4: hermoso, brillante.

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Nuevo capítulo! espero que les esté gustando la historia, háganme saber  ♥

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 —Luces nervioso —dijo Seokjin alzando la voz para hacerse escuchar por sobre el trote de los caballos mientras observaba a su primo con detenimiento.


—No lo estoy —contestó rápidamente Jimin con la mirada al frente, concentrado en el camino.

Los caballos, negro reluciente el de Jimin y marrón claro el de Seokjin, trotaban por un costado del camino empedrado con paso constante pero a la vez calmado.

Quizás su primo tenía razón y estaba un poco nervioso. Por alguna razón sentía que el cuello almidonado de su camisa le ahogaba y que el aire se atoraba en sus pulmones, sin salir, sin entrar. Si su primo supiera que su expresión de seriedad se debía nada más ni nada menos que al conocimiento de un pronto encuentro con cierto chico de piel de marfil, se sentiría tan avergonzado que podría morir.

El camino era corto, pero tranquilo y agradable, de modo que le permitió a Jimin dirigir sus pensamientos hacia él. Hacia Yoongi, por supuesto.

La situación era difícil, extraña, sorprendente. Quería creer que las miradas de aquella noche... esas intensas miradas en las que se perdía por largos segundos intentando encontrar algún fallo en esos ojos marrones tan oscuros que parecían negros como una noche sin luna, no significaban nada especial. Pero algo le decía que sí, que Min Yoongi no podía quitar los ojos de él, de la misma manera que Jimin se sentía preso de su mirada.

Dos encuentros. Era todo.

¿Bastaba tan poco para sentir tanto? La magia de ese lugar estaba haciendo de las suyas, quizás, cruzando dos caminos que de no haber sido porque aquel día Jimin decidió salir a caminar siguiendo el murmullo del río, tal vez nunca haya llegado a encontrar a Min Yoongi en tales circunstancias, y probablemente nunca habría sentido semejantes cosas por él...

Atraído como la gravedad atrae a los cuerpos hacia el centro de la tierra, Jimin se sintió inmerso en un curioso trance que lo llevaba sin interrupciones hacia él. Sin importar lo que Seokjin decía, él sólo podía oír los latidos de su corazón retumbando en sus oídos. Latidos de un corazón cuyo ritmo desbocado no tenía nada que ver con la carrera montado a caballo.

—Allí es —escuchó decir Jimin a Seokjin. Inmediatamente su estómago se comprimió.

Desde donde estaban, Jimin se quedó sin habla. Alzando la vista, se maravilló del hermoso campo repleto de girasoles florecidos que se ofrecía ante sus ojos como un colchón amarillo extendido a través de millas y millas de tierra.

Un hombre entrado en años se encargó de abrir la cerca para ellos, quienes de un salto se encontraron con los pies sobre la tierra. El hombre los saludó con una casta inclinación de cabeza y luego tomó de las riendas a ambos animales para dirigirlos hacia las caballerizas. Ellos avanzaron por un recto caminito de tierra que dirigía hasta la casa algo desvencijada pero enorme y por lo demás muy cálida al menos a la vista. Pronto salió al encuentro de los dos jóvenes, Sora y su madre, que con amplias sonrisas se acercaron a ellos para darles la bienvenida.

—Qué alegría tenerlos en nuestra humilde casa —dijo la señora Min al llegar hasta ellos mientras sonreía—. Por favor, adelante, sean bienvenidos.

—Buenas tardes, señora Min —murmuró Seokjin con elegancia para luego tomar su mano y besar el dorso. Lo mismo hizo con la señorita Min que no pudo reprimir una risita—. Estamos muy agradecidos por su invitación a cenar, esperamos que la próxima vez puedan visitar nuestra casa.

—Oh, eso sería un honor, joven Kim —murmuró la señora Min sonrojándose más de lo que a su edad se vería bien.

—Llámeme sólo Seokjin, por favor.

Jimin enarcó una ceja. Era sorprendente lo encandiladas que su primo tenía a ambas mujeres con solo el vaivén de sus pestañas. Él, luego de saludar con cortesía, sólo se mantuvo a distancia con una sonrisa amable que no tenía ninguna intención más que la de agradar.

Fueron invitados al interior de la morada. Jimin alzó la vista; una cortina se movió en una de las ventanas de la segunda planta y una silueta se apartó con agilidad del campo de visión. El pelicastaño no quiso pensar de más, pero su corazón bombeó con fuerza.

Tan sólo poner un pie en el interior de la casa, el aroma de una cena cocinándose en el horno ingresó por las fosas nasales de Jimin. Sonrió con dulzura al recordar que ambientes así, tranquilos y con normalidad, era de los que disfrutaba en la ciudad, cuando su padre aún estaba en este mundo. No atendió a la conversación de su primo y la señorita Min, pues estaba más concentrado en examinar la vivienda con ojos curiosos y que intentaban ver más allá de una decoración austera. Todo en el lugar le decía a mil voces que aquel era un hogar de verdad, armonioso, sin reservas, sin represiones, sin apariencias que guardar, sólo calidez que ofrecer a quien pusiera allí un pie.

—¡Ah, Yoongi! —exclamó Seokjin.

Jimin se giró con aquella lentitud que produce el esperar algo durante un largo tiempo. Vio aparecer por el umbral de la puerta a Yoongi. Una camisa blanca, unos pantalones marrones y sujetos por dos tiras suspensoras; era el atuendo más simple que Jimin había visto en él —después de la sucia camiseta del día que lo conoció— y, sin embargo, el pelicastaño creyó que se veía hermoso... brillante... mucho más que Seokjin vistiendo sus atuendos a la moda traídos desde Francia.

El joven tragó saliva, sonrió con calidez al sentir sobre él los ojos de Yoongi traspasándolo como flechas directas a su corazón, el cual respondió saltándose uno o quizás dos latidos. Sus miradas se encontraron. Ya no había hostilidad, no había enojo, ni curiosidad... sólo eran dos pares de ojos mirándose con el brillo de un reencuentro anhelado, dos corazones llamándose y hablando un mismo idioma. Dos mentes aferrándose con uñas y dientes a la cordura para no caer en el embrujo del otro...

Pero ya era demasiado tarde para eso.

Ya habían caído.

—La cena está servida —anunció la señora Min desde el umbral de la puerta del saloncito.

Los cuatro jóvenes hasta entonces sentados en los sillones, se levantaron para pasar al comedor principal. Allí se encontraron con una mesa repleta de comida. Carne y patatas asadas, pan horneado y verduras frescas; vino, agua, jugo de fruta.

Jimin tomó asiento junto a Sora, porque así le presionó la señora Min... pero gracias a Dios a su otro costado ya estaba sentado Yoongi, cuya cercanía estaba de más decir que le agradaba en demasía. Una sonrisa casi imperceptible estaba dibujada en sus labios mientras se acomodaba en la silla y esperaba a que todos los demás miembros de la familia estuviesen también sentados.

La comida transcurrió de manera tranquila mientras Jimin se sentía extrañamente cómodo en esa casa, pues las conversaciones con el señor Min eran agradables y cada vez el hombre le simpatizaba más.

—Señor Min, su plantación de girasoles es asombrosa. Es imposible no fijarse en ella desde el camino —comentó Jimin con una sonrisa.

—¡Ah! es Yoongi quien se encarga de la siembra, de cuidar las flores y las demás plantaciones. Yo soy el hombre de los negocios —respondió el señor Min—. Pronto será la época de máximo desarrollo de los girasoles, y recién entonces podremos vender montones de kilos de semillas y preparar aceite para venderlo en el mercado. Nuestra posición de comerciantes es buena, pero no puede remitirse a las flores. En el mercado la clientela sabe que nosotros tendremos frutas de estación buena, y aceitunas y aceite de oliva también.

—Oh, me da gusto que su familia posea tan amplia variedad de productos que ofrecer en el mercado.

—Claro, todo esto es debido a que desde hace generaciones la familia se dedica al comercio y agricultura. El conocimiento de los girasoles también ha pasado de generación en generación, pero de nuestra familia, Yoongi es al que más le agrada estar entre las plantaciones, por eso él es el responsable de ellas. Deposito mi confianza en él.

Jimin asintió y miró a Yoongi. Las mejillas del pelinegro estaban teñidas de un ligero matiz rosa. Alzó la vista para encontrarse con los ojos de Yoongi, quien le sonrió levemente.

—Muchacho —le habló el señor Min a Jimin—, ¿qué te parece si te haces cargo de mis finanzas?

—¿Yo? Señor, me alaga esa muestra de confianza, pero... yo soy un abogado, señor... yo... no...

—Sí, sí, claro que sí —lo interrumpió—. Pero puedo apostar mil libras a que tienes más cabeza para los números que yo y mi hijo juntos.

—Bueno —asintió con la cabeza—, quizás pueda ser de ayuda un poco —dijo sonriente, aceptando la oferta del señor Min.

—¡Perfecto! Es un honor que alguien se interese por nuestras plantaciones —dijo complacido el señor Min mientras alzaba su copa de vino en su dirección. Luego de tomar un sorbo del licor, se dirigió a su hijo—. Yoongi, deberías llevar al joven a conocer la siembra más de cerca.

—Oh, pero no quiero ser una molestia —se apresuró a decir Jimin.

—No es una molestia —murmuró Yoongi dirigiéndole la palabra a Jimin por primera vez en la mesa.

El pelicastaño sintió aquella mirada tan intensa invitándolo a ir con él más tarde que, sin darse cuenta, ya había asentido y aceptado acompañarlo.

Girasoles || YoonminWhere stories live. Discover now