¿Cuánto pesa escuchar?

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Cuando era niño siempre me preguntaba con quién iba el doctor cuando se enfermaba, quién reparaba los zapatos del zapatero, quién cocinaba para el cocinero, quién enterraba al enterrador.

Son curiosas las dudas pueriles. Más lo son aquellas que ni siquiera los adultos son capaces de responder. Pudiera parecer que las preguntas son muy inocentes, quizás ilógicas, y por eso prefieren sonreír y revolverte el pelo, pero, la verdad, es que tampoco ellos saben las respuestas.

Así, en una ocasión, aunque ya con edad suficiente para beber y emborracharme de manera legal, me pregunté: ¿quién escucha alguna vez al cantinero?

La vida de un cantinero no es fácil, por si alguna vez lo habías pensado así. Voy a contarte la historia de solo uno de tantos, pues larga se me haría la noche tratando de mencionarlos a todos los que, como él, hacen de su vida su profesión, o de su profesión hacen su vida, como prefieras. Algunos los consideran héroes, sus héroes y tal vez lo sean.

En realidad, ahora mismo está allí, probablemente lavando la cristalería, en una ciudad donde la puerta de una cantina te da la mejor bienvenida y la calidez de los borrachos te cobija mejor que la dureza y la frialdad de los desconocidos que viven en tu propia casa. Intrusos. Invasores que no sabes con exactitud cuándo han llegado ahí y si forzaron la cerradura o los recibiste con un abrazo, pero no puedes culparlos, son tiempos difíciles. Hoy en día, la política y el dinero son mejores temas de mesa que la felicidad y que el amor. Al final, te pasas la comida con vinagre en vez de vino.

Como decía, el cantinero es un héroe, pues no se queda sentado detrás de un mostrador tensando el látigo para que un triste lacayo vaya y venga, con platos o con cerveza, del mostrador a la trastienda, preguntándose el porqué de su vida. No, el cantinero es el único empleado. Él barre y trapea, sirve las cervezas —¿Clara u oscura?— y cocina las hamburguesas. Él mismo es el portero y a veces hasta consejero para los que llegan con un pesado problema encima de los hombros. El cantinero compra la mercancía y recibe a los proveedores, acomoda las botellas en la bodega y se encarga de mandar a casa a quienes se han bebido un trago de más.

Pero hay algo más, algo por lo que muchos sonríen al pasar cerca del lugar. El cantinero es un amigo. No un amigo a quien le confiarías tu esposa o a quien le pedirías dinero prestado. Es un amigo de una sola ocasión, quien se sienta y escucha lo que tengas que decir, asiente cuando tiene que asentir, pone su mano en tu hombro cuando la tiene que poner, se ríe si lo haces reír y te ayuda a salir cuando no puedes sostenerte en pie. Toca el piano cuando no está muy ocupado y es un excelente compositor cuando hay que reírse de un diputado o del presidente municipal. Siempre dice justo lo que precisas escuchar y sabe exprimir de las malas decisiones lo mejor de la experiencia. Pero, por sobre todas estas cosas, te olvida cada vez que sales de allí.

—Las malas decisiones escriben buenas historias —escuché que le dijo el cantinero a un hombre con amabilidad y simulando una sonrisa.

Lo pensé muy bien y me resultó una indiscutible verdad: las malas decisiones hacen, de hecho, muye buenas historias. Ser cantinero implica muchas veces escuchar historias que no repetirías y ver cosas que quisieras no haber visto. Las más difíciles siempre son aquellas que se arraigan al alma como garrapatas, aquellas que desempolvan viejos cajones y que te hacen recordar cosas que jurarías habías desechado entre la basura.

Hoy, cuando amanecí, disolviendo con una cuchara el café, leo que el cantinero se voló la cabeza con una escopeta. Su foto en primera plana y una esquela diminuta al pie de la página.

—Pobre —pienso, y, por sobre todo lo demás, lo olvido también.

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⏰ Poslední aktualizace: Sep 19, 2017 ⏰

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