Capítulo 4: Philip Rogers (II-II)

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La noche caía mientras Jack llegaba a las afueras de Nivek

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La noche caía mientras Jack llegaba a las afueras de Nivek. Los grandes edificios parecían cobijar las calles, alzándose y dirigiéndose al cielo, pasando como retratos tras el cristal del parabrisas. En sus cimientos, la ciudad era antiguo territorio español. Pero la arquitectura arqueana predominaba en la actualidad, huella del paso de aquella civilización que, años atrás, modificó la forma de vida en estas tierras.

La gran universidad abarcaba una buena parte de la vista, cerca del centro. Un conjunto de edificaciones cilíndricas en forma de torre que, durante el día, lucían un color grisáceo, pero a la luz de las estrellas, parecían unirse a la noche misma.

Jack detuvo su auto frente a la entrada principal, apagó el motor, mantuvo sus manos sobre el volante durante un segundo, cerró sus ojos, y suspiró. «Piénsalo bien... —se dijo a sí mismo». Había decidido hacer una parada antes de volver a casa. Necesitaba encontrar una solución definitiva respecto a su investigación y, su laboratorio, era el lugar indicado para reflexionar sobre ello.

Bajó del auto y se dirigió a la torre de genética. El lugar estaba prácticamente vacío. Siempre le había parecido un lugar bastante lúgubre durante la noche, pero no era de aquellos que se asustaban con facilidad. Avanzó por los oscuros pasillos; acompañado sólo por el eco de sus pisadas, resonando por las paredes. Caminaba despacio, con las manos en los bolsillos del pantalón y la mirada perdida en el horizonte. La preocupación se marcaba en su semblante.

Usó un elevador, casi por inercia, y subió al 4° piso. Llegó hasta la puerta de su laboratorio, se veía escapar luz desde el interior. «Qué extraño —pensó—. ¿Quién estará dentro a esta hora?». Concentrado en su entorno, listo para actuar, se dispuso a entrar. Deslizó su tarjeta de seguridad. La puerta se abrió.

El silencio capturó la escena. Su laboratorio estaba intacto, no parecía haber nada fuera de lo ordinario. Aguzó el oído al dar un paso dentro. Algo rechinó. La mirada del hombre se dirigió, como un sensor atraído por el sonido, directo al par de ratones que correteaban y se zambullían en el aserrín de sus contenedores. Además de sus animales en formol, también tenía ejemplares vivos: ratones blancos, lagartijas, sapos y serpientes, todo parecía normal.

Su tensión se fue liberando poco a poco. Ya se estaba haciendo a la idea de que había olvidado apagar la luz antes de irse, cuando de pronto, vio una sombra que se movía dentro de su despacho. No se asustó, pero frunció el ceño con curiosidad. Se acercó hasta la puerta de la oficina, lento, con cuidado. No debería haber nadie a esa hora, a menos que...

—¡Doctor Relem! —dijo, sobresaltado, un muchacho de aspecto desarreglado en cuanto Jack entró. Ambos pegaron un brinco—. ¡Me asustó! ¿Terminó de examinar el volcán?

—¡Niel! ¡Por todos los cielos! No esperaba encontrarte aquí —dijo Jack, llevándose la mano al pecho mientras miraba la jeringuilla que tenía el joven en la mano—. En realidad, el que se encargará de ese asunto será el doctor Rogers. Yo sólo fui a brindar la información que poseía. ¿Qué estás haciendo? No recuerdo haberte dejado trabajo pendiente.

Jack y Niel liberaron un suspiro después del susto.

—Lo lamento, no esperaba que fuera a encontrarme aquí. La verdad, en casa no tengo mucho que hacer y este lugar me transmite paz, así que... decidí hacer algunas pruebas con ADN de huevos de sapo —contestó él, entusiasmado.

—¿Qué tipo de pruebas? —preguntó Jack, arqueando una ceja.

Niel se levantó de su banco y caminó hasta una mesilla llena de cajas de Petri, colocadas de forma ordenada, con minúsculos huevecillos en su interior.

—Se me ocurrió tratar de inducir las mutaciones de manera artificial —explicó el joven—. Estos huevos eran completamente normales, así que tomé algunas muestras y las sometí a diferentes dosis. Radiación, temperatura, presión, salinidad, acidez, algunos compuestos químicos y combinaciones de todos esos factores. Con eso espero poder recrear alguna mutación parecida a las que hemos observado. —Niel se acercó hacia uno de los contenedores, lo tomó en sus manos y lo miró con frustración—. Sólo falta esperar un poco para que podamos analizar los efectos de esos agentes en los huevos, pero, hasta ahora, no he encontrado nada fuera de lo común. Ni siquiera parece que sean viables.

Jack se acercó hasta estar a un costado de Niel. Él era más alto, pero no por mucho, quizás su cabello enmarañado le diese algunos centímetros de ventaja.

—Eso es bastante trabajo Niel. ¿Cuánto tiempo llevas aquí? —preguntó Jack, sorprendido por todo lo que había hecho su ayudante.

—Todo el día —respondió el joven, encogiéndose de hombros como si fuese algo completamente normal.

Jack sonrió y puso la mano sobre el hombro de su aprendiz. No podía decirle que volviera a casa. No podía decirle que ya había hecho suficiente. Quién era él, para obligarlo a estar en un lugar en donde no se sentía a gusto

Niel Cobels. Jack supo que sería un aprendiz bastante prometedor desde el día en que llegó. Era un joven bastante inteligente. Vivía solo, cerca de la universidad y la mayor parte del dinero que ganaba trabajando en el laboratorio, lo enviaba a su madre, quien vivía en una comunidad lejana. Siempre había sido muy amable y carismático, admiraba el trabajo de Jack y apreciaba mucho el puesto que tenía. Niel sabía que todos querían tener una oportunidad de trabajar en las investigaciones de Jack, pero no cualquiera era seleccionado para ello. No es que el Dr. Relem fuese quisquilloso con eso, pero le gustaba asegurarse de que su equipo de trabajo tuviera la capacidad de seguirle el ritmo. Niel, a veces llegaba a superar sus expectativas, justo como en esta ocasión.

—Lo estás haciendo muy bien —dijo Jack, orgulloso. Y luego, con una sonrisa, añadió—: Te lo agradezco.

Y lo decía de corazón. Realmente estaba agradecido con Niel. Su alumno ni siquiera sabía lo que había hecho. No era por los huevecillos de sapo, tampoco por su dedicación al trabajo. Bueno... quizá tuviera que ver, pero, para Jack, Niel acababa de confirmarle algo que era sumamente importante para él. Ahora se sentía más tranquilo, no tenía de qué preocuparse. Podría irse por años, si así lo quisiera, y la investigación estaría en excelentes manos.

Ya no tenía nada que hacer en su laboratorio, su decisión estaba tomada. Niel sonrió ante el último cumplido y se dispuso a continuar revisando muestras al microscopio, mientras Jack se alejaba del lugar, sonriente, con ganas de ver a su esposa e informarle que... visitarían Arquedeus.


Ya puedes leer la Entrada 4 de la Bitácora de Finn

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Lluvia de Fuego: La Era del Fuego IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora