El silencio

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Llevábamos tres días sin salir del vagón y yo era el único que aún guardaba suficientes provisiones, razón por la cual un día desperté al sentir mi cara contra una roca en el suelo.

Cuando por fin logré ponerme de pie, el tren ya estaba a más de un kilómetro lejos de mí. Suspiré. Miré por las vías hacia atrás, como si pudiera ver mi hogar, infinitamente lejos, desde allí, luego vi mis ropas sucias y volví a suspirar. Mareado por el golpe comencé a caminar en la misma dirección que llevaba el tren.

Era temprano pero ya abrasaba fuerte el sol, por lo que me quité la camisa y la anudé sobre mi cabeza. Sentía que la piel de mis hombros se quemaba, pero al menos, la sesera estaba fresca. Caminé con la mente en blanco, esperando llegar a la siguiente estación antes de mi destino, sin saber que éste se encontraba más cerca de lo que esperaba.

Cuando el sol estaba en lo más alto de la bóveda, había recorrido tal vez unos quince kilómetros. Vi adelante mi mochila y corrí hacia ella. Dentro sólo estaba mi biblia y una botella de agua. Después de todo, habían sido considerados los muy hijos de puta.

Durante aquella larga marcha entendí cómo es aquello de que la voluntad se vuelve tan dura como el acero cuando se trata de sobrevivir. Caminé sin parar hasta que vi las luces del puerto en el horizonte, lo cual me motivó sólo a seguir.

Al llegar, caí rendido debajo del primer puente. Sentía punzadas en las plantas como si llevara clavados cientos de cuchillos. Me quité las botas y dejé que los pies respiraran, aunque hasta el aire me escocía las llagas. Dormí durante no sé cuánto tiempo.

Hace ya una semana desde que llegué aquí. No me preguntes cómo he logrado sobrevivir porque ni yo lo sé. Como lo que puedo encontrar, tomo agua a escondidas de las llaves que hay afuera de las casas, duermo recargado en un tronco cerca de las vías.

Cuando estoy aburrido, si no leo mi biblia, cuentos los coches que pasan. Cuando no estoy buscando comida, leo mi biblia o cuento los coches que pasan. Si no estoy dormido, leo mi biblia o cuento los coches que pasan. Estoy cansado de contar y las escrituras tienen cada vez menos sentido para mí. Si se me apareciese el demonio, cual cristo en el desierto, aceptaría sin pensar la primera tentación. Supongo que por eso estamos condenados.

A veces, camino hasta la calle que cruza la vía. Alrededor hay muchas cruces y un monolito que reza por las víctimas de lo que parece haber sido un terrible accidente. Me paro en medio del camino para ver si alguien baja una ventanilla. Luego de algunas horas, me siento y leo mi biblia. En el peor de los casos, cuento los coches que pasan.

A veces me pregunto si los hijos de puta que me arrojaron del tren ya habrán llegado a Nogales, a Ciudad Juárez o a Tijuana. Me asalta el pensamiento de imaginarlos despedazados entre las vías y el tren, pero luego los comprendo y entiendo que, a partir de aquí, es todo o es nada.

Me tocó la nada y en nada es en lo que me he convertido, ¿no? Dímelo tú, que me ves aquí sentado leyendo mi biblia o anotando tu coche en mi lista de números infinitos. Tú, que me ves parado en medio de la calle esperando un segundo de interacción. ¡No quiero tu dinero! Hace tanto que no siento el dinero en mis manos que ya casi lo he olvidado. ¡Quiero que me voltees a ver!

¿Por qué no me miras? Volteas como si creyeras haber visto algo, pero luego rediriges la mirada al frente. Estoy aquí, ¿sabes? ¡Mírame, aunque sea para sentir lástima! ¿O es, acaso, que ya estoy muerto?

¡No! ¡No estoy muerto, todavía! A un muerto volteas a verlo, te he visto hacerlo. Desaceleras cuando ves sirenas de ambulancia y te veo rezar "pobre de él" y seguir tu camino. Te desapegas, te desconectas, te distingues de él. ¿Por qué no te distingues de mí? ¡Pobre de mí, que no soy para ti ni un muerto!

No estoy muerto, ahora lo sabes y, si lo sabes, entonces, ¿por qué no me saludas? ¿Por qué no me gritas como al niño que echa jabón en tu parabrisas? ¿Por qué no me enseñas el dedo de en medio como al ciclista que se saltó el semáforo en rojo? Porque tampoco estoy vivo y eso es lo que más me espanta.

Hace tantos meses que emprendí mi viaje a la libertad y aquí me di topes con la nada. Rezo antes de dormir, cierro los ojos y ruego por mí. Le grito al cielo, desesperado y alucinante, pero sólo abunda el silencio.

Al bordeWhere stories live. Discover now