8: al paraíso.

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Jimin golpeó la puerta con sus nudillos mientras miraba una y otra vez a ambos lados del pasillo en busca del hombre que llenaba cada recoveco de su mente.

Ya era prácticamente un mes desde que él y Yoongi habían confesado sus sentimientos el uno por el otro aquel día, sumergidos no sólo en agua, sino también en un mar de emociones. Eran incontables las veces en las que se había escapado al bosque, o a los plantíos, o al río, ocultos siempre por la vegetación. Sin embargo, rara vez podían permanecer largo tiempo juntos por temor a ser descubiertos si comenzaban a buscarlos luego de una prolongada ausencia. Y por supuesto que ellos lo que menos deseaban era crear sospechas de su amor.

Para el resto del mundo ellos sólo era dos jóvenes en edad media que se habían hecho buenos amigos a pesar de las diferentes clases sociales a las cuales pertenecían. Y si eran cuidadosos, eso no tenía por qué razón cambiar.

Hace tres días desde que Jimin no veía a Yoongi, y estar separado de él no era un deporte que asimilara con gusto. Lo extrañaba. Lo extrañaba demasiado. Y cuando un "pase" pronunciado desde el interior de la estancia en la voz grave del señor Min llegó hasta los oídos de Jimin, perdió esperanza de ver fugazmente al pelinegro antes de enfrascarse en la misión que lo había llevado hasta allí. Él abrió la puerta y se asomó.

—Buenos días, señor Min —dijo Jimin al mismo tiempo que el hombre detrás de su escritorio levantaba la vista hacia él y una sonrisa cálida se deslizaba por sus labios.

—Mi joven Jimin, adelante y tome asiento —habló rápidamente indicándole una silla frente a su escritorio. Jimin se sentó en el lugar que le indicó—. Me da gusto que haya venido hoy, pues he realizado una venta a primera hora de esta mañana.

—Oh, eso es una espléndida noticia. Anotaré las cuentas por usted.

Luego de unos minutos, el señor Min abandonó el despacho y Jimin quedó solo para cumplir con su tarea. A pesar de tener la cabeza llena de una persona cuyos pies debían caminar por algún lugar de aquella casa, logró realizar las cuentas y anotaciones de manera ordenada con su pulcra letra tatuándose en tinta sobre el cuadernillo que el señor Min le había facilitado.

Para cuando se dio cuenta, ya casi era mediodía. Los sonidos de la casa llegaron a sus oídos una vez que hubo terminado y levantado la cabeza de su tarea, como si hasta entonces hubiese estado inmerso bajo el agua y al salir a flote, todo a su alrededor se hiciera mucho más palpable para sus sentidos. Se oían sonidos de trastos siendo movidos en la cocina, un mantel siendo sacudido en el patio, pasos apresurados resonando sobre la madera, puertas cerrándose, la melodía de un pianoforte fluyendo desde la primera planta.

Jimin se levantó de su asiento y caminó hasta la única ventana de la habitación. Desde allí se apreciaban las plantaciones no sólo de girasoles, sino también de olivos y árboles de frutas de estación, como manzanos y naranjos que le daban un curioso colorido al campo. No dejaba de fascinar a Jimin el hermoso lugar, y estar allí, sintiendo los aromas frescos de las frutas y flores, en la compañía de Yoongi, era aún más alucinante.

Recordó sus angustias cuando llegó al pueblo, sus desesperanzas... ¡parecían tan lejanas ahora!... y tan absurdas. Nunca antes se había sentido más vivo, o más feliz.

La puerta abriéndose de golpe lo sacó de sus pensamientos. No había oído que llamaran a ésta, si es que lo habían hecho.

—Joven Park, buenos días. Es realmente un placer verlo el día de hoy —fue lo que dijo la voz de la señorita Min Sora.

—El placer es mío, señorita Min —murmuró Jimin cortésmente.

—Mis padres piden que por favor nos acompañe a almorzar, si no está usted muy ocupado. Me enviaron en su búsqueda.

Girasoles || YoonminWhere stories live. Discover now