Todo sale bien

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Finalmente, después de doce mujeres, tres días, dos comidas al día, muchos alimentos chatarra, una lucha para enseñarle a afeitarse y clases exprés de "adaptándome a la época", Nathaniel estaba listo para una cita.

Créeme, habría tomado fotos de haber podido, pero no quería distraerme. ¿Quién sabía? Tal vez en un futuro decidiera llevarme de paseo a un director de cine en apuros y ese momento me serviría de inspiración para encaminarlo a crear lo que se convertiría en su próxima gran película, siendo esta un tremendo éxito mundial en un tiempo que... Me disculpo, tengo alma de artista.

Para Adriana, habían sido los días más difíciles, al menos desde aquella vez en que se hizo pasar por una niñera de renombre para lograr sacarle dinero a los padres ricos, mientras los suyos se encontraban en Dubái. Nathaniel era como uno de esos niños a los que tuvo que cuidar: torpe e inocente. La diferencia radicaba en que pesaba unos buenos kilos más que ella, tenía muchísima barba y era un completo galán.

Doce chicas. Tres días hablando con doce chicas diferentes, todas entre los dieciocho y los veintiséis años. No iba a ponerse a preguntar «¿Qué rayos le ven?», porque había sido enteramente su idea que entrara en el radar —hasta se había dedicado a tomarle fotos y elegir la mejor para su perfil—, pero sí podía quejarse acerca de lo fácil que resultaba quedar con cualquiera. Su madre siempre hablaba abiertamente acerca de que, todo lo que los hombres quieren, es diversión. En ese corto tiempo, después de conocer once chicas que querían sólo diversión, aprendió que no era del todo cierto.

Al final del segundo día, ya había tenido suficiente dosis de incomodidad —suficiente para toda una vida—al encargarse de escribir todas las respuestas que Nathaniel le daba y repetir en voz alta lo que ellas mandaban. No sería capaz de soportar mucho más de eso. ¿Por qué no podía ser sencillo dar con la persona indicada? Tal vez no estaba destinado a tener una pareja después de todo... o tal vez sí.
La número doce parecía amable, la número doce era divertida. La elegida era la número doce. Y así como así, después de todo un día de charlas medio cavernícolas que tuvo que adaptar para que sonaran bien, acordaron verse.

—De acuerdo, grandote

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—De acuerdo, grandote. Vas a usar el teléfono, ya sabes cómo es esto. Te he dejado una batería extra, solo por si acaso. Yo estaré por ahí, solo por si llegas a necesitar ayuda para tomar el tenedor o algo —soltó muy rápido mientras terminaba de acomodarle la mochila en la espalda.

Viéndolo así, bien vestido con la ropa de su padre, lucía como un universitario corpulento, un miembro del equipo de fútbol americano vestido de nerd. «Ugg, ojalá no lo bote por ser tan tierno», pensó Adriana. Realmente tenía ganas de que las cosas salieran bien, que se enamoraran en cuanto se vieran como en los bellos libros que leía, y la visitaran cada año en su cumpleaños para agradecerle que hiciera posible su encuentro. ¿Qué esperabas? después de todo, seguía teniendo doce años y una gran vena romántica.

Al ver su regordeta cara confundida después de escuchar la traducción de su larga explicación, recordó que estaba frente a un neandertal. Un verdadero hombre de las cavernas... era fácil olvidar lo que era cuando se encontraban comiendo alitas —a pesar de que las comía con todo y hueso— o escuchando música —Nate tenía una inclinación hacia Shawn Mendes—. Y pensándolo bien, ¿por qué siquiera debía existir una diferencia? Sí, tal vez no era capaz de hablar como una persona promedio, tal vez le costaba caminar erguido y su físico era intimidante; pero comía como ella, buscaba el amor como ella... no tenía atención, como ella. Si el tener esas necesidades básicas y ser capaz de experimentar diversión, cariño e incluso frustración, no te hacía humano... ¿entonces qué lo hacía?

Nathaniel empujó su hombro para hacerla salir de su trance.

—Lo siento. Ya es hora. ¡Ve y diviértete!

Como un niño de seis años nervioso en su primer día de clases, Nathaniel caminó con pasos de tortuga hacia las mesas de café acomodadas paralelamente en el exterior del café-restaurante. La chica aún no había llegado, punto para el neandertal.

Nathaniel se distrajo gastado la batería del celular tomando fotografías. Había observado a Adriana hacer lo mismo y aprovechó la oportunidad para quitarse la curiosidad. Después de una ráfaga, notó que una mujer salía en las imágenes y caminaba directo hacia su mesa.

—¿Nathaniel? —salió la voz de la fémina frente a él.

Sus ojos se brillaron con sorpresa y asintió, siguiendo las indicaciones de su pequeña amiga. Lo más rápido que pudo abrió el Traductor de Significado, colocándolo sobre la mesa.

Para él, la chica era más baja que las mujeres en la etapa de crianza —adultas jóvenes—que conocía, no contaba con tanto vello y definitivamente era más delgada, ¿cómo sobrevivía en los inviernos? Tales eran sus pensamientos, mientras la pobre de Adriana sufría desde el restaurante del otro lado de la calle, repitiendo para sí misma «Por favor que no me necesite, por favor que no me necesite».

—¡Hola! soy Valeria, yo... —hizo una pausa para permitir que el celular dejara de gruñir.

Por mensajes habían hablado acerca de su extraña "condición" y su necesidad de llevar un traductor en todo momento, pero nunca se imaginó que el aparato sería un Smartphone que se quejaba tanto.

—¡Hmm! Hmm... hmm —se presentó Nathaniel, ganándose una mirada de ternura y afecto.

En el tiempo que llevaban hablando —un día, risas, risas—, ella había caído en la cuenta de que seguían existiendo hombres sensibles, sin malas intenciones o que buscaran aprovecharse de ella cada cinco minutos. No le importaba su apariencia, ni su extraña condición de lenguaje, Valeria sólo quería alguien dispuesto a escucharla y aprender de ella; era lo que siempre había deseado. Y sólo un día le fue suficiente para darse cuenta de que él era la persona que buscaba. ¿Existía el amor a primer mensaje? porque estaba convencida de que acababa de encontrarlo.

¡No voy a contarte de qué hablaron en su cita! ¡No seas tan entrometido y búscate una vida! Lo único que necesitas saber de esa noche, es que fue la mejor de sus vidas.

A pesar de que a Adriana le molestaba la manera salvaje de comer de Nathaniel, Valeria la encontraba adorable, por lo que se acoplaron bien. El traductor terminó resultándole fascinante y no solo porque el descifrar las oraciones cavernícolas era divertido, sino también el romperse la cabeza pensando «¿cómo un solo sonido puede transmitir tantas diferentes cosas?».

Él la encontraba delicada, ella lo encontraba inocente. Él pensaba que era alguien a quién proteger, mientras ella estaba convencida de que, de ser necesario, la protegería. Eran el uno para el otro, hasta la Muerte habría podido darse cuenta de eso, y eso es decir mucho, la muerte es una ingrata.

¡Todo era perfecto! ¡Yo era una chica genio! Ya estaba comenzando a planear mi próximo movimiento para mejorar la vida de otra criatura con poca gracia, cuando mi madre arruinó la felicidad de todos.

Nathaniel y su viaje por el presente (#PGP2018)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora