatus, en un pequeño pueblo en el cual nunca hubiese reparado antes, oculto entre los bosques, regado de una verde y mágica naturaleza a la cual su mente de ciudad estaba tan poco acostumbrada.

No esperaba grandes sorpresas, no tenía demasiados prejuicios con respecto al lugar, no tenía grandes expectativas... pero... ¿Sería capaz de manejar todo aquello? ¿Sería capaz de seguir viviendo una vida que le había impuesto su familia?

Suspiró haciendo temblar el aire tibio que salió de su boca. Y apelando a ese lado de su mente que llamaba al deber, dirigió sus cuestionamientos por un tubo directo al entierro.

Volvió a suspirar resignado cuando se empezaron a materializar las primeras casas junto al camino. Se pasó enseguida los dedos entre las castañas hebras de su pelo para acomodarlas un poco y se arregló la solapa de su chaleco, abrochó el primer botón de su camisa y acomodó su pañuelo. Contó hasta diez para serenar su mente y su corazón, pero no fue suficiente. Hubiese tenido que contar hasta mil, seguramente, pero ya no había tiempo; practicó alguna sonrisa que estaba lejos de ser sincera, pero su mirada ausente y en el fondo triste, no tardó en brotar de sus ojos.

El sonido de los cascos de caballos se detuvo, y con él, el coche. La puertezuela del carro se abrió hasta atrás gracias al enérgico cochero que se había apeado de un salto. Pero en cambio, el chico se bajó con lentitud, como si cada célula de su cuerpo pesara una tonelada. Miró hacia todos lados al bajar mientras el ruido vivo de las calles llegaba hasta sus oídos. El cochero le alcanzó las maletas, y el joven agradeció por lo que le pareció un eterno viaje.

—¡Jimin! —llamó una voz jovial que no reconoció a la primera. El aludido se giró para encontrarse de frente con la esbelta figura de su primo que estaba bastante más alto que la última vez que lo vio, ataviado con un elegante juego de casaca, chaleco y pañuelo grises de satín.

—¿Seokjin? —murmuró Jimin con expresión sorprendida—. Oh, ¿De verdad eres tú? No puedo creerlo —sonrió—. ¡Me alegro tanto de verte!

Y no mentía. Si bien prefería estar en sus tierras, reencontrarse con su familia quizás no estuviese tan mal. La calidez en la sonrisa del hombre le hizo recordar su niñez y sus juegos inocentes en los pasillos interminables del internado al cual habían acudido juntos cuando pequeños. Los brazos de Seokjin lo rodearon con cariño, envolviéndolo en un breve abrazo que resultó reconfortante tras el hervidero de pensamientos existenciales que se había estado cocinando en su mente durante el viaje.

—¿Qué?, ¿Esperabas ver al niño que corría persiguiendo escarabajos? Ahora persigo otras cosas más interesantes —murmuró alzando sus cejas varias veces seguidas y con una sonrisa coqueta dibujada en sus labios. Jimin enarcó una ceja.

—No estoy muy seguro de querer saber de qué se trata, primo —sonrió mientras escuchaba la risa juguetona de su primo al tiempo que un hoyuelo se marcaba en su mejilla izquierda.

—Bueno, vamos. Mis padres esperan para la cena. Ordenaron matar un pavo para que fuese preparado al horno, y no sabes lo difícil que es que ellos quieran salir del menú corriente que consiste en gallina —dijo rápidamente mientras tiraba del brazo de Jimin. Enseguida volteó hacía atrás su mirada en busca de un tercero y le habló a éste intentando parecer firme, pero la rudeza era algo que no le asentaba en absoluto—. ¡Hoseok! Trae el equipaje de Jimin, por favor.

Entonces Jimin vio aparecer a un hombre que no debía ser mucho mayor que él, quien realizó una pequeña inclinación para saludarlo. Jimin respondió algo torpe. El hombre tomó una maleta en cada mano y esperó a que ellos caminaran primero, siguiéndolos con sumisión pero con una elegancia que no poseía siquiera él.

A Jimin no le gustaban las atenciones, aun cuando él también se había criado de esa manera. Prefería ocuparse de sus propios asuntos. Sin embargo, en esas circunstancias no estaba en condiciones de protestar.

Su mirada volvió a perderse en los árboles y caminos, mientras un nuevo y elegante carro, muy diferente al que lo había traído antes, los llevaba hasta la casa de su tío, una de las familias de mejor posición en el pueblo. Jimin escuchaba el murmullo de la voz de Seokjin que le contaba historias para amenizar el camino, pero en realidad no estaba poniendo atención.

Suspirando, cerró los ojos un par de segundos. No quería pensar en lo aburrida que su vida se presentaba ante sus ojos. ¿Ejercer abogacía en un pequeño pueblo?...

Definitivamente su vida no se presentaba demasiado emocionante ante sus ojos.

Girasoles || YoonminWhere stories live. Discover now